Depredador

3: Recuerdos

Pasaron dos días desde que Silas había recogido a Syn en la noche de la matanza. Ella no había salido de la casa, todavía estaba asustada y temerosa de los depredadores. Además, seguía teniendo pesadillas en la noche y constantemente despertaba a Silas para que le contara alguna historia. Él jamás se negaba, cada vez que ella despertaba llorando le contaba algo nuevo sobre Nixstrike. En cuanto a su herida, ya estaba casi como nueva, unos cuantos días más y su piel se regeneraría por completo. Durante esos pocos días, Syn había logrado conocer un poco más a fondo a Silas. A pesar de ser un criminal buscado, realmente se preocupada por ella y por mantenerla segura mientras estuviera con él. Ambos se habían abierto más el uno con el otro. De vez en cuando ella le contaba cosas de su vida antes de esa noche.

—En mi cumpleaños, mi mamá siempre me llevaba a ver la luna roja, siempre había luna roja en mi cumpleaños. Mi mamá decía que por eso mi ojo derecho es de ese color, porque nací el día de la luna Roja —contaba la niña.

—¿Qué hay de tu otro ojo? ¿Tiene algún significado? —Silas le preguntaba.

—No lo sé, pero creo que es especial porque el verde es el color contrario al rojo, entonces se complementan. Lo sé porque mi mamá amaba pintar, y simpre me contaba sobre lo que hacía, las técnicas y los colores. Ella decía que pintaba porque cada color tenía un significado. De hecho... extraño sus pinturas... debe seguir ahí en casa... si es que los depredadores no las destruyeron —Syn habló con nostalgia.

—Si las pinturas siguieran ahí —Silas tuvo una idea —¿Te gustaría verlas?

Syn volteó a verlo con estrellas en los ojos.

—¿Te gustaría? —repitió él.

—Eso sería... increíble —dijo ella sorprendida.

—Alístate, te llevaré a tu antigua casa. ¿Recuerdas dónde está?

—Si, pero... ¿de verdad me llevarías? —ella no podía creer que él le hubiera ofrecido llevarla a ver las pinturas de su madre, tal vez incluso podría llevarse algunas.

—¿Te parece que estoy bromeando? Anda, ve, te veo aquí en cinco minutos —le instó él.

Syn salió corriendo a la habitación para agarrar algo con que taparse, ya que hacía mucho frío afuera. Antes de que pasarán los cinco minutos, estuvo de vuelta en la sala con Silas. Él le hizo la seña de que lo siguiera y juntos salieron de la casa. Bajaron por las escaleras después de cerrar bien la puerta. Una vez que estuvieron en el callejón, Silas le entregó el casco.

—Póntelo —le indicó.

Ella obedeció y se colocó el casco. Luego se subió a la motocicleta detrás de Silas. Este arrancó y manejó por las frías y oscuras calles del Bajo Distrito, tomando el mismo camino por el que habían venido el día de la matanza. En las calles, había un buen número de personas, al contrario de la noche en que Silas había encontrado a Syn. Después de un rato, llegaron a la calle del bar donde la niña se había escondido de los depredadores.

—¿Hacia dónde? —Silas le preguntó.

Syn se quedó mirando el establecimiento, recordando el momento en que le había pedido a Silas que no la dejara sola y la llevara con él.

—¿Syn? —él le tocó la rodilla para llamar su atención.

—¿Eh? Ah, sí, lo siento —ella volvió a la realidad —En la primera desviación a la derecha —explicó.

Silas tomó el camino que ella le había indicado, siguiendo por la misma calle hasta que esta se dividía en dos, así que tomó el camino de la derecha. En esa calle, todo estaba destruido y las personas se encontraban reparando o reconstruyendo sus hogares. Silas sintió una punzada de dolor al ver en que condiciones había quedado esa zona. Seguramente la casa donde solía vivir Syn estaba igual de destruido.

—¡Aquí es! —la niña exclamó, señalando un lugar cubierto de escombros.

Él se detuvo y Syn bajó rápidamente de la motocicleta quitándose el casco. Corriendo se dirigió a lo que solía ser la puerta de la casa, que ahora no era más que un agujero entre dos tablas de madera cruzadas y detenidas solamente por lo que quedaba de la estructura. La niña empujó las tablas para liberar la entrada, pero eran muy pesadas para ella. Silas acudió a ayudarla y con su fuerza logró dejar un agujero lo suficientemente grande para que un adulto pudiera pasar. Syn entró tan rápido como pudo. La sala estaba destrozada, la mesa partida por la mitad, los sillones desgarrados y todo el suelo estaba cubierto de pedazos de vidrio. Ella trató de ignorarlo, así que cruzó el lugar con los ojos cerrados y dio vuelta a la derecha en la última puerta, que era la única que quedaba en pie. Aquel pequeño cuarto era el lugar donde su madre pintaba. Estaba rodeado de ventanas ahora rotas. Lo único que quedaba en pie era el caballete con la última pintura realizada por su madre. Era simple, un paisaje de lo que podía verse por la ventana, un río de aguas negras y al horizonte la valla que dividía a los dos distritos, excepto que en la pintura era más bello. El río acarreaba aguas cristalinas y la valla había sido cambiada por una serie de montañas nevadas, el cielo era claro, despejado, a diferencia del domo oscuro y lleno de nubes que cubría todo el Bajo Distrito.

Syn se quedó con la mirada puesta en la pintura, era pequeña, pero transmitía un intenso sentimiento de nostalgia, el anhelo de un mundo idealizado que jamás podría ser, el dolor de una esperanza perdida y la impotencia de cambiar su hogar. Silas, al ver que la niña se encontraba perdida en sus pensamientos, decidió dejarla sola un momento y echar un vistazo a lo que quedaba de la casa. Casi todo estaba hecho pedazos, eran pocas las cosas que aún quedaban en pie. Al ver el diminuto tamaño de la casa y el evidente estado en el que se encontraba incluso antes de esa noche, se dio cuenta de que Syn y su madre realmente habían llevado una vida difícil, con apenas lo necesario para sobrevivir, y aun así, la niña le guardaba un profundo cariño a su hogar. Al entrar en lo que había sido una recámara, Silas encontró algo que llamó su atención, un pequeño marco roto que guardaba una fotografía de Syn y su madre. Ambas se encontraban en el estudio de arte y había sido tomada cuando Syn tenía apenas unos seis o siete años. Silas recogió la fotografía y la sacó del marco roto. Tenía que dársela a la niña. A continuación, salió de la habitación y se encontró con Syn sacando las pinturas del estudio. Algunas de ellas estaban rotas o dañadas, pero, afortunadamente, la mayoría estaban en buen estado. Cuando tuvo todas juntas en la sala, Syn empezó a seleccionar las que estaban completas y juntó las que estaban rotas para deshacerse de ellas.




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