Después de lo que fue una eternidad para Syn, ella y Silas llegaron a la casa. El camino había sido más largo de lo que recordaba, o al menos así lo percibió ella. Sin decir una palabra, Silas ayudó a la niña a bajar del vehículo y la llevó adentro, asegurándose que nadie los hubiera seguido. Syn entró en el lugar con pasos lentos y la cabeza baja.
—¿Estás bien? ¿No te hirieron? —le preguntó él.
—Estoy bien —respondió ella negando con la cabeza s la segunda pregunta.
Su voz tembló, sonando apagada y como si estuviera a punto de llorar. La niña caminó lentamente hasta el sillón y se dejó caer. Cruzó los brazos en su abdomen y mantuvo la mirada fija en el suelo. Silas sintió una punzada de culpa al verla así, pero no sabía bien como reconfortarla. En cuanto él se acercó, Syn lo agarró de la muñeca y levantó la mirada. En sus ojos bicolores se reflejaba el dolor que sentía en su corazón.
—¿Por qué? —dijo, su voz quebrada —¿Por qué toda la gente que quiero tiene que morir?
Silas se agachó para quedar a su altura.
—Hey, esto no es tu culpa.
—¡Claro que sí! ¡De no ser por mí, Buck estaría vivo! —ella escondió el rostro entre sus brazos.
Silas suspiró y la tomó de los hombros
—Oye, nada de esto es responsabilidad tuya. ¿Me oyes? Nada.
—¿Pero, cómo supiste lo que pasaba?
—Recibí una llamada mientras estaba fuera. Buck me rogó que viniera por ti. Para ese momento... él estaba... muriendo...
Syn comenzó a llorar.
—Cuando llegué, tenía la esperanza de que aún siguiera con vida... pero los depredadores ya habían hecho su trabajo... —continuó él
—¿Qué hacían ahí? ¿Quién los envió?
—No lo sé... pero una cosa si es clara, él dio su vida para protegerte, Syn. Él luchó por ti hasta el último aliento.
—No lo merecía... ¡No lo merecía! Yo debía morir. Es a mí a quien quieren. Y ahora seguramente algo te pasará a ti también.
—Espera, espera, calma. Nada va a pasarme. Esta vez te quedarás conmigo.
—¿Pero, y si vienen por ti?
—Lo harán, créeme que lo harán. Pero estaremos preparados para eso. ¿Está bien?
La niña se talló los ojos y luego asintió. Miró los ojos de Silas. En su roja mirada había compasión y empatía, algo que pocas veces demostraba y normalmente mantenía oculto detrás de su fría personalidad. Con sus brazos le rodeó el cuello y se aferró a su cuerpo.
—No me dejes, Silas, por favor.
Dentro de él, una mezcla de sentimientos lo aturdía, de nuevo la sensación de que su duro corazón se ablandaba con el llanto de la niña. No sabía bien lo que había pasado, cómo la habían encontrado, pero estaba consciente de que la seguirían buscando sin descanso. Tenía que protegerla a toda costa.
Esperaron un par de días para regresar a la mansión, así estarían seguros de que los depredadores se habían ido. En esos dos días, ninguno de los dos había salido de la casa. Syn seguía asustada y pasaba la mayor parte del rato junto a Silas, se sentía segura estando a su lado. Ese día, ambos se prepararon para salir rumbo a la mansión. Estando ahí, percibieron un aura diferente en el lugar. Todo estaba muy callado, vacío, a diferencia de cómo se sentía antes. Las risas y conversaciones se habían terminado, dejando espacio a un silencio desolador.
—Ve por tus cosas —dijo Silas, seguido de un eco —Yo iré a echar un vistazo al sótano. Llámame si necesitas algo. Te veo aquí en veinte minutos, ¿ok?
—Claro —ella asintió.
A continuación, se dirigió a las escaleras y subió al segundo piso. Al entrar de nuevo en su recámara y verla después de esos dos días, una sensación de inquietud le inundó el cuerpo. Era como si un depredador se escondiera en las sombras, esperando el momento perfecto para atacar. Syn cerró los ojos un momento y respiró hondo. Cuando estuvo un poco más tranquila, abrió de nuevo los ojos y paseó su mirada por la habitación. Del armario sacó una mochila en la que metió su ropa y varias de sus cosas. También descolgó las pinturas de las paredes y las apiló sobre la cama. Revisó los cajones y compuertas, tomando las cosas más importantes. Entre ellas, la fotografía enmarcada con su madre. Se llevó sus películas favoritas, algunos libros, su peluche de lobo y unos cuantos juguetes. El resto tal vez podría recogerlo después. Luego de veinte minutos, tal como le había indicado Silas, bajó a la entrada, donde se sentó a esperarlo a él. Este llegó un poco después, cargando con varias armas.
—¿Quieres ayudarme con algo? —le dijo a ella.
—Mhm —la niña se incorporó.
—Lleva tus cosas al primer auto y regresa aquí. Nos llevaremos todas las armas.
—Claro, ya vuelvo.
Syn tomó sus maletas y rápidamente bajó al estacionamiento. Metió sus cosas en el primer auto, siguiendo las instrucciones de Silas. Era un gran vehículo negro que Buck utilizaba pocas veces. Regresando, ayudó a Silas a llevar las armas a la cajuela del auto. Le llamó la atención la pistola Escama de Dragón. La recordaba de su cumpleaños de trece años.
—Me sorprende que no se hayan llevado nada de esto —Silas la sacó de sus pensamientos.
—No creo que a un depredador le interesen las armas —señaló la niña.
—Pero los depredadores no venían solos. Alguien tuvo que haberlos traído.
—¿Quién?
—No lo sé. Habrá que averiguarlo. Por ahora llevemos esto a casa, puede que la mayoría de estas armas sean prototipos, pero igual son peligrosas. Tendremos que resguardarlas bien.
—Mhm. ¿Te ayudo con algo más?
—No, es hora de irnos.
Dicho esto, Silas le abrió la puerta del copiloto. Ella subió y se acomodó en el asiento. Silas subió al volante y poco después arrancó el auto. El negro vehículo salió del estacionamiento en dirección a la reja de la entrada. Antes de salir, Silas o detuvo para meter su motocicleta en la cajuela. Hecho esto, regresaron a casa, dejando atrás una vez más la enorme mansión.
—¿Vendremos otra vez? —inquirió Syn.
—Claro. Aún tenemos que revisar algunas cosas. Además, con todo esto, supongo que tendremos que cambiar de residencia de vez en cuando.