Depredador

5: Hogar

Esa noche, Syn volvió a tener pesadillas. Una vez más los depredadores aparecían en sus sueños, asesinando y devorando a todo ser vivo que sus miradas de fuego pudieran detectar. Aquella sería la última noche que pasaría con Silas antes de que Buck viniera por ella para cuidarla, así que él le había concedido quedarse a su lado por última vez. Silas notaba como la niña temblaba y respiraba agitadamente por los horribles sueños que se desarrollaban en su mente, por lo que trataba de calmarla, aunque al poco rato las pesadillas regresaran.

—Hey, tranquila, estoy aquí —le decía al oído.

Sus suaves palabras tenían un efecto positivo, sin embargo, los sueños se repetían una y otra vez sin descanso. Llegó un momento en el que ella incluso comenzó a llorar, aunque sin despertar.

—Oye, tranquila, no pasa nada, estoy contigo —él susurró.

Inmediatamente, la niña sacó su brazo de entre las cobijas y lo extendió abriendo los dedos de la mano, como si intentara alcanzarlo. Silas acercó su mano y la niña la tomó, apretándola con fuerza para que no se alejara de ella. Él no pudo evitar sonreír un poco. Afortunadamente, el resto de la noche, Syn no se mostró tan inquieta, y de hecho, despertó antes que Silas. Sus ojos bicolores se abrieron cuando el sol ya brillaba sobre el cielo rojizo despejado. Le llamó la atención cómo la luz que se colaba por la ventana irradiaba sobre el cabello plateado de él. A los pocos minutos, este despertó y se encontró con la mirada bicolor de la niña.

—¿Dónde puedo pintarme el cabello? —fue lo primero que dijo ella.

—¿Qué? —Silas se incorporó —¿Para qué quieres eso?

—Quiero que mi cabello brille como el tuyo —explicó la pequeña.

—Mi cabello no brilla —él se pasó la mano por la cabeza.

—Claro que si. Con el sol —Syn aclaró muy segura de lo que decía.

—Bueno, pues en ese caso puedes decirle a Buck que te lleve. Hay muchos lugares.

—¡Excelente! —ella se levantó de un salto —Vamos a desayunar, muero de hambre —añadió enérgica.

—Dame... un minuto —él se tumbó en la cama de nuevo y se cubrió los ojos del sol.

Poco después, alcanzó a la niña en la sala, donde la pequeña ya se encontraba preparando algo de comer.

—¿Quieres ayuda? —le preguntó.

—No, yo puedo hacerlo —respondió ella.

Por el tono de su voz, Silas supuso que realmente quería hacerlo ella sola, así que se dejó caer en el sillón debajo de la pintura del lobo. Syn terminó la comida a los pocos minutos y se la llevó a Silas. Ese también era un platillo que la madre de Syn hacía, según contaba ella.

—Esta era la comida favorita de mamá, la hacía casi todos los días. Muchas veces yo le ayudaba, no sabes lo mucho que me gustaba despertarme y preguntar qué haríamos de desayunar. No teníamos mucho, pero disfrutábamos lo que teníamos.

Silas sonrió al escuchar la breve historia. Durante esos pocos días se había dado cuenta de que realmente disfrutaba escuchar a la niña contarle sobre su vida y lo que solía hacer con su madre en momentos especiales, así había podido conocerla un poco más a fondo. Además, Syn se había abierto con él, cosa que no sucedía muy a menudo, era una niña bastante introvertida, y se le notaba.

Cuando la tarde empezaba a llegar, Silas y Syn se encontraban juntos viendo la televisión. Silas tenía algunos asuntos pendientes que atender, pero había decidido dedicarle ese día a ella, escuchando atentamente lo que le contaba y dejando que se le acercara. En eso, se escuchó como alguien tocaba la puerta. Silas se levantó para dejar entrar a un hombre de mediana edad con algunas canas y apariencia amigable.

—¿Qué hay de nuevo, Silas? —él recién llegado preguntó estrechando la mano del chico.

—Nada fuera de lo habitual —Silas contestó.

Tímidamente, Syn se asomó por el respaldo del sillón con sus ojos bien abiertos de curiosidad. Silas le indicó que se acercara. La niña se levantó rápidamente de su asiento y se colocó detrás de él, con su cabello castaño cubriendo una parte de su cara. El joven la tomó suavemente del hombro.

—Syn, él es Buck, ha sido un socio de confianza por varios años. Cuidará bien de ti —le dijo.

La niña levantó un poco la mirada y se puso el cabello detrás de las orejas.

—Hola, soy Syn —habló todavía un poco tímida.

—¿Qué tal, Syn? —el hombre se agachó un poco para quedar a su altura —Oye, alguien me dijo que te gustan los lobos, así que te traje un pequeño obsequio —añadió.

La niña abrió grandes los ojos al ver la pequeña figura que Buck le enseñaba. Era un lobo con pelaje plateado y ojos amarillos, sentado con a cola enroscada al rededor de las patas. Ella lo tomó entre sus manos.

—¿Te gusta? —preguntó Buck.

—Es genial. ¡Me encanta! —exclamó Syn.

—Me alegro —Buck le hizo un cariño en la cabeza, a lo que ella respondió con una sonrisa —Entonces... ¿estás lista para irnos?

—Mhm —la niña asintió.

—Ve por tus cosas —le dijo Silas.

Syn salió corriendo en dirección a la recámara. Ahí recogió su ropa y el resto de sus cosas y las metió en su mochila, incluyendo las pinturas de su madre. Un par de minutos después regresó a la sala con todo listo.

—Bien, vamos, Syn —Buck le extendió la mano.

Ella la tomó y se colocó junto a él, mirando a Silas.

—Vendrás a visitarme, ¿cierto? —le dijo.

—Sabes que si lo haré. Solo espera, cuando menos lo pienses ahí estaré —él respondió y le alborotó el cabello.

La niña no pensó dos veces antes de abrazarlo, aferrándose a él con fuerza.

—También seguirás contándome historias, ¿verdad? —añadió.

—Lo haré, se paciente —Silas le dio un par de suaves palmadas en la espalda.

Syn se separó de él y con una sonrisa en el rostro agarró de nuevo la mano de Buck. Se despidió de Silas con la otra mano antes de salir por la puerta. Bajando la escalera, Buck la llevó hasta un auto negro. Ella se sentó en el asiento trasero.

—¿Lista? —dijo Buck desde el volante.




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