Después de algunos meses de pensar que me volvía loca y obsesionarme con el tema de la ventana, decidí que por mi bien mental la clausuraría, pondría algo que me impidiera recordar que ahí estaba y así poder descansar. Tomé el primer pedazo de madera que encontré en la calle y lo llevé a casa, donde vivíamos solo mi padre y yo, no antes de asegurarme que tenía el tamaño suficiente para cubrirla.
Mi padre había sido un hombre sumamente solitario durante su juventud, odiaba los espacios donde había más de cien personas agrupadas, justo igual que yo. Jamás fue mucho de amigos y se alejó de su familia en cuanto tuvo oportunidad.
Cuando conoció a mi madre, ella llegó un día de repente a romperle la rutina, o así era como él me lo contaba cuando era pequeña y preguntaba sobre ella. Pero después de unos años también perdimos eso, el tema dejo de mencionarse, las fotos desaparecieron una a una y él se aisló de todo, inclusive de mi. Pero sin perder nuestros repentinos momentos padre-hija.
Una vez estuve en casa, mientras recordaba lo que él había tenido que vivir, garabateaba cualquier cosa sobre la vieja tabla de madera, que ahora estaba llena de colores y dibujos sin sentido. Cuando regrese a mí, tomé la tabla y la fijé a la ventana, un gran peso se redujo cuando terminé el trabajo, pensé que por fin había encontrado la solución.
Bajé las escaleras satisfecha de mi trabajo a preparar algo para la cena de ambos. Pasaron algunas horas y mi padre no daba señales de volver, después de entretenerme con cualquier cosa, le llamé y me confirmó lo que me temía.
*Llamada*
- Papá, ¿Tardarás mucho más?
- Lo siento Emma, hoy no llegaré se complicaron unas cosas en la oficina y tendré que quedarme.
- Pero preparé la cena.- dije en un tono un poco más bajo.
- Esto es importante, ya eres mayor y debes comprender, además ya solucionaste lo de tu ventana, ya no hay nada que temer. Nos veremos mañana.- y colgó sin dejarme responder más.
Tenía algo de razón, mi cumpleaños diecinueve se acercaba y yo seguía temiendo de mis pesadillas como una niña pequeña que teme al monstruo del armario .
Durante los meses de mi paranoia, él a pesar de no ser muy cariñoso, no faltó ni una sola noche a dormir para poder cuidar si yo necesitaba algo o despertaba gritando en medio de la madrugada, no le importaba cubrir días extras con tal de no faltar cada noche por si le necesitaba. Yo sabía que no era el padre más amoroso o tal vez en su momento me molestó su falta de atención, pero a su manera hacía lo mejor que podía por mí, y por ese hecho yo lo amaba. Al final, solo nos teníamos uno al otro y siempre sería así.
Cené sola esa noche, lavé mis trastos y dejé una porción servida para él en su lugar de la mesa para cuando volviera.
Subí las escaleras sintiéndome de nuevo en paz al ver la ventana cubierta con los colores aleatorios que decoraban la madera. Me preparé para dormir pensando que por fin podría descansar como no lo había hecho desde hace mucho tiempo, inclusive me sentía algo nerviosa y emocionada ante tal sentimiento de alegría.
Apagué las luces y dejé encendido el pequeño humidificador relajante que le habían recomendado a mi padre cuando estaba buscando una solución para mis insomnios.
Logré caer profundamente dormida cuando un sonido me despertó de golpe, encendí las luces y giré mi cabeza hacia la madera, que ahora estaba partida a la mitad sobre el piso de mi habitación, aun con todo el terror recorriéndome la sangre me acerqué a la ventana a ver qué había ocurrido.
Paré en seco cuando tuve la madera destrozada justo a mis pies, una mancha negra cubría parte de ella, una mancha similar a la que habría dejado la sangre de alguien que había roto la madera a golpes. Eso solo confirmaba mi teoría de que alguien estaba ahí.
La recogí del suelo y la puse a un lado para tirarla al otro día por la mañana, me sorprendía como había podido romperse si tenía un espesor bastante grueso, un golpe de puño jamás habría podido romperla. Sin querer darle más vueltas, solo volví a la cama.
Cuando ya estaba lista para volver a dormir, un chillido similar al de un cachorro herido me llamo la atención, así que volví a armarme de valor y me asomé por la ventana, no había nada, pero el ruido seguía y era más fuerte.
Por primera vez en mucho tiempo, dejé abierta la ventana y sobre el marco puse una pequeña botella de solución para heridas. Por fin descubriría quien me había molestado por tantos meses.
Volví a recostarme y fingí estar dormida en completa oscuridad, controlé mis impulsos de salir corriendo de la habitación y solo me quedé quieta sin moverme. De pronto, el ruido volvió, logré abrir lo menos posible los ojos y me encontré con la silueta casi humana de una mano tomando lo que había dejado en la ventana, ¿Acaso había funcionado mi plan después de tanto tiempo?¿Podía ser tan sencillo?
De la manera más rápida que pude corrí hasta la ventana pero cuando llegué hasta ella, la solución estaba de nuevo en el marco con un poco menos del contenido original y el ruido se había ido.
Mientras caminaba de nuevo a la cama, ocurrió lo que jamás antes.
-Es hora de dormir, Emma.-dijo una voz profunda masculina desde la ventana.
En ese momento no lo dude más y corrí hasta la habitación de mi padre, que aunque no estaba, para mí era un lugar seguro. Y ahí me quedé el resto de la noche sin poder dormir ni un minuto. Mi corazón estaba más que sobresaltado, pero sabía que debía controlarme, estaba poco de perder mi primer semestre de la carrera y tenía que dormir lo más posible para concentrarme en recuperarme y estudiar. Con ese pensamiento, al fin logré quedarme dormida pero sin descansar absolutamente nada.
Cuando amaneció por fin, me rendí y caminé hasta mi habitación para tomar mis cosas y darme una ducha antes de irme a la universidad como todos los días. Sin embargo, algo se sentía distinto, algo no estaba en su lugar y esa sensación no me gustaba.