Depresión de una Estrella

Capítulo II: Lluvia entre desconocidos

El viento estaba intenso, tal vez llovería pero no me importó. Me dirigí hacia el jardín y una lágrima intentó escapar de mis ojos, no me sentía bien porque mi papá estaba cumpliendo seis años de muerto. Me senté en una banca. Frente a mí se encontraba una fuente de colores y a mi izquierda una casa para plantas. El ambiente estaba en perfectas condiciones, pero mi corazón, no. Luego de cinco minutos en soledad, llegó un chico desconocido.
Él volteó la cara al verme, como si estuviera intentando tapar el pedazo del sentimiento que se reflejaba en su rostro: tristeza. ¿Por qué esa emoción debía estar presente en nuestras vidas? Necesitaba que me dieran la receta para erradicarla, de esa forma; no tener que sufrir por nada. Me gustaría que todo fuera como cuando somos pequeños: sin preocupaciones y ver el mundo sin maldad con los hermosos ojos de la inocencia.
—¿Problemas? —pregunté, imprudentemente.
Me observó atentamente y yo hice lo mismo. Contemplé sus desconsolados ojos, los que querían decirme algo que me costaba descifrar. No sé por qué me dio la impresión de que era algo como: "no me veas, o bien hazlo, pero sácame de aquí". Si ya tenía el alma rota, ahora era muchísimo más.
Me dieron ganas de abrazarle. Y de decirle que, a pesar de lo que le pasaba, podía contar con una desconocida. Si le urgía una amiga para que le escuchara y le hiciera sentir importante, estaba a su orden y disposición.
—Quizás—respondió, con voz quebrantada. Aunque aun así se le escuchaba fuerte.
Dirigió su vista a un lugar no específico. Entonces, le miré de manera más profunda e intensa: parecía que en sus labios jamás estuvo dibujada una curva, su iris color azul aguamarina reflejaba un mar de lágrimas. Todos los dolores del mundo; estaban ocultos en un rostro, un cuerpo, una persona.
Apretaba los párpados para que no saliera el llanto, seguidamente de los puños; pero el color rojo de su nariz no secundaba la idea. Probablemente, ese hermoso jardín era su lugar de desahogo, pensamiento que compartíamos. Es que, metafóricamente, el ambiente tenía un letrero que expresaba tranquilidad. Creo que fue hecho con la intención de curar almas, aliviar corazones, recordar y olvidar lo que nos atormenta.
Siempre de entrometida dije lo primero que se me vino a la mente: —Lo que te ocurra puedes contármelo. Sé que no nos conocemos, aunque pensándolo bien así es mejor porque nunca te volveré a ver y no te podré juzgar.
¿De dónde saque eso? ¿Puede ser que duela igual o peor? Solo las personas que no tenemos vergüenza le decimos a un desconocido que nos cuente sus problemas personales.
—¿Qué consejos podrías darme? Si los dos estamos completamente destruidos.
Allí entendí todo. Tenía razón, no podía darle un consejo alentador si me siento igual o peor que él. Mejor dicho, sí, sí podría hacerlo. El chico no quería contarme y era lo suficientemente inteligente para decir que no de una manera que no se notase. ¡Qué envidia! Ojalá tuviera un intelecto así porque hubiese evitado muchas cosas.
Otra lágrima corrió por mis mejillas.
—¿Cómo te llamas? —preguntó, regalándome una sonrisa falsa.
Fruncí el ceño, creí que no quería hablar conmigo. ¿Pensaba que estábamos en algún tipo de juego? Hasta donde sabía éramos adultos. ¿O era yo la que me estaba trabando sin razón?
—Sol Fuentes—dije, sonando mi nariz.
Me miró como si ya me conociera, sin embargo, no pronunció nada. Tenía la curiosidad de saber su nombre. Una parte de mi mente me decía que era conocido, pero la otra no manifestaba seguridad.
—¿Tú? ‒rompí el silencio. Llevé mis manos a mis mejillas con la intención de secar las lágrimas.
—Gabriel Campos—murmuró, tan bajo que apenas pude oírle.
