Depredador

18: Memorias de una cazadora

Syn corrió tan rápido como sus piernas se lo permitían, alejándose de la frontera con el Bajo Distrito. Un enorme campo que parecía no tener fin se extendía frente a ella. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué era lo que realmente buscaba? No lo sabía, pero estaba consciente de que tenía que continuar su camino. Estaba hecho, había abandonado el Bajo Distrito, y ahora que se encontraba del otro lado, no podía pensar en otra cosa que no fuera seguir adelante. Sin embargo, no sería tan fácil como ella pensaba. Con sus sentidos bien agudizados por la adrenalina, escuchó como un par de autos se acercaban. Rápidamente echó un vistazo. Efectivamente dos grandes vehículos venían hacia ella con la intención de bloquear su camino. Ella tuvo que frenar en seco cuando uno de estos vehículos la rebasó y se colocó frente a ella. De este se bajaron varios oficiales y apuntaron a la chica con sus armas. Ella apuntó también con su Escama de Dragón.

—Baja el arma ahora —dijo uno de los oficiales.

Syn lo fulminó con la mirada, pero sabiendo que estaba rodeada y no tenía forma de salir de esa, decidió bajar su arma. La dejó en el suelo y levantó las manos. Los oficiales le quitaron el resto de las armas que traía y la forzaron a subir a uno de los vehículos. La llevaron a un lugar rodeado por rejas altas electrificadas, las cuales se abrieron para dejar pasar al auto. Una vez que estuvieron dentro, los oficiales tomaron a la chica de los brazos y la hicieron bajar. Ella estuvo a punto de caer gracias a la brusquedad de aquellos hombres, pero logró mantenerse en pie.

—Enciérrenla con los otros jóvenes —ordenó otro oficial.

Ella le lanzó una mirada hostil, pero no tuvo más remedio que dejar que la llevaran adentro de las instalaciones. Estas eran oscuras y estaban bastante desgastadas. Syn no tardó en darse cuenta que era la prisión donde encerraban a todos aquellos que intentaban cruzar la frontera entre ambos distritos. ¿Pero iba a dejar que la encerraran ahí el resto de sus días? Por supuesto que no, no estaba dispuesta a pasar su vida en una celda como si fuera una especie de animal salvaje. De un momento a otro, empezó a forcejear con los oficiales. Estaba desesperada por soltarse y salir corriendo de ese lugar. Para su mala suerte, uno de los hombres le torció el brazo y la obligó a poner sus rodillas en el suelo. La chica se quejó por el dolor en su brazo.

—Niña ingenua, más vale que te comportes —le espetó el oficial.

A continuación la obligaron a ponerse en pie de nuevo mientras le sujetaban ambas manos en la espalda. A empujones y jalones la llevaron a un ascensor que conducía a los sótanos. La chica no supo cuántos pisos bajaron, pero estaba segura de que al menos habían sido unos tres o cuatro. En cuanto las puertas del ascensor se abrieron, los oficiales empujaron a la joven y la llevaron a a través de un largo pasillo lleno de celdas. Entre los barrotes, los prisioneros gritaban todo tipo de cosas al ver a los oficiales. Todos estaban en pésimas condiciones, sucios y tan delgados que hasta se les notaban los huesos debajo de la piel. Syn se horrorizó al ver esto y empezó a luchar de nuevo. Los hombres que la sujetaban apretaron su agarre y la forzaron a seguir caminando en contra de su voluntad. Llegando casi al final del pasillo, arrojaron a Syn a una celda oscura y cerraron la puerta de golpe. Syn se levantó inmediatamente y se agarró de los barrotes.

—¡No, esperen! ¡Oigan, no he hecho nada! ¡¿Es un delito buscar una vida mejor?! ¡Déjenme ir! —gritó desesperada.

Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, cayendo lentamente por sus blancas mejillas.

—Por favor... no puedo estar aquí —lloró la chica.

—No lograrás nada rogándoles, ya lo intenté —dijo una voz que sonaba familiar.

Syn se volvió en seguida y se encontró con un antiguo rostro conocido. Era Zenith, quien estaba recargado de una de las paredes de la celda, envuelto en la oscuridad de aquel lugar. A su lado aparecieron también Zed y Rhea, esta última con una expresión de desagrado por la presencia de Syn.

—Ustedes... —murmuró la castaña.

—Tranquila, no te haremos daño, aprendimos nuestra lección —Zenith trató de mostrarse amigable con la chica.

—Habla por ti —le espetó Rhea.

Zenith hizo una mueca y entornó los ojos.

—Discúlpala, nos insulta a nosotros todo el día.

Syn desvió la mirada, algo incómoda por estar con las personas que hace tiempo habían tratado de hacerle daño.

—Hemos cambiado, lo prometo —Zenith se acercó a ella, dejando que la escasa luz iluminara su cuerpo desnutrido.

Notó como la chica daba un paso atrás al verlo en ese estado tan deplorable. Con su ropa desgarrada, sus costillas resaltaban su flacura y su rostro parecía el de una calavera. Syn llevó su mirada a los otros dos. Zed estaba prácticamente en las mismas condiciones y Rhea era la que se veía más sana, pero aun así la falta de alimento y cuidados era evidente.

—¿Llevan aquí todo este tiempo? —preguntó Syn.

—¿Qué no se nota? —respondió Rhea —Por culpa de Silas hemos tenido que sobrevivir en esta pocilga por quien sabe cuánto. Juro que si vuelvo a verlo voy a...

—No lo volverás a ver —Syn la interrumpió.

—¿Qué? ¿Crees que estaré aquí para siempre? Déjame decirte algo, mocosa. Yo jamás...

—Silas está muerto.

Rhea abrió la boca para decir algo más, pero las palabras simplemente no emergieron.

—No es cierto —Zenith se llevó las manos a la boca.

—Lo es. Todo fue obra de Remus —continuó Syn.

—¿Silas? ¿Muerto? —Zed habló, su voz rasposa y entrecortada.

—Era una noche como todas, Silas tuvo que salir, le tendieron una trampa. Luego vinieron por mí, apenas pude escapar —la castaña explicó.




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