—¡Sol! —Gabriel gritó mi nombre.
Dejé de pintar las uñas de mis pies, abrí la puerta y lo fulminé con la mirada. Él esbozó una sonrisa.
—¿Qué quieres? —pregunté, fastidiada. Caminaba como si estuviese a punto de caer por las uñas húmedas.
Bajó su vista y notó el separador que me había colocado en los dedos. Frunció el ceño, dando a entender que se veía horrible y rió sin disimular el por qué.
Tragué grueso. Me sentí avergonzada ¿cómo pude olvidar quitármelo? ¿Acaso era una completa estúpida? Tal vez, sí.
—No hagas eso, pierdes tiempo—explicó, señalando mis pies—. Te recomiendo que busques un recipiente, le coloques agua con hielo y ahí los remojas. Créeme que se secarán muy rápido.
Abrí mis ojos, asombrada. ¿Qué rayos acababa de pasar? Le rogué a la tierra que me tragara y que me escupiera en cualquier lugar que no se le aproximara a mi cuarto. La vida me castigaba de formas drásticas, ¿qué mal tan grande hice para merecer algo así?
—Gracias—reconocí el gesto—, pero no me quieras confundir. Además, te hice una pregunta que no has contestado.
—Disculpa—dijo, con voz aterciopelada—. Quiero una explicación.
¿Explicar? ¿Yo? Me besó para divulgarlo, después me ignoró y, ahora, me pedía esto. Creo que disfrutaba de mi inmadurez amorosa, pues jamás tuve un noviazgo serio y sano. Claro, no tendríamos nada, pero él albergaba la esperanza.
—¿Explicación? —lo miré de arriba abajo y solo asintió.
No aguantaría su juego, así que cerré la puerta de golpe. Sin embargo, cuando iba por la mitad, interpuso su brazo y la detuvo.
—¡¿Qué te pasa?! —Alzó un poco la voz y me dio una mirada iracunda—. ¿Quieres matarme?
Suspiré.
—¡Está bien! —exclamó—. Yo daré la explicación: fue muy grosero de tu parte que no me hablaras después del beso. ¿Acaso te avergüenzo?, y te juro que no sabía lo que dijo la chica que limpiaba la repisa.
—Tú fuiste el que me ignoró ¡no contestabas mis llamadas!, además, no quiero causarte problemas con Sara.
Rió.
—No tendré problemas con Sara, porque no somos novios. Amigos ¿entiendes?
—Los amigos no se pueden besar. Solo lo hacen los novios.
—¿Tú y yo somos pareja?‒relamió sus labios.
¡Ah! Nosotros no teníamos una relación y aun así nos besamos.
—Buen punto—admití.
Estaba incómoda y avergonzada.
—Olvídalo ¿ok? —pedí cerrando la puerta; sin embargo, la volvió a detener ‒. ¿Qué te pasa? ¡Eres un...!
De golpe, llevó su dedo índice a mis labios para que hiciera silencio. Puse mis ojos como platos.
Alexander pasó por un lado de nosotros, Gabriel permanecía con su dedo en mis labios, cosa que logró que su hermano menor sintiera celos. Ese niño era un maniático a veces me espiaba, me seguía y alegaba que solo me protegía porque yo sería su esposa. Además, era menor que yo jamás saldría con él.
—¡¿Qué rayos haces, Gabriel?! —Los ojos de Alexander me veían—. Tú siempre arruinando mis citas.
El chico abandonó el pasillo, molesto. Nosotros nos burlábamos de él.
—Ven, salgamos de aquí. —me tendió su mano. Dudé por unos segundos pero, luego, la tomé.
Me observaba de una manera que me volvía loca. Ternura. Lo único que necesitaba. ¡Guao! Fue la mirada más linda que había visto en vida.
***
Siempre que se acercaba julio ahorraba dinero para comprar bebidas achocolatadas y decirle a papá que estaba trabajando, aunque el dinero me lo diera él. Todas las noches, específicamente a las diez, dejaba un vaso lleno de esta suculenta bebida, pero cuando despertaba desaparecía. Porque la persona indicada la había bebido.
La parte negativa de las vacaciones en Mérida era que no me quedaba nada por hacer. Sin embargo, un día me enteré que podía leer libros a través de mi celular. Me consideraba una buena lectora. Y odiaba que me interrumpieran, aunque mi madre lo hiciera y disfrutase de ello.
Últimamente era más cercana a Gabriel.
Siendo sincera, él era mi único amigo en Mérida. En el colegio y universidad no socializaba mucho y con los jóvenes de la mansión —hijos de sirvientas, chóferes, etcétera— tampoco. Me consideraba introvertida.
Leía una novela, en la cual capté algo interesante y lo susurré: ‒Evan se fue a estudiar en su ciudad natal.
El personaje literario tenía la misma percepción que yo. Estaba segura de que algunas heridas sanarían, otras se abrirían e iban a doler mucho más que antes. No obstante, quería hacerme creer que no era de importancia.
Dos meses atrás investigué sobre universidades en Caracas, de hecho ya estaba confirmado que me iría, pero luego caí en el dilema de ¿quedarme en Mérida?, ¿o volver a la capital?
Por otro lado, mamá tenía conocimiento de mis decisiones con respecto a irme de la mansión Campos. Sin embargo, no estaba de acuerdo que me marchara a Caracas porque, evidentemente, en esa ciudad... había secretos...
La salida con Gabriel, cuando nos burlamos de Alexander, estuvo casi horrible, pues se le acercó una chica y fui ignorada por el resto de la tarde. Él era muy raro, a veces teníamos una conexión inigualable y otras no tanto.
Bajé a la cocina por un poco de agua. Gabriel se encontraba allí bebiendo jugo. ¿Acaso me espiaba?, fruncí el ceño y suspiré. En el mundo no existía la persona que estuviese obsesionada conmigo al nivel del chico. ¿Qué rayos vio en mí?
—Parece que estamos telepáticamente conectados ‒sonrío, al despegar sus labios del vaso de vidrio—lo fulminé con la mirada—. Vaya, te espero desde hace horas. ¿Acaso no te hidratas?
Volteé los ojos y lo ignoré. Estábamos enojados, de nuevo. Creo nuestra supuesta relación de amistad era muy infantil, ya debía acabar con esto por el bien de todos.
—¿Otra vez molesta? —arqueó una ceja.
—Quizá, recuerda que me volviste a ignorar—siseé, al decir lo último. Me miró exasperado.