¡Vaya! Si lo conocía, sus padres eran los dueños de la mansión en donde vivía. Él era egresado de una muy buena universidad del extranjero, no sabía en qué momento llegó al país. Por otro lado, las personas que tenían mucho tiempo trabajando en esa casa, incluyendo a mi madre, decían que el sí era centrado, no como el insulso de su hermano Alexander.
Qué placer conocerle en persona. Era mucho más guapo de lo que creía.
—¡Oh! He oído de ti, pero ¿tú me conoces? Me da la impresión de que te resulto familiar—hice una pregunta estúpida.
Me miró con una cara de: "¿te has vuelto loca?". Suspiré y recordé que me prometí pensar muy bien lo que diría para no tener que pasar por un momento embarazoso, como era lo usual.
Por un momento olvidó el llanto y carcajeó. Me ruboricé de la vergüenza, pero, en el interior, sonreí con ternura, me daba gusto que los demás estuviesen felices.
—Mi hermano Alexander, me decía que estaba enamorando a una chica llamada Sol Fuentes—dijo—. Hola, cuñada.
Mis ojos se abrieron con asombro, al mismo que tiempo que se me escapó una risa. Espero que el decirme "cuñada" de una manera hilarante fuera indicio de que estaba consciente que entre su hermano y yo, no era posible ni una amistad. Sin embargo, se me hacía extraño que Alexander le hablara de mí a Gabriel, ¿acaso le platicaba de todas? De ser así, duraría la mitad del día conversando, cosa que haría que el otro chico no me recordara.
¡Ay! Debía dejar de sacar conclusiones bobas que no me llevarían a nada.
—Dime, cuéntale a un completo extraño: ¿Por qué llorabas? —miró hacia el cielo para luego dirigir su vista hacia mí—. Eres muy bonita para sufrir.
Asentí, levemente. Agradecía por el cumplido, pero no me interesaba enamorarme. Ya mucho tenía con lo de mi papá para darle pie a un extraño de que me rompiera el corazón. No, no y no.
Sus ojos estaban iluminados, podía ver una cascada abundante a través de ellos. Su cabello café, era meneado por el viento, pues se acercaba una fuerte tormenta. Aproximadamente media 1.80m, su contextura era normal y lo que más me gustó fue su cara fría, como mis sentimientos.
En cambio yo, media uno 1.65m, mi piel era un poco más oscura que la de él; mis ojos eran grandes y mi iris verde; para mi edad era delgada; mi cabello era lacio hasta la axila de largo y color de oro. Mi rostro parecía de bebé recién nacido, mis amigas lo calificaban como: tierno.
—Quizás extraño Caracas, nada más—mentí, volviendo a entristecerme.
Las ganas de preguntarle el porqué de su tristeza me estaban dominando, pero tenía algo llamado dignidad que quedaría en el suelo si otra vez se negaba a decírmelo. Decidí ignorar a la curiosidad que me imploraba hacer semejante locura y seguir mirando al suelo con la intención de no pensar en eso.
—Seamos amigos, ¿Cuántos años tienes? Yo veinticuatro—musitó, con voz meliflua.
—Veintiuno —manifesté, acomodando mi cabello.
—¿Tu madre se enfadará? Sé que eres mayor de edad, pero pareces de quince, sin ofender.
Me encantaba su timbre de voz porque era muy peculiar; lo apreciaba como una mezcla de lindura y fortaleza. Creo que me fijé tanto en el tema que no me di cuenta de que me trataba de decir que parecía menor, cosa que no creía; o tal vez, sí. Mis amigos ya me lo habían dicho, pero fulminarlos con la mirada era suficiente para sacármelos de encima.
—No, no le importa, en verdad jamás le interesó.
Medité muy bien esa respuesta, quería que fuera dramática y que le intrigara mi vida, así tendría un poco de su propia medicina. Me miró fijamente y después al cielo, pues la tormenta se acercaba, por su peculiar color gris y el aire tan fuerte que nos arropaba.
—Eso fue intenso, sin embargo, no es mi problema—alzó las cejas.
Mordí mis labios. Esa no era la respuesta esperada, pero bueno, ya no tenía importancia.
