Depresión de una Estrella

Capítulo IV: Cita de Internet

Gabriel y yo nos habíamos vuelto más que conocidos, pero entre nosotros la palabra amigos aún nos quedaba grande. Estaba segura de que, dentro de muy poco, podríamos llegar a serlo.

Él estaba en mi habitación, sentado en el pequeño sofá al frente de mi cama, ambos revisábamos nuestros teléfonos móviles. El silencio que había en ese momento no era incómodo, sino de indiferencia. No pude aguantar las ganas de decirle lo que hacía.

Abrí una aplicación de citas entre personas de todo el mundo. Estuve buscando chicos en Mérida y conseguí a un tal Noah, supuestamente anglosajón. No me pude resistir a sus encantos, y él tampoco a los míos, así que intercambiamos teléfonos. Después de hablar por unas horas me dijo que, siendo sincero, yo tenía algo especial.

—Gabriel, tengo pareja por internet y mañana será nuestra primera cita—rompí el silencio.

Su semblante cambió, su mirada mostraba un río revuelto y una lluvia interminable. Sin embargo, no pude diferenciar su estado de ánimo ¿estaba triste o enojado?

—¡No lo puedo creer, Sol! ¿No conoces el peligro de esos sitios?, puede ser gente mala que esté al otro lado de la pantalla—respondió mi pregunta.

—Sí, lo conozco. Pero, Noah no es así —dije, mostrando ingenuidad.

No me interesaba si era un secuestrador solo quería que las ineptas del colegio, y universidad, me envidiaran. ¿Resentimientos? Tal vez.

—No irás—me retó.

—¡¿Qué?! —grité, anonadada—. No te pedí permiso, no somos nada.

Movió su boca, como si deseara hablar, pero le ordené que me dejase terminar.
¿Qué rayos le pasaba? Creía que yo era manipulable, pues no; bueno aún no le había otorgado ese poder.

—Escucharía tu opinión, porque me importas—se sonrojó, haciendo que yo siguiera sus pasos‒, pero, como te estás imponiendo, voy a ir, digas lo que digas ¿me acompañas, o no? ¿Sabes? Mejor que no, pues te puedes sentir menospreciado y no quiero verte llorando.

No sé por qué dije eso, pero me salió de maravilla. Me lanzó una mirada asesina.

—¡Bien! —accedió—. Ten en claro que tú también me importas y temo que algo te pase. No soy hombre de aguantar este tipo de tonos excepto si una mujer corre peligro.

Directo al corazón. Aparentemente esa fue su venganza por lo que yo le dije, me quise salir con la mía y él ganó. Me estaba dando a entender que era por mí y por cualquier mujer.

¡Qué estúpida! Me creí especial para Gabriel, bueno él era listo, así que probablemente solo jugaba... a veces muy en el fondo llegaba a pensar que podría ser mi media naranja. ¿Y si de verdad lo era?

Las ganas de besarlo me atacaban, pero afortunadamente me pude controlar. Esos labios, voluminosos y rosado claro, algún día volverían a besar los míos.

—Gracias—susurré—, aunque tenga un pésimo carácter. Sé que me tienes aprecio y eso lo valoro.

Guardó silencio un par de minutos.

—Por nada—suspiró—. Creo que lo siento por ti es más que aprecio.

No sabía que en mi estómago habitaban mariposas y tampoco que revoloteaban con las palabras de él. Los pálpitos de mi corazón no eran los habituales y sentí mis mejillas arder. ¿Esto es síntoma de qué? ¿Amor? ¡Oh no!

***
Estaba en camino para ir a mi cita con Noah.

Solo había un pequeño problema; su edad. Este hombre tenía treinta años y Gabriel no sabía nada, de lo contrario, nos regresaríamos y se molestaría conmigo por un mes. Quería creer que yo era más fuerte que él, pero no era así.

Gabriel me tenía aprecio, porque disimulaba su carácter para verme feliz. Nadie, en la historia del mundo, había hecho algo tan bonito por mí.
A Noah le mentí, diciéndole que era millonaria y que nos iríamos a Europa. Aunque ese sueño podía ser posible, no utilizaría el dinero de la compañía, que en un futuro administraría, por ese estúpido capricho.

De todos modos, elaboramos un plan. Consistía en que Gabriel se sentara en una mesa aparte, mientras que verificaba si el hombre era capaz de hacerme daño. Si notaba que las cosas fluían bien, se iría.

—Toma—me entregó una bolsa de regalo—. Consérvalo.

Abrí la pequeña bolsa de papel, esta contenía un micrófono de esos que utilizan los policías. ¿Acaso quería escuchar lo que decíamos? Esa situación tenía un poco de celos.

—¿Cuántos años me dijiste que tiene? —dudó, mirándome fijamente.

—Veintidós. Campos, no tienes que preocuparte estaré bien—puse los ojos en blanco.

Acabábamos de subir a su auto. Él movió el croché, llevó sus manos al volante y comenzó a conducir vía el café. Hacía un poco de frío, por consiguiente, decidí vestir: un pantalón blanco, camisa azul celeste y chaqueta colorida. Estaba maquillándome, Gabriel me miraba incrédulo, yo no le vi problema porque estábamos en confianza. Bueno, al menos eso creía.

—¿Cómo quedé?—pregunté, tapando mi labial con suma delicadeza.

Soltó una risa.

Aunque intentaba ser distinta, todo me lo tomaba personal. La risa de él me hizo sentir un poco mal, porque creí que se estaba burlando. ¿Me veía fea?

—¿Tan mal me veo? —no aguanté las ganas de preguntar. Verifiqué mi maquillaje varias veces.

Volvió a reír. Según yo no me veía mal. Luchaba conmigo misma para no llorar, realmente era una adolescente infantil e inmadura, todo me daba tristeza.

—¡Dios! —exclamó—. ¿Cómo puedes preguntar eso? Cuando quieras mírate en el espejo y recuerda esto: "Gabriel Campos García, te ve como la mujer más bonita del mundo y no solo físicamente, también del corazón.

¡Guao! Mi enamorado sí que sabía subirme la autoestima. Me provocó abrazarlo y no soltarlo nunca. Hace años que no me decían algo tan bello. Sabía que me marcharía dentro de unos meses, pero siempre le tendría un bonito recuerdo.

Le sonreí.

—Gracias, Campos—susurré—, quisiera besarte.

Las palabras abandonaron mis labios antes de que pudiera controlarlas. Llevé mis manos a mi boca, tapándola.




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