Las noches era terribles, el insomnio me azotaba con su mayor fuerza, mi rendimiento era medianamente sobresaliente y cada mínimo momento de paz que tenía lo aprovechaba para recuperarme.
Pero, cuando por fin lo lograba, cuando el cansancio me agotaba todas las energías y me dejaba sin más que rendirme ante la noche, las pesadillas llegaban como ráfagas. Una tras otra, haciendo que temiera incluso de cerrar los ojos. Siempre resultando mi mirada en la tenebrosa ventana con vista hacia el horripilante callejón.
Recuerdo todas las noches levantarme, cerrar todas las cortinas que tenia a mi disposición, beber un poco de agua y tratar de conciliar el sueño de nuevo. Pero no importaba cuantas veces repitiera el proceso, al despertar las cortinas siempre volvían a estar completamente abiertas.
Mi paranoia aumentó tanto, que mi padre y yo buscamos de todas las formas posibles solucionar el problema; hipnosis, cámaras de vigilancia, acupuntura, terapia aromática, medicinas, en fin de todo. Pero al final nada sirvió, o eso creía yo.
Mi vida esta a vuelta de cabeza, no me agrada convivir con la gente y tampoco tenía una familia numerosa con la que soliera pasar el rato. Desde que tenía memoria, solo éramos mi padre y yo contra todo. Aunque él no fuera la persona mas cariñosa o presente, ambos respetábamos nuestros espacios a veces incluso demasiado.
Por lo general todos me consideraban la solitaria, a cada escuela que había asistido me había ganado ese título. Y tenían toda la razón, convivir y socializar no eran mi fuerte. Prefería estar sola el mayor tiempo posible, así me concentraba mas en mi misma y mis problemas nocturnos.
Y así mi vida, hasta que me cansé de tratar de buscar soluciones vagas y pensé en la solución que me parecía mejor, o al menos eso creía... Hasta que todo cambio y mi vida se fue derrumbando poco a poco.