El cielo rugió y luego de un tiempo comenzó a llover a cántaros. Es increíble que a ninguno de los dos le importara, nos quedamos ahí mojándonos, y sin mostrar preocupación de enfermarnos. Quizás estábamos contentos porque nos encontramos el uno al otro, o nuestra tristeza era tan rústica que todo lo demás pasaba a un segundo plano. ¡Ah! Adiós a las suposiciones negativas, la alegría puede más.
Cerré los ojos y sonreí, ¡Dios! Me sentía muy bien. Encajaba a la perfección el término: feliz.
***
El frío invadió mi cuerpo, a pesar de los tres edredones que me abrigaban. Olvidé cerrar la ventana de la habitación. Bostecé, estiré mis brazos y vi a través de ella, estaba lloviendo torrencialmente. La cerré, bajé las cortinas y volví a la cama.
Tomé mi celular y lo revisé. ¡Cielos! No recordaba que esa noche tendría una cita con un amigo, así que iría a la peluquería y a comprar ropa. Seguramente no le di importancia porque al día siguiente me postularía para una universidad local, no me quedaría en Mérida por más de tres meses, pero no iba a rechazar ninguna oportunidad. De todas maneras, por estudiar nada se pierde.
No me apetecía levantarme, la pereza me estaba dominando. Alcé mi vista para ver la hora, el reloj marcaba las 6:52 a.m.
«Voy a arreglarme para ir a la peluquería, de lo contrario, se me hará más tarde» pensé.
Me consideraba una persona puntual. No soportaba un «llegaste tarde» o un «¡Oh bien, mejor tarde que nunca!» porque la puntualidad es la clave si se quiere dar una buena impresión, según mi padre. La persona que más llegué a amar en el universo. Lágrimas traviesas amenazaban con salir de mis ojos, ante su recuerdo. ¡Qué falta me hacía!
Me coloqué un gorro de ducha, me quité las pantuflas y la ropa que llevaba encima. Abrí la puerta del baño y la regadera. En menos de diez segundos, percibía el agua caliente recorrer mi pequeño cuerpo. Extraordinariamente ya no estaba triste, ahora pensaba en iris aguamarina, el mismo color de mi champú.
Llegó a mi mente una persona. Gabriel, Gabriel Campos. Sentí que mis mejillas se sonrojaron solo con el recuerdo de que me vio llorar. ¿Por qué tuvo que ser él? No lo conocía bien, pero, por el comportamiento de su peculiar familia, no parecía ser de esas personas que se enteraban de algo y lo callaban, más bien, si podían añadirle un toque adicional no lo pensaban dos veces. ¿En qué lío me metí? Si lo que pasó llegaba a oídos de mi mamá, se enfadaría, según ella, llorar por papá era una pérdida de tiempo. Aunque no me importaba si se molestaba, de todas formas, pronto me iría.
Salí del baño, abrí mi closet y entré en un dilema. No sabía si colocarme el vestido morado con la abertura más abajo del cuello o el top rosado que parecía un sostén. Definitivamente el top. También añadiría jeans ajustados, zapatos converse negros y una cadena de oro de la Virgen María. No fue mala elección, era ropa común, en un día normal.
Me quedaba un poco de tiempo, así que abrí Facebook para distraerme. Observé una foto de Ángeles en la playa, me sorprendió lo mucho que creció, pero más los comentarios. Un chico con aspecto de motociclista de película vieja le dijo que se veía hermosa y que le extrañaba muchísimo, ella le respondió que le amaba y que pronto se verían para contarle lo que le había pasado. ¿Mi hermanita pequeña con novio? Eso sí que no me lo esperaba.
Aunque suene loco, mamá me prohibió hablar con Pilar, Ángeles y cualquier persona de Caracas, los primeros días eso no fue un impedimento para mí; pero después les llamó uno por uno con amenazas. Ahí, dejé de escribirles y llamarles.
No le daba me gusta a ninguna publicación de mi hermana, de ese modo, no se acordara de que me tenía agregada en esa red social, y no optara por bloquearme.
Salí de mi habitación, dejándola cerrada en su totalidad. No quería que Isabel entrara a limpiar y botara mis cosas que, según ella, no servían o eran inútiles.
