Ambos se quedaron despiertos toda la noche, o lo que parecía ser la noche por la falta de actividad en el sótano. No se separaban el uno del otro, sus manos estaban entrelazadas y sus cabezas recargadas en la reja.
—¿Crees que los chicos estén bien? Raphel… Zayden… Xever… Caine… ¿Crees que estén juntos? —preguntó Syn con la mirada perdida.
—Eso espero. No están aquí, así que… supongo que están bien —respondió él.
—Me alegra que… cuando llegaste aquí… los hayas encontrado. Así al menos no estuviste solo.
—Ellos me ayudaron más de lo que podría pagarles.
Syn sonrió al escuchar eso.
—Silas…
—Dime.
—¿Qué haremos… si es que logramos salir de aquí? —ella llevó su mirada en dirección a él.
—Creo que... deberíamos regresar... regresar al Bajo Distrito. Los cazadores no dejarían de buscarnos y sería más fácil escondernos allá —él acarició su mejilla.
—Tienes razón. Mientras estemos juntos... no me importa a dónde vayamos.
Antes de que Silas pudiera responder, la puerta de su celda se abrió. Los cazadores habían regresado. El depredador se puso de pie cojeando, aun tomando la mano de Syn.
—Miren eso, la cazadora y su fiel mascota —Zephyr se burló.
—Haz lo que quieras conmigo, pero no te atrevas a hacerle daño a ella —contestó Silas.
—Calma, no seré yo quien le haga daño.
El cazador entró con una jeringa en mano. Dentro de esta había un líquido rojo que brillaba en la oscuridad.
—¿Te gusta? Es una nueva versión del Elixir. Aún no la hemos probado completamente —continuó Zephyr.
Silas le mostró los colmillos.
—Ya que eres un depredador con características particulares, pensé que podrías ayudarnos a ver sus efectos.
—Aléjate.
—¿Qué? ¿Tienes miedo?
—¿Por qué no cierras esa puerta y resolvemos esto a la manera tradicional?
Zephyr rio.
—Aún no recuerdas nada, ¿cierto? Si lo hiciéramos cómo tú dices —el cazador lo inmovilizó contra la pared con extrema facilidad —No saldrías vivo, Silas.
Éste trató de empujarlo, pero la fuerza de Zephyr era descomunal, como la de un depredador. Silas alcanzó a ver un ligero resplandor rojo en los ojos de su enemigo que le llamó la atención, pero justo cuando iba a decir algo al respecto, Zephyr le clavó la aguja en el cuello para inyectarle la sustancia.
—¡No! —Syn gritó aferrándose a las barras.
Zephyr empujó a Silas y salió de la jaula, cerrando la reja. Silas se agarró el cuello. Su visión se nubló poco a poco al mismo tiempo que el rojo de sus ojos se volvía más intenso. Se miró las manos, sus dedos se convertían en garras, escamas emergían de su piel, sus colmillos se volvían más afilados. Sus sentidos se agudizaron, su oído, su olfato, podía percibir hasta el más mínimo movimiento. A diferencia de las veces anteriores, el proceso era doloroso, resultado de la nueva fórmula.
—¡Silas! —la voz de Syn resonó en su cabeza pero no podía reconocerla —Silas, puedes controlarlo, no dejes que te consuma. ¡Escúchame, estoy aquí, estoy contigo! ¡No lo dejes fluir, tienes que controlarlo!
El depredador soltó un grito y cayó al suelo de rodillas. Sus músculos resaltaban con cada respiración.
—Tranquilo, aquí estoy. No iré a ninguna parte sin ti. Tranquilo, tranquilo.
Justo cuando parecía que se estaba calmando, el impulso de matar se apoderó de él. Silas se abalanzó contra la reja. Syn se alejó rápidamente, esquivando un rasguño.
—¡Ja! Ahí estás —exclamó Zephyr.
Silas se fue contra él y de no ser por la reja, lo hubiera alcanzado. El cazador estaba a una distancia perfecta para no recibir ningún ataque. El depredador rasguñó las paredes, dejando marcas de sus garras.
—Vamos ataca —masculló el otro.
Silas clavó sus garras en los barrotes de la reja divisora y comenzó a empujarla una y otra vez con el objetivo de derribarla. Quería sangre y Syn era la fuente más cercana. Él se desesperó al no poder derribarla, así que usó sus garras para romperla. Syn, con pasos lentos, se alejó hasta que sintió la pared en su espalda.
—Tú… —rugió él.
—Ahí está un verdadero depredador —dijo Zephyr.
—Silas, por favor, no quiero ver cómo te transformas en un monstruo —Syn trató de calmarlo.
—Monstruos… así nos ven todos —él gruñó.
—Déjame ayudarte, Silas.
—Déjame probarte… déjame probar tu sangre.
La joven reparó en una cadena con grilletes que colgaba del techo de la celda. Se movió cuidadosamente de lugar para guiarlo hasta allá. Él intentó atacarla, pero con un rápido movimiento, la chica logró apresarlo.
—Tienes miedo… —le dijo él.
—No, sólo trato de controlar a la presa.
—¿Presa?
—Es en lo que quieren convertirte.