Gabriel Campos.
—¿Cómo le digo? —gruñí.
Me encontraba en el apartamento de Sara. Ese día era su cumpleaños veintitrés y el plan era festejarlo en una pista de baile, sin embargo, ella quería que invitara a, nada más y nada menos que, Sol Fuentes López; la mujer que cada vez que me aparecía en su puerta me la tiraba en la cara.
Rechacé a Sol, que en verdad me gustaba, porque creí que mi relación con Sara estaba sobreentendida, pero me equivoqué, tenía que proponérselo y esa noche lo haría. Por eso no era conveniente invitar a la chica.
No era capaz de romperle el corazón de esa manera, era un ser vulnerable que, así no lo admitiera, moría por mí y yo por ella. Aun amándonos, no podíamos ser pareja, porque nuestros intereses de vida no coincidían, ella deseaba abandonar Mérida y yo quería quedarme con mi familia y amigos. Uno de los dos, debía reestructurarse y ninguno estaba dispuesto a ceder. La mejor manera de que me olvidara, era hacerla creer que amaba a Sara; seguramente, el tiempo le daría la razón a cada quien.
Por el momento, mis sentimientos eran confusos: amaba a Sol y le tenía cariño a Sara. Lo intenté con la primera y no me dio respuesta, ahora era con la segunda y la otra ¿pretendía volver? ¿Por qué conmigo? ¿No me creía capaz de romperle el corazón? Me halagaba que me diera confianza a esa magnitud, pero yo no me sentía listo... no ahora.
No me perdonaría ver lágrimas abandonando sus ojos por mi culpa, creo que un escenario parecido se asemejaría a mi peor pesadilla. Pero ¿no me dolería si el llanto perteneciera a Sara? Mi actitud de utilizarla para olvidar a Sol, aparentaba ser egoísta y perversa. Quizás olvidar el amor por un buen tiempo, era la alternativa perfecta; aunque, conociéndome, no parecía probable.
—No sé ¿con palabras...? —ironizó.
Portaba un vestido negro hasta las rodillas, tacones bajos del mismo color y mi chaqueta deportiva. Sus ojos marrones y grandes, penetraban en el alma de cualquiera. Meneó su cabello oscuro, llevándoselo para adelante. Cruzó sus piernas y me regaló una mirada cansada.
—¿Y si dice que no? —alcé las cejas y ella puso los ojos en blanco.
—¿Por qué lo haría?, ya hemos salido, ¿qué hay de malo en que se repita? ‒me observó, confusa.
Buscaba la respuesta en mi mirada, pero no le di pie para que pudiera encontrar algo que me delatara.
—¡Ay! No seas tonto, ¿sí? Invítala y si rechaza la invitación, nos tranquilizamos. Además, quiero volverme su amiga—continuó con su monólogo.
Me daba vergüenza explicarle por qué no podía asistir.
—Lo haré, Sarita—afirmé, luego dejé un corto beso en sus labios.
Me alejé de ella y contemplé su linda sonrisa. En ese perfecto momento, imaginé que era el rostro de Sol el que me velaba. Sacudí mi cabeza, con la estúpida intención de borrar el pensamiento.
***
Me armé de valor. Iba decidido a hacerle la invitación a Sol. Después de todo, mi futura novia lo valía. Aunque, era sorprendente que ellas se la llevaran bien, es decir, yo en el lugar en el que estaban cualquiera de las dos, me hubiese alejado.
Pero bueno, es complejo entender a las mujeres, y más cuando hay sentimientos de por medio. Creo que la mejor forma para conquistar el corazón de una dama, es permitir que se robe el tuyo, porque solo perdido de amor por ella comprenderás que tan genuina puede ser haciendo las cosas que a diario realiza, y, sabiendo la valiosa que es, nunca moverás un dedo para dañarle. Quizás, ese plan ejecuté con Sol, pero no medí las terribles consecuencias: luego de enamorarte, es imposible detener los sentimientos que, sin duda, crecerán alocadamente mientras más tiempo se comparte.
"¿En qué situación me has metido, Sara?" pensé.
Salí de mi recámara, topándome con varios cuadros. ¡Vaya gustos de mi padre! En mi opinión, esas cosas eran anticuadas, pero no podía negar que me gustaban algunas obras. Es que los pintores expresaban sus sentimientos a través de ella, y, por mi parte, sentía que podían transmitirme sus emociones con cada pincelada.
Toqué la puerta de su habitación, nervioso. Los tres leves golpes retumbaban en mis oídos y la sensación de desagrado llegaba directo a mi cerebro. Cerré los ojos lentamente y crucé los dedos.
—¿Quién? —dijo una voz rústica y raspada. No estaba seguro de que perteneciera a Sol.
—Gabriel—murmuré, me daba vergüenza decir mi nombre en voz alta.
No respondió. Bajé la cabeza en derrota. Luego de mucho tiempo, sentí mis ojos cristalizarse sin tener fuerza para llorar. Tal vez, no hacía lo correcto, pero no confiaba en ella ¿y si al día siguiente se iba con otro chico excusándose de que era lo que su corazón le ordenaba?
—Pasa—autorizó.
Justamente cuando entré colocó una canción de rock al máximo volumen. Su prosa y sonido era horrible. No me malinterpreten, amaba ese tipo de música, pero, específicamente, la que ella puso la detestaba. Era una de esas que te deja un fuerte dolor de cabeza.
Me senté en el pequeño sofá, al mismo tiempo que hacía una mueca de asco. Su maquillaje estaba corrido, su ropa era de casa y sus ojos... ¿Qué le hicieron? Estaban repletos de golpes, no tenían un color exacto, era una mezcla de morado, rosado y verde.
Me acerqué a detallar. Toqué su tierna carita y sonrió. El corazón se me rompió al verla en ese estado. Mi poca fuerza para llorar se quedó obsoleta, me sumergí en un mar de lágrimas. Sin embargo, no consideré prudente preguntar el porqué de los moretones, debía estar con ella sin juzgarla.
La arrullé en mis brazos, permitiéndole que dejara salir sus penas. Besaba su cabeza cuando percibí la presencia de otra persona. Mi primera impresión fue Sara, pero afortunadamente me equivoqué. Se trataba de Cristiano, un hombre de unos sesenta y tantos, que trabajaba como sirviente en casa.
—López—llamó a Sol—. ¿Qué le he dicho de esa música? —lo miré fijamente y se asombró. ¿Acaso no me reconocía?