Me dirigí a la salida de la mansión Campos García y por un segundo la contemplé y la analicé: tenía dieciséis habitaciones cada uno con su respectivo baño, la sala era excesivamente hermosa en el centro de esta colgaba un candelabro que lograba decorarla como un castillo. La puerta se podía llamar grande, las franjas de cristal azul le daban un toque espectacular.
Terminada mi observación, caminé hasta la parada de autobús. Fui con temor, porque el viento aún seguía fuerte y si llovía, no me sería muy agradable como lo había sido unos días atrás. Al fin, llegué sin ningún inconveniente.
A mi lado se encontraban dos personas, esperando: un chico y una chica, de buena apariencia. El hombre se me quedó mirando con intriga, y hasta pudo intimidarme. Intenté hacer lo mismo, pero logré un rubor en las mejillas. Al minuto, se detuvo un autobús, rápidamente me subí y ellos dos se quedaron.
¡Qué miedo, creí que iba a robarme!
***
Halé la puerta de cristal de la peluquería. Amablemente, una señora me recibió y me indicó un asiento para esperar mi turno. Jugaba con mis dedos, necesitaba un esmalte, no me podía decidir de cual me gustaba más entre: azul pastel y lila. Pero el azul aguamarina, aun sin estar dentro de las opciones, fue el ganador, por un proceso no democrático.
Sí, Gabriel Campos estaba allí y me miraba fijamente. Lo acompañaba una hermosa chica de tez clara, cabello rubio con un contraste de rosa, su iris era verde, estatura promedio y maquillaje perfecto. En ese momento, el dueño de su mirada era su teléfono, a decir verdad, el último del mercado. Era de dinero.
Parecía que la vida me castigaba. Quería que la tierra me tragara y me escupiera en cualquier lugar lejos de ahí.
—Bebé—le dijo a Gabriel. Su voz era encantadora—. ¿Qué tal éste conjunto? —le mostró su teléfono.
Gabriel acariciaba sus manos. Muy a menudo nuestra mirada comunicaba. Sin embargo, no me dirigió la palabra. ¿Qué rayos se creía? Yo no era igual a las chicas de las que se rodeaba.
—Este, bebé—me dio una mirada pícara al decir lo último.
Un signo de interrogación se plasmó en mi cara. ¿Acaso creía que me gustaba? Carcajeé por dentro. Pobre de él, nadie nunca le advirtió como era Sol Fuentes, así que le tocaría estrellarse y perderse luego.
—Sara Fernández—se escuchó un nombre.
La mujer que estaba al lado de Gabriel se levantó, evidentemente era su turno en el salón de belleza. Posteriormente, él se sentó a mi lado sin decir nada. ¿Qué quería? Pasé las manos por mi cara, mostrando sentirme extenuada, no deseaba seguirle el juego.
Me miraba atentamente como si buscara algo. Nuestros ojos se encontraron y las palabras sobraban, porque entre ellos se comunicaban. Pude leer que se divertía viéndome y para ser exacta me intimidaba. Sentía la necesidad de hablar, pero, por una extraña razón, nada más que balbuceos salían de mi boca. Él reía ante ese acto.
Mi traviesa mirada se dirigió a mi brazo derecho donde yacía aquel característico lunar que solo mi padre y yo teníamos, lo contemplaba con amor como si él estuviera presente a través de él. Ese perfecto punto marrón era, casi, lo único de mi papá que llevaba conmigo. Otra mirada sobre este me hizo reaccionar. No me había dado cuenta de que Gabriel, estaba a mi lado observándola también, rápidamente escondí mi brazo y vi su rostro, estaba petrificado.
—Fuentes—pronunció mi apellido la chica del mostrador. Me retiré de mi asiento con la vista hundida en el chico.
***
—Me encanta el negro—añadió—. Como el color de mi blazer y tu vestido.
Le respondí con una sonrisa de oreja a oreja.
—Miguel, no tienes que ser tan modesto.
La cita iba de maravilla. Nos entendíamos perfectamente, pero por ahora no buscaba nada serio y él lo sabía. Esto solo era una cena normal que no llegaría a más que eso. Le advertí que no me interesaba, aun así, él insistió en venir como amigos.
