Depresión de una Estrella

Capítulo IX: ¡Sorpresa!

Estaba súper emocionada.

Quedaba poco tiempo para que llegara el día de volver a Caracas. No podía creer que vería mi ciudad después de seis años de ausencia y... la compañía, en la que tomaría las riendas lo más pronto posible. En cierto punto; me aterraba, a pesar de ya haber ejercido mi profesión, porque me faltaba la experiencia del jefe, pero, bueno, llegaría con la práctica.

Por otro lado, no volví a conversar con Gabriel después de la cita del parque; ni siquiera al día siguiente de camino a casa. Me arrepentí de lo que dije e hice, debí dejar que asistiera a su fiesta y abrigarme en mi cama, pensando en lo que me atormentaba en soledad; como ha sido siempre. De todos modos, era imposible no dirigirle la palabra, él me salvó de una bala; cosa que agradecería por el resto de mi vida.

Aunque él no era tan malo, quizás, muy en el fondo de su corazón, me quería; pues lo ha demostrado. Además, dijo que me amaba. Los pelos se me pusieron de punta, ante tal pensamiento.

Moría por llamarle, pero mi orgullo no me lo permitía. ¿Por qué era tan estúpida? ¿Qué me costaba tomar el teléfono y decir: Gabriel, te amo, no te separes nunca de mí? Intentaba convencer a mi mente de que ese chico nunca me hizo sufrir, yo imaginé todo; lo creí igual a los demás, pero no lo era. Es que cuando te han roto el corazón, y sabes lo que se siente y sufres por ello, piensas que el resto de las personas son así. Creo que hay que opacar el sentimiento que no te deja ver el amor, de la mejor manera que existe: sanando las heridas y cambiando de mentalidad.

Pestañeé y me levanté de la cama. Me dirigí al cuarto de baño, tomé una ducha rápida y peiné mi cabello con un cepillo eléctrico. Quería verme hermosa, no sabía si cuando llamase a Gabriel me diría que nos viéramos. Me coloqué un vestido verde oscuro, zapatos negros de tacón, collar bañado en oro y zarcillos pequeños. Busqué el perfume de rosas y lo rocié por mi cuerpo.

Tomé mi teléfono y marqué su número, pero no contestó.

¿Cómo se atrevió a ignorarme? No debí llamarle, fue un error creer que me amaba. Era una ilusa que pensaba que podía conquistar su amor, él si quería estaba con la chica más bonita del mundo ¿por qué escoger a Sol Fuentes? Mi intención no era subestimarme, pero tenía razón.

Me tiré en la cama, menos mal que no me maquillé porque si no el llanto, que saldría pronto, lo hubiese estropeado. Abrí la cámara frontal de mi celular y vi lo linda que me había puesto. ¿Cómo esa persona puede cambiar el ánimo con solo rechazar mi llamada? ¿O fui yo la que se precipitó a sufrir? Bueno, típico de mí.

Me quité la ropa, me coloqué la de estar por casa y me cubrí con la manta. Necesitaba un té de durazno endulzado con una cucharada de azúcar. De nuevo, me había ilusionado sola. El sonido de llamada me distrajo de mis pensamientos, aceleró mi corazón e intrigó a mi mente; observé de quien se trataba y sentí una punzada en el pecho.

Sofía: aceptar o rechazar.

Ella era una ex compañera de trabajo, que le gustaba molestar cuando estaba de fiesta. No calculaba hora o día, qué imprudencia. Le di al botón rojo y miré el techo. Cinco minutos después el teléfono volvió a sonar, suspiré, ¿qué rayos necesitaba? ¿Cuál era su problema?

Sin fijarme en el nombre, contesté la llamada.

—¿Qué quieres? —Pregunté, con voz furiosa—. ¡Estoy cansada de que me fastidies cuando te plazca! ¡Mira, si no tienes ocupación, busca oficio en tu casa y déjame en paz!

Casi colgaba la llamada cuando escuché una voz peculiar.

—¿Qué pasa, Sol? ¿Llamas para insultar sin haberte hecho nada? —reclamó Gabriel.

Me ruboricé de la vergüenza. Juraba que era Sofía, creo que debí mirar el nombre antes de comportarme de esa forma. Sabía que él entendería; pero otra persona, no.

—Gabriel, disculpa. Pensé que se trataba de una amiga que suele molestar por teléfono.

—¿Así tratas a tus amigos? —Ironizó—, es una suerte que yo sea más que eso.

Le sonreí al móvil y, con mi mano libre, tapé mis ojos. Él tenía el poder de hacerme sentir como una princesa, los días en que no estaba bien. Ahora, veía lo cierto de esa popular frase: la vida es bella. ¡Qué bonito es el amor!

—Sí, claro—asentí, sarcásticamente—. Aunque de ese tema quería hablarte. Gabriel, ¿cuándo conversaremos de lo nuestro?

Murmuró y añadió: —. ¿Te parece en veinte minutos?

Asentí y finalicé la llamada. Suspiré, tendría que vestirme de nuevo.

***
Tocaron la puerta...

La abrí con detenimiento y observé el rostro de Gabriel; quien portaba pantalones clásicos, franela blanca y zapatos negros. Tapó su boca con las manos, asombrado. Supuse que era por mi vestimenta; quizás pensó que me tomé muy en serio la reunión, y así era.
Tendí la mano señalando el pequeño sofá, dándole a entender que tomara asiento y lo hizo. Me di cuenta de que inspeccionó las nuevas decoraciones: cuadros, cojines de caritas felices y una cortina nueva de color rosado combinado con azul.

—Qué bonito—halagó—. Me gustaría que adornaras mi espacio.

—Cuando quieras—sonreí.

Me senté a su lado y contemplé la puerta corrediza, que daba comunicación con la terraza, la cual era de plástico y de color dorado. Me imaginaba que la de Gabriel era muchísimo más bonita, quizás transparente o tenía un espejo; no la detallé la vez que entré a su cuarto.
Sentí una mano rozando en la mía y mi corazón se disparó. A regañadientes volteé la cara y vi cómo me miraba; quería decirme algo que, por una extraña razón, me costaba descifrar. Nuestros ojos se entendieron muy bien, creo que entablaron una conversación y no nos dimos cuenta. Sus labios formaron una curva, digamos que me sonrió.

Me llené de ilusiones y me pregunté: ¿él es el indicado? Es decir, ¿la persona con la que compartiría mi vida y con quien formaría la familia modelo? No lo sabía, pero, en ese momento, estaba tan enamorada que no me importaba si lo era, o no.




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