Depredador

1: El Bajo Distrito

Aquella era una noche fría y oscura, como todas ahí en el Bajo Distrito. El cielo se iluminaba de rojo y los gritos se escuchaban por todas partes. Bestias sedientas de sangre devoraban a cualquiera que se cruzara con ellos. El canto de las balas era espantoso, resonaban en el cielo como rugidos de monstruos desalmados, acompañado de cuchilladas y fauces hambrientas. Una madre se escondía en su propia casa, protegiendo a su joven hija. El escándalo era impresionante para la pequeña de no más de doce años, quien se abrazaba asustada de su madre, cubriendo sus oídos y cerrando los ojos.

—Mamá, tengo miedo —sollozaba la niña.

—Shhh, está bien, ya pasará —la mujer respondía con la intención de que su voz y sus palabras le dieran un poco de tranquilidad a su hija.

En eso, el ruido de la puerta de la casa quebrándose, asustó a ambas. La niña gritó. La madre la abrazó fuerte contra su pecho esperando que el depredador que acababa de entrar no hubiera escuchado y se largara pronto. Pero la enorme bestia avanzaba con fuertes pisadas en su dirección, clavando sus garras en el suelo y observando todo con sus profundos ojos de fuego. La mujer logró ver a la bestia desde una rendija y abrazó con más fuerza a su hija, así la pequeña no lo vería. El monstruo rugió y con sus garras comenzó a rasguñar y arrojar todo lo que encontraba. La niña escuchó y empezó a llorar, estaba demasiado asustada. La madre, al ver que el depredador ya se había percatado de su presencia, alejó a su hija del pequeño cuarto donde ambas se escondías. El depredador no tardó demasiado en derribar la puerta. Sus brillantes ojos rojos se posaron en la pequeña familia y con pasos lentos pero fuertes se acercó, olfateando su sangre y saboreándola. La saliva escurría de su boca, dejando un rastro y emanaba un olor extraño pero muy fuerte.

La madre desenvainó una daga y le apuntó a la bestia, dispuesta a dar su vida por la de su hija si era necesario. La niña, segura de que iban a morir, escondió la cabeza en el hombro de la valiente mujer y se aferró a ella. Su madre miró directamente los ojos de la bestia, ya no quedaba una pizca de humanidad en su alma, estaba completamente consumido por la enfermedad. Su respiración era agitada, estaba sudando, su corazón retumbaba en todo su cuerpo y su mano temblaba, pero se mantuvo firme, preparada para hacer frente al depredador. La bestia abrió sus ojos grandes y a los pocos segundos, saltó sobre las dos mujeres. La madre empujó a su hija lejos del monstruo. Esta cayó lejos de su madre y el depredador. Se incorporó y volteó a ver a su madre, pero lo que vio fue espantoso. El cuerpo inerte de la mujer estaba cubierto de sangre, su mirada perdida y en su mano aún sostenía la daga. El depredador rugió y volteó a ver a la niña antes de encajar sus colmillos en el cuello de su madre. La daga cayó de su mano y terminó a unos centímetros de la niña. Esta la tomó rápidamente. El depredador se acercó a ella con sangre escurriendo de su boca. La niña se puso en pie y le apunto al monstruo con la daga mientras daba pasos hacia atrás. A continuación, el depredador se lanzó contra la niña, quien alcanzó a moverse a tiempo, pero aún así recibió un fuerte rasguño en el cuello que la hizo gritar. Inmediatamente salió corriendo de la casa, con una mano sobre la herida.

Afuera, la lluvia había inundado la calle, las personas corrían despavoridas y aterradas, los depredadores estaban por todos lados. Algunos tenían una apariencia más monstruosa que otros, pero todos sucumbían ante sus deseos de matar y descuartizar. La niña no sabía que hacer, lo único en lo que podía pensar, era en salir de ahí cuanto antes. Tambaleándose corrió a través de la calle, tratando de mantenerse en las sombras de esa oscura y sangrienta noche. Pero a donde quiera que fuera, los depredadores abundaban, y no tardaron en oler su sangre fresca. La niña corrió de nuevo, perseguida por al menos cuatro depredadores que no descansarían hasta haber probado su sangre y su carne. Todo estaba tan destruido y la lluvia era tan densa que las calles se habían vuelto irreconocibles y la pequeña había perdido el rumbo. Estaba en una zona que no conocía, o tal vez si, pero en ese momento parecía un sitio completamente diferente a lo que conocía.

Los depredadores la siguieron a través de las calles, casi logrando alcanzarla en algunas ocasiones, pero gracias a su pequeño tamaño, a ella le era fácil escabullirse y pasar por espacios muy pequeños. La desventaja era que los depredadores no se detenían por nada, destruían todo a su paso, autos, casas derruidas, tiendas y comercios. La niña siguió corriendo hasta que vio un bar que aún estaba en pie. Rápidamente se metió y buscó un sitio para esconderse de los depredadores. al ver que se acercaban, se metió debajo del mostrador con su daga en la mano. Se quedó callada y en completo silencio cuando escuchó como los depredadores entraban en el establecimiento. Sus resoplidos y gruñidos resonaban por todo el lugar y de vez en cuando arrojaban sillas o mesas fuera de su camino. Olfatearon cada rincón del bar. La niña juntó sus rodillas a su pecho y escondió la cabeza. Estaba rodeada por cuatro depredadores que tarde o temprano acabarían matándola y devorando su cuerpo. Era mejor que se quedara donde estaba así tal vez los depredadores pensarían que había salido por el otro lado y se irían, pero aún podían detectar su olor. Se llevó las manos a la boca cuando escuchó como un depredador se subía en el mostrador. Desde abajo, podía ver sus enormes garras, tan afiladas como espadas.

De pronto, un fuerte y estruendoso disparo se escuchó. El depredador rugió adolorido y a los pocos segundos cayó muerto del lado donde se encontraba escondida la niña. Más disparos resonaron y el resto de las bestias terminaron también muertas a manos de algún humano. Con curiosidad de saber quien era, la niña salió de su escondite, solo para encontrarse con la figura de un joven hombre inclinado sobre uno de los depredadores, sacándole la bala. La niña dio unos pasos en su dirección, pero se detuvo en cuanto chocó contra una mesa volteada que no había visto por la oscuridad. El hombre se volvió en su dirección. La niña apretó la daga con sus pequeñas manos y se quedó paralizada al ver como él se acercaba con pasos largos. Era muy alto y el tintineo de cadenas sonaba cada vez que se movía. El hombre se detuvo frente a ella, quien solamente pudo apuntarle con la daga mientras sus manos temblaban. El hombre apartó la daga con su dedo y miró a la niña por unos momentos. Luego se dio la vuelta y salió por la puerta del establecimiento. La niña corrió detrás de él.




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