Vestía muy bien, se lo tomó más en serio de lo que pensé.
—Oye—musitó—. Vendrá un amigo con su novia para que hagamos una cita doble. Disculpa, por el cambio de planes, pero...
—Tranquilo—suspiré—, me parece bien.
En realidad no me molestaba la idea de conocer a más personas, no era social en esa ciudad. A él lo conocía por casualidad de colegios y porque fue un gran amigo. Me ayudó en el proceso de separación de mi casa, se mostró como un gran apoyo para mí por mucho tiempo.
—Llegan dentro de media hora.
En la espera hablamos fluidamente; sin embargo, a la mitad de la charla, una pareja relativamente joven cautivó el lugar. El hombre estaba vestido con un traje fino y la mujer con un vestido azul asimétrico. Ellos se acercaron a nuestra mesa, el perfume fuerte del hombre hizo que mi corazón se disparara.
Alcé la cabeza para ver mejor su rostro y su iris aguamarina conectó con en el mío. ¿Acaso reconocía el olor de Gabriel? La chica que se encontraba con él era la del salón de belleza.
"¡Vaya! No puede ser" pensé.
Gabriel me miraba con diversión. Ese juego de niños pequeños me tenía irritada; sin pensar, me levanté y di un gran suspiro. Me largaría de allí de una vez por todas.
—¿A dónde vas, Sol? ¿No ves que acaban de llegar los invitados?—dijo Miguel—. ¡Ah! Olvidamos presentarnos, por mi parte, solo conozco a Sol y a Sara.
—Él es Gabriel, Miguel— presentó Sara—. Miguel, él es...
Se me ocurrió que podía ponerle un apodo secreto a Gabriel, que entendiera únicamente yo; ¿y qué mejor que las iniciales de su nombre? Sí, G.C.
Ni siquiera sé por qué hice eso, en fin, lo importante fue que pasó.
No necesitaba enamorarme, no en ese momento.
—Ya lo dijiste—le interrumpió mordazmente y ella frunció el ceño.
Sara y Miguel revisaban sus teléfonos móviles mientras esperaban la cena, la
indiferencia con la que lo hacían se notaba a simple vista, en un momento llegué a creer que no querían estar ahí. Sin embargo, los ojos de Gabriel y los míos estaban complacidos por ese sorpresivo encuentro.
Sacaba seudónimos por su vestimenta, manera de mirarme, etcétera. Secretamente me atraía un poco, pero muy en el fondo sabía que eso no llegaría a nada más que un compartir fortuito.
—Olvidé presentar a Gabriel y Sol—dijo la chica—. ¡Qué tonta!
Él me dio la mano cordialmente, como si no me conociera.
—Un placer‒besó esta.
Los ojos de Sara se clavaron en los míos y, aunque sea increíble, no me miró con odio, sino con amor. Tenía el presentimiento de que me iba a llevar muy bien con esta chica, porque no parecía jactanciosa ni orgullosa, sin temor a equivocarme diría que era humilde.
De la nada salió un mesero dejando nuestros pedidos en la mesa. Comimos en silencio, todos estábamos concentrados en lo que hacíamos a excepción de Gabriel, quien seguía con su labor de siempre. Llegué a pensar que era un maniático, obsesionado conmigo, que quería secuestrarme.
—Chicos, tengo una idea‒confesó la mujer‒. ¿Qué tal si vamos a otro restaurante que tenga pista de baile? Creo que este cerrará pronto.
—¡Buena idea! —contestó Miguel, quien apoyaba todo lo que decía la chica.
Al parecer le gustaba la novia de Gabriel. Sin embargo, él estaba muy ocupado mirándome como para darse cuenta de que le iban a arrebatar a la dama. Reí por lo bajo, ante tal pensamiento.
Todos secundamos la moción.
—Tengo otra idea—comentó Miguel—. Solo por esta noche hagamos un cambio de pareja.
