Depresión de una Estrella

Capítulo X: Retorno

Aunque parezca increíble, faltaba poco para regresar a Caracas.

No podía dejar de pensar en que volvería a ver a mi familia, después de todo lo que pasó. Solo imaginar abrazar a Ángeles, conversar con Pilar y entrar a la compañía, hacía que olvidara la tristeza de los últimos seis años. Estaba segura de que las cosas serían estupendas.

Por otra parte, aún mi cabeza no procesaba que Gabriel y mi madre irían conmigo. ¿A quién aparte de mí le sucedía algo así? ¿Cómo el chico más lindo pudo fijarse en mí sin haber hecho nada? ¿Acaso yo era una experta flirteando? Tantas preguntas para pocas respuestas. En fin, lo único seguro era que pasaba y, así se considerase perverso, debía fingir normalidad y entereza en el asunto; para no demostrar que estaba feliz y aterrada al mismo tiempo.

Miré a través de la ventana y recordé el día en que llegué a Mérida, con el ávido pensamiento de querer marcharme lo más pronto posible. Creo que nada es tan malo como pensamos; quizás si escrutamos en lo que llamamos cándido, podemos encontrar al amor de nuestra vida; lo digo por experiencia.

¿Quién diría que el hijo mayor de la familia Campos me amaría a esa magnitud? Y, para colmo, yo con la idea de no enamorarme en esa ciudad. Varias veces me propusieron entablar una relación conmigo y todas las rechacé, pero ¿a Gabriel se le puede decir que no?

Él y yo teníamos una receta secreta que logró que nos enamoráramos en el peor momento de nuestra existencia. Quizás el tiempo estaba de nuestro lado o la necesidad de tener una pareja que te comprenda, que no te juzgue y que piense en ti antes de dar cada paso. Muchas personas creen que esas cosas solo suceden en las películas románticas, pero, con Gabriel, me ocurría en la vida real.

Sonreí para mí misma.

Tenía que dirigirme al jardín a encontrarme con mi novio. Según él me mostraría algo hermoso que, únicamente, se veía por las mañanas. Fue muy claro en el tema de la puntualidad.
Me di la vuelta y salí de mi habitación. En el camino, miré que el reloj marcaba las seis de la mañana. Abrí la puerta de la cocina y lo busqué con la mirada, pero no lo encontré. Un minuto después, marcó a mi celular y me dijo el camino a seguir.

Era una casa del árbol que jamás había visto. Encendí la linterna de mi celular debido a que, aún, modelaba la luna. Subí las escaleras, y ahí estaba Gabriel esbozando una sonrisa de oreja a oreja

La casa era muy bonita, los adornos de princesa le daban un toque fenomenal. En el piso yacía una colchoneta y en la pared otra escalera que, aparentemente, llevaba a una terraza. Estaba hecha de madera, no tan oscura ni tan clara. Tenía una ventana, la cual se notaba que no abrían hace bastante tiempo por el frío; y la mesa, decorada por una lámpara y periódicos viejos.
Alcé una ceja, confundida, al darme cuenta de que no podíamos ponernos de pie por el pequeño tamaño de esta. ¿Por qué rayos me citó aquí tan temprano? ¿Cuánta sería la importancia del asunto que me pidió que habláramos en ese lugar?

Abrió su mochila, sacó empanadas calientes y me dio una. ¡Vaya! Él sabía que las amaba.

—Hola—me saludó cuando terminé de comer—. Nos vamos dentro de poco ¿lo sabes, no? Son muchas horas de viaje.

—¿Cómo cuántas? —inquirí, prestándole atención.

—Nueve o diez.

Abrí mis ojos con asombro. Creí que eran tres. ¡Dios! ¿Pasaré tanto tiempo en un auto?

—Ese no es el punto, quiero decirte que...—se trabó—, en internet encontré la página oficial de una compañía y me dieron trabajo.

¡Era maravilloso! Ambos trabajaríamos y, por fin, seríamos una pareja de adultos
responsables, me encantaba la idea de dejar de ser unos tórtolos adolescentes que los mantienen sus padres. Me pareció extraño que lo viera como una noticia que me haría enfadar.

—¡Muy bien! —sonreí.

—Es que... es tu compañía. ¿La preside Juan Echeverri?

Llevé mis manos a mi boca, tapándola, y pestañeé. No sabía que decir o hacer.
Estaba anonadada, quería hacerle preguntas e interrogarle, pero fingí una sonrisa como si no importara.

No me molestaba que trabajáramos en el mismo lugar; solo que la impresión de que se tratase de ese específicamente, nadie me la podía quitar. Me imaginaba toparme con este chico por los pasillos y que las personas vieran el color de mis mejillas, pero éramos novios ¿qué podía esperarse?

—Sí, así se llama el presidente. Tú ya sabes lo de mi padre, ¿no?

—Claro que lo sé—cambió de tema—. Pero ese no fue el motivo por el que te traje aquí—señaló la ventana y la abrió.

Alcé una ceja, confundida. No podía creer como logró abrirla, solo ver la apariencia era darse cuenta de que el lugar estuvo abandonado por años. En ese momento, pensé en la razón de que yacían allí decoraciones de princesa. ¿Acaso a Alexander le gustaban esas cosas?

—¿Y los adornos femeninos son de tu hermano?

Frunció el ceño, como si pregunta le molestara.

—No, eran de una prima. Cuando teníamos siete, ella la remodeló y le colocó: "nuestra pequeña casita". Lamentablemente, murió hace cinco años.

—Siento tu pérdida—asintió, levemente, respondiéndome.

Me indicó que me acercara a la ventana. Señaló el cielo, el cual relucía con la bellísima aurora; sus característicos colores harían que nunca olvidara ese instante. Pero, por otro lado, el frío se adueñó del ambiente y comencé a temblar. El chico lo notó y me dio su chaqueta. Se sentía calurosa.

Todo era bonito y perfecto.

—Salimos a las diez de la mañana. ¡Te espero, Sol!

—Sí—dije para mí misma—, al fin regresaré.

***

Contemplé las curvas de la carretera, impaciente. Quería llegar lo más pronto
posible, pero aún faltaban unas cuantas horas. A las dos de la tarde, nos detuvimos en un restaurante del estado Barinas para comer algo y seguir a Caracas. Pasamos una clase de rotunda y, de ahí en adelante, entramos en la autopista.




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