Depredador

26: Memorias de un depredador

―No te muevas, las heridas siguen infectadas ―Syn dijo mientras limpiaba la sangre alrededor de las heridas de Silas.

Él apretó los puños y cerró los ojos, tratando de no quejarse por el dolor. La herida de su abdomen no había dañado nada interno, pero era profunda, al igual que el resto de los rasguños en su cuerpo.

―¿Podrías ser un poco más cuidadosa? ―protestó cuando la tela húmeda que usaba ella para limpiar la sangre rozó su herida.

―Me ayudarías mucho si no te quejaras ―Syn retiró la tela de la zona lastimada.

Posteriormente aplicó el desinfectante antes de tomar vendas limpias y colocárselas alrededor del torso. Silas se relajó cuando la chica terminó su trabajo.

―¿Cómo están tus rasguños? ―le preguntó él.

―No son gran cosa ―Syn respondió ―Sanarán pronto, ya me conoces.

Cuando estaba a punto de levantarse del sofá, Silas la tomó de la muñeca, impidiendo que se fuera.

―No te descuides por el estar al pendiente de mí, ¿entiendes? Prométemelo ―le dijo.

―Te preocupas mucho por mí ―Syn mostró una ligera sonrisa.

―Tal vez seas inmune a los depredadores, pero no eres inmortal ―continuó él.

―Ya, tranquilo, me estoy cuidando también. No te angusties ―ella volvió a sentarse a su lado y suspiró ―Por cierto, creo que hay algo de lo que debemos hablar.

Silas había ocultado el temor de que ese momento llegará, el momento en que tendrían esa conversación tan difícil. Incómodo, desvió la mirada y empezó a mover los dedos, acción que siempre lo delataba cuando estaba nervioso.

―¿Dónde estuviste, Silas? ¿Cómo es que no pude encontrarte? Te busqué tanto... ―la voz de la castaña se ensombreció.

Silas soltó un suspiro. No quería responder a esas preguntas, sentía que se le formaba un nudo en la garganta. Se quedó en silencio, con la mirada perdida, su mente divagando entre recuerdos.

Entre el humo de la explosión, atravesando los escombros, Silas avanzó agarrándose la herida del depredador. Sus piernas estaban débiles y su visión se nublaba. La sangre de la herida escurría desde su costado hasta sus piernas. Trastabillando, logró salir de ese espacio tan pequeño a otra habitación sumida en el humo y completamente destruida. Se apoyó un momento en la pared para descansar. Se obligó a si mismo a mantenerse en pie y no caer, pero al contrario de lo que pensaba, no estaba solo. Mientras recuperaba el aliento, una sombra emergió de atrás y le dio un golpe en la cabeza. Antes de desmayarse, Silas alcanzó a ver la silueta de un hombre con una máscara y una pistola en la mano. Luego de eso, todo se volvió negro.

Silas recobró la consciencia horas después. Se dio cuenta de que estaba en un lugar oscuro y desconocido, sumido en la penumbra. Cuando intentó levantarse, se percató de que sus manos estaban encadenadas a una columna de metal, así como su torso; además, un par de grilletes apresaban sus tobillos. Silas probó las cadenas, eran gruesas y estaban bien ajustadas, perfectas para contener a un depredador. Esto último lo hizo recordar su herida, ya no sangraba tanto pero aún era sumamente dolorosa. Cayó en la cuenta de que ahora él también era un depredador gracias al rasguño en su costado.

Todo había sido una trampa, la llamada urgente había sido solo un distractor para capturarlo y probablemente también a Syn. Horas atrás, él había llegado a un edificio abandonado donde supuestamente debía resolver un problema, pero no tenía idea de lo que iba a suceder. Los depredadores habían atacado y lo habían convertido en uno de ellos. Pero eso no era lo que más le preocupaba; no tenía idea de dónde estaba Syn. Alguien debió de haber estado buscándola y había planeado todo eso para llevársela. Angustiado por lo que podría haberle pasado a la niña, Silas forcejeó con las cadenas. Sus músculos hicieron todo el esfuerzo posible por liberarse, pero estaba bien atado.

—Vaya, vaya, Silas —una voz conocida irrumpió en la oscura habitación.

—¿Quién carajos eres? —gruñó el chico.

De las sombras emergió la figura de un hombre que conocía desde hace tiempo, enemigo suyo. Era de más o menos unos treinta años, castaño y de ojos rasgados. Silas forcejeó de nuevo con las cadenas que lo apresaban.

—Eres bueno para esconderte Silas, lo admito, pero tienes que reconocer que somos buenos encontrándote. Ahora, Silas, vas a decirnos todo lo que queramos, ¿entendido? —el hombre se acercó a él y le levantó un poco la cabeza con su cuchillo.

—Jódete —Silas escupió.

Con esto solamente se ganó un golpe en el rostro por parte del otro. Silas pretendió no importarle y clavo sus ojos escarlata en su enemigo.

—Dime... Silas... ¿Dónde está la niña? —este se paseo por el oscuro cuarto.

Silas sintió un gran alivio al escuchar esa pregunta, pues significaba que de alguna manera Syn había escapado.

—No sé de qué hablas —contestó.

—Por supuesto que lo sabes. La niña con... inmunidad a los depredadores.

—No conozco a ninguna niña.

El hombre se acercó de nuevo a Silas y bruscamente lo agarró del cuello, apretándolo con una mano.




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