¿Qué? Si tuviese agua en la boca, la hubiese escupido. ¿Cómo que un cambio de pareja? Estar el resto del compartir con Gabriel me daba náuseas y miedo. Si ese chico que me invitó quería bailar con Sara, ¿por qué tuve que ser parte del infalible plan? Intenté demostrar oposición pero una voz me interrumpió.
—Me parece bien—después de mucho tiempo, se escuchó a Gabriel.
"Esto no me está gustando" pensé.
***
La incomodidad estaba presente. Me encontraba en el auto del chico de la mansión, vía a otro restaurante. No sabía que decir o hacer, el silencio reinaba y tenía la necesidad de romperlo, pero no iba decir una estupidez de la cual me arrepentiría al día siguiente.
Pensé en lo que estuviera haciendo si papá viviera, quizás viajáramos a Europa con Ángeles; hubiese estudiado astronomía o algo que se relacionara; la felicidad de la familia Fuentes se manifestara de la mejor manera que existe en el universo. Y no sufriría igual que como lo hacía ahí.
No podía pensar en mi papá sin que me doliera, ¿por qué? Sabía que estaba en un lugar mejor, en donde la preocupación, la tristeza y los problemas pasaban a un segundo plano. Acostumbramos a llorar a las personas que queremos porque están en las perfectas manos de Dios, ¿hasta cuándo seremos así?
Volví a fijarme en Gabriel; se concentraba en el camino. Inesperadamente llevó su mano derecha al radio y lo encendió. Sonó una canción vieja y muy pegajosa.
—¿Música de los noventa? ‒pregunté, incrédula‒. ¿En serio?
Asintió y añadió: —¿No te gusta?
—No, es música vieja.
—¿Y eso que tiene que ver con la calidad de las canciones?
Tenía razón. Yo era el tipo de persona que le gustaba que sus cosas estuviesen a la moda. Nací así, me quedé así.
—Nada—confesé, bajando la cabeza en derrota‒. La música de los noventa, está bien.
Carcajeé. Era hilarante ver a Gabriel meneándose para intentar seguir el ritmo de las canciones. ¿Y si ya me consideraba una persona de confianza? Es que no me cabía en la cabeza que se comportara de esa forma con alguien de su trabajo.
—¿De qué te ríes? —alzó una ceja.
Abrí mis ojos al máximo. No me esperaba que preguntara, pero ya lo había hecho, tenía que decir la verdad.
—De ti.
No dijo nada. Frunció el ceño, bajó el volumen y dio un suspiro. Me di cuenta de que lo que hice no estaba bien, no tuve por qué burlarme de su estúpido baile, ese era su auto, por lo tanto, sus reglas.
Luego de unos minutos, culpándome de tensar el ambiente, noté que subió el volumen y esta vez con la canción más escuchada en la actualidad. ¡Sí! No fui tan mala que digamos.
—Oye—llamó mi atención‒. Debiste ver la cara de desagrado que tenías cuando le dije bebé a Sara. Lo hice con toda la intención.
Le di una mirada fulminante. ¿Acaso creía que me gustaba? Estaba loco de remate. No quería enamorarme de nadie, y mucho menos de él. En fin, disfrutaría ver como intentaba conquistarme y la manera en que fallaba.
"Querido, te metiste con Sol Fuentes. Espero que no salgas llorando" pensé. —¿Crees que eso me importa? ¿O que me gustas?
—La verdad, sí—se detuvo en un semáforo y se volteó hacia mí—. Estás loca por mí.
Las ganas de reírme me dominaban. ¿Pensaba que porque lo vi llorar ya me enamoré de él? Pobre, no sabía ni con quien hablaba.
—Ya quisieras. Déjame informarte que mi corazón tiene dueño.
—¿Ah sí? —dijo—. ¿Se puede saber quién es?
Mis ojos se cristalizaron. ¿Cómo podía ser posible que pensara en mi papá hasta en esos momentos? Revisé el luna en mi brazo derecho, allí estaba como siempre, lo único de él que me acompañaría toda la vida.
—No importa. Mejor no quiero saber.
***
No se cumplió lo del cambio de pareja, o al menos no para mí.
Gabriel y Sara estaban en la pista, bailando al ritmo de la canción lenta. Miguel se había perdido con otras chicas y yo me quedé sentada tomando un refresco de uva, mientras miraba a la pareja bailando. Se veían tan bonitos, les deseaba lo mejor del mundo.
Los reflectores los enfocaron, la canción se detuvo, los demás dejaron de bailar, el silencio reinó y mis amigos se besaron. Sara sonrió causando que los presentes aplaudieran. Parecía una película romántica, solo que la protagonista no era yo. ¡No! ¿Por qué sentí eso? No quería estar en su lugar, no tenía ni un mes conociéndolo.
Despegaron sus labios, sollozando de alegría.
—¡Lo logré! —gritó, exasperado, el chico, su pecho subía y bajaba aceleradamente— . La amo.
—¡Mesero! —dije, y cuando llegó ordené: —. Tráigame otro refresco, y un chocolate.
—Por supuesto, señorita—respondió el hombre, aproximadamente de treinta años.
A los cinco minutos, me dio mi pedido. Comí y bebí como si no hubiera mañana, no sabía por qué pero no me sentía bien.
***
Demostré cansancio con la finalidad de que me llevaran rápido y así sucedió. Estaba mi cama revisando las redes sociales. El reloj marcaba las veintitrés y cinco minutos, no era muy tarde.
Mi mente estaba invadida por el recuerdo de Sara y Gabriel besándose. Me causaba repulsión, asco y todo lo que se le pueda llamar feo. Lágrimas traviesas amenazaban con recorrer mis mejillas, sin embargo, las detuve. Las detuve, porque no valía la pena llorar por alguien a quien no le interesas. Más bien debía entusiasmarme por su felicidad.
Busqué en la gaveta un abrigo. Deslicé la puerta corrediza y tomé asiento. Contemplaba la noche, me encantaban las constelaciones, prácticamente las distinguía todas.
Hacía ya tiempo que no frecuentaba la terraza de mi habitación, no me agradaba ese espacio. Generalmente, la visitaba cuando estaba triste, enojada o cuando quería escapar del planeta, porque siempre es bueno relajarse en donde no seas criticado y el mundo gire en base a ti, la única manera de sentirse así es estar en soledad.
—Las cosas no salieron como esperaba—susurré para mí misma—. Soy enamoradiza, lo sé; pero ¿por qué ese chico al cual no le intereso?
—¿Por qué lo dices, Fuentes?‒escuché una voz firme detrás de mí.
Se me aceleró el corazón del susto. ¿Me espiaba? Creo que mis dudas de su doble vida como detective maniático, no eran tan locas.
—Hola, Fuentes—dijo esa voz ronca que me encantaba.
—¿Gabriel? —subí la cabeza para poder verle—. ¿Por qué me llamas por mi apellido?
Me coloqué el abrigo por el frío.
—Porque eres la fuente—corrigió—, mi fuente de amor, de esperanza y de paz. Eres mi Sol.
Volqué los ojos, quería enamorarme con sus estúpidas palabras que me fastidiaban. No podía permitirme enamorarme, las circunstancias no estaban dadas. Aunque, una vez dijeron que: el amor no ve tiempo, ni la calidad del momento; llega cuando menos te lo esperas, y se va... si no se sabe alimentar.
Sentí las famosas mariposas revolotear en mi estómago, bueno, quizás eran náuseas por lo que bebí a pesar que ya había vomitado.
Nuestros perfumes se mezclaron, combinando las rosas con la canela, lo fuerte con lo débil: Gabriel y Sol.
—¿Te quedaste muda? —alzó una ceja.
Su cara estaba iluminada por la luna.
—No, solo me sorprendes.
Se acercó a mí. Podía sentir su respiración acelerada, nuestras narices se juntaron formando un corazón. Lentamente cortaba el espacio entre nosotros. Nunca antes había besado a Gabriel y moría por saber cómo se sentía; sin embargo, cuando percibí el mínimo roce, él se alejó.
—Tengo novia—lamentó.
Algo dentro de mí se rompió. Estaba a punto de besar al que me gustaba, pero claro, el niño rico no podía porque tenía novia y no le sería infiel. No tengo palabras para describir ese trágico momento en el que mi corazón se fue por la borda.
Su cara reflejaba burla. Se reía de mí y de mis ilusiones.
—Sara no es mi novia.
Nuestros labios se rozaron dejándome sentir una lluvia de emociones. El beso fue cálido y decisivo, es decir, acabó con todo mi nerviosismo como si a través de él pudiera expresar mi amor.
Me despegué de él y reí al verlo con brillo labial.
***
Limpiaba la repisa de la sala, porque una compañera de mi mamá le informó que había salido y llegado a las once de la noche, entonces, era un castigo. No me defendí diciéndole que estaba con Gabriel Campos, para que no dijera que tengo una relación con él o algo parecido.
Una chica que trabajaba allí se me acercó.
—Hola, Sol—saludó y yo alcé una ceja—. Tengo algo que hablar contigo. —¿Ah sí? —pregunté, confundida—. ¿Qué?
—Las mujeres tenemos que valorarnos, no dejar que ningún hombre nos pisotee.
—Ajá—resoplé, cansada—. ¿A qué se debe todo esto?
No respondió mi pregunta.
—Sé que existen chicos lindos, pero si no te quieren no debes dejar que te tomen como la segunda opción. Tenemos que respetar a sus novias. ¿O a ti te gustaría que te engañaran? —repuso.
—No sé de qué hablas—dije—. ¿Por qué me dices eso?
Pasó su mano por su lacio cabello rojo, sus ojos grises me miraban fijamente. Leí su mirada, reflejaba un universo donde la naturaleza nunca existió, donde todo era un vacío infinito. Ese era su mundo.
—Sol, amiga, vamos. No te hagas la loca.
—No, en verdad no lo sé.
—¡Vamos! No te hagas la desentendida, sé que lo sabes—me retó—. Esto no es justo para Sara.
Fruncí el ceño, confundida. ¿Sara Fernández? ¿Qué tenía que ver con esta chica?
—¿De qué hablas? En serio no sé.
—Valórate, no seduzcas a un tipo con novia.
¿Qué? Si estuviera parada me hubiese caído... ¿yo seduciendo? ¿Acaso conocía a Miguel?... ¿Por qué me decía eso? Su cara estaba asqueada, parecía que comió césped. Lentamente procesé la información y hablé: —¿Seducir? ¿A quién?
Sonrió. Se acercó a mí para decirlo en mi oído.
‒Gabo Campos‒susurró.
Su comentario estaba fuera de lugar... pero Gabriel, ¿me besó para divulgarlo? Qué cínico.
Se iba. No podía permitirlo tenía que contarme todo. La tomé del brazo para acercarla.
Asimilé las cosas. Me costó pero lo hice.
—Su nombre es Gabriel y apenas lo conozco... y si quiero seducirle no es tu
problema ni de Sarah—articulé el nombre mal apropósito.
Sentí detrás de mí una persona de gran tamaño. Y percibí ese perfume francés.
Inmediatamente pensé en azul aguamarina.
—Sol, tiene razón. ¿Y tú qué sabes de Sara? ¿Por qué te metes en mi vida? Yo no sé quién eres tú. Pero aparentemente me conoces bien‒
—escuché ese acento en esa voz ronca y fuerte.
¿Me estaba defendiendo? ¿Luego de ignorarme después de que me besó? ¿Luego de no responder mis mensajes?
—S...señor—masculló—. Soy su amiga.
—¿Te pidió que hicieras esto?
Negó con la cabeza, derrotada.
—Ah—no veía su rostro, pero supuse que sonrió suficientemente—. Entonces, lo haces para poder estar en su grupo. Qué mal.
Me dio lástima, vencieron a la chica que quería dominarme.
—¿Me despedirá?
—No, pero ganas no me faltan. Bueno, no soy una personas que deja sin trabajo a los demás ¿entiendes? Me gusta que todos coman.
¡Uf! Golpe bajo. Jamás había conocido a alguien tan grosero. Si se le podía llamar así.
La chica se fue, sin soltar palabra. Me volteé para verlo y él me regaló una mirada tierna acompañada de una sonrisa. Lo ignoré y abandoné el lugar.




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