Depresión de una Estrella

Capítulo XII: ¡Feliz cumpleaños, Sol!

Estaba en casa viendo televisión con Gabriel, esperando que llegara la medianoche para recibir despierta a mis veintidós años. Cautelosamente, intentaba descubrir la sorpresa que me tenía preparada, pero era imposible. Suponía que, por los indicios que mostró, sería la típica salida a comer y la visita a Ángeles, puesto que para esa fecha; él solicitó el día libre y, como se trataba de mi cumpleaños, accedieron a dárselo. Por ese gesto tan bonito, decía que la compañía no era un sitio de trabajo, sino una familia.

Miré el reloj, marcaba: 11: 55 pm.

Recordé las nocheviejas en que, cuando esa hora se acercaba, parábamos de comer, agradecíamos a Dios por todas las cosas buenas del año y pedíamos que el próximo estuviera lleno de salud y prosperidad. No sé por qué, pero me dio la impresión de que realizaríamos algo similar, aunque, en especial, haciendo énfasis en nuestra relación.

Se levantó del sofá y se dirigió a la habitación. Sentí que hurgaba en mis cosas personales. Cerré los ojos y conté hasta diez, queriendo calmarme; seguro que hacía un desorden que luego me tocaría acomodar. Pero, en fin, decidí no pensar en la parte negativa del asunto y aguardar a ver la sorpresa.

"Inhala y exhala" me repetía, mentalmente.

El chico se apareció con mi secadora y plancha de cabello. Puse los ojos como platos e intenté fingir que me agradaba cualquier idea que se le ocurriera con estos objetos. De todas formas, eran materiales reemplazables, así que no me molestaría si deseaba dañarlos o, tomando como modelo una moción descabellada, utilizarlos en un oso de felpa y luego lanzarlo al agua. Tampoco borraría mi sonrisa si quería emplearlos en él mismo, es decir, arreglarse el cabello.
Conectó los aparatos y me pidió que me acercara. ¡Oh no! Ni soñando permitiría que practicara sus habilidades de peluquería en mi melena. Negué con la cabeza, anhelando que desistiera.

—¡Feliz cumpleaños, querida! Este es mi detalle, acéptalo ¿sí?

Suspiré y me acerqué a él. Era una completa locura, pero por amor las personas se vuelven maniáticas, al nivel que son capaces de lo que nunca harían, si esa acción logra que se dibuje una sonrisa en los labios de su pareja. Sonreí y, dramáticamente, me despedí de mi cabello. No me importaban las consecuencias, me dejé llevar por él.

Comenzó a secarme el pelo. Aún no sé la razón, pero cada vez que me peinaban sentía tranquilidad y satisfacción. Creo que me enfoqué tanto en el tema de la sorpresa que olvidé alegrarme por mi cumpleaños. Me felicité a mí misma y llegué a la conclusión de que tendría el resto del día para festejar, lo mejor era volver a pensar en lo que hacía Gabriel con mi cabellera.

—Cuidado me quemas, porque no te lo perdonaré.

—Haré lo que esté a mi alcance.

—¿Es la primera vez que...?

—Sí, ¿sabes que si sigues con tus preguntas estarás impaciente? Mejor, cuéntame tu semana.

Me tomé el tiempo suficiente para recordar.

—En la compañía me fue súper bien, Echeverri, hombre leal y ejemplar, y yo estamos elaborando el proyecto que subirá las ventas. Por otro lado, a María de los Ángeles le dieron la oportunidad de estudiar en una excelente universidad, dentro de pocos días tengo que llevar los papeles. ¿Y la tuya?

—Común. Oye, me agrada enterarme de lo tu hermana. Estoy seguro de que será exitosa.
Fruncí el ceño al darme cuenta de que cambió de tema, pero quizá, transcurrió como es lo normal y la rutina la sabía de memoria. Aunque, de igual manera, notaba algo raro en Gabriel; sentía que me quería consentir a más no poder, y, siendo sincera, esa actitud me desagradaba. Creo que no comprendía que era una persona sencilla, no me llamaba la atención que quisiera ser detallista.

Treinta minutos después, afirmó que acabó con su misión y que mi peinado, por llamarlo de ese modo, quedó muchísimo mejor que el realizado por Ángeles. No es que su creación fue una noticia formidable para mí, pero no resultó ser tan mala. Al menos, no desbordó mi paciencia. Aunque, sin dudas, cada vez que la plancha rozaba mi cabello, me daba una ávida y no tan morigerada sensación de querer salir corriendo y refugiarme en un lugar lejos de allí. Sí, así de dramática era.

Gabriel se dirigió a la cocina a prepararme algo especial. Me pareció extraño que le apeteciera hacer eso a media noche, pero ¿quién era yo para negarle sus esporádicos encuentros culinarios? Solo esperaba que no olvidara que me gustaba la comida caliente, sin abarcar lo que estuviera quemado. Además, no había mucho en la despensa, debido a que, a pesar de vivir allí, pasaba la mayoría del tiempo en casa de mi hermana y a él le agradaba frecuentar los restaurantes.

Se posó en frente de mí, llevando en una bandeja: pan de sándwich, relleno de chocolate. Me la facilitó, esbozando su sonrisa y con el rostro iluminado. Mi mente no pudo, ni podrá, idear un escenario igual de perfecto como lo veía en ese momento. Definitivamente, Gabriel Campos, mi hermoso novio, era la persona con la que quería pasar el resto de mi vida.

—Vamos a comerlo y luego a dormir ¿sí?

Asintió, secundando mi propuesta.

***

No hicimos gran cosa en mi cumpleaños: preparamos una íntima fiesta, comimos pastel hasta saciarnos y, en el televisor, vimos hechos pretéritos de mi familia; plasmados en fotografías. Se me escaparon las lágrimas ante tal recuerdo, pero no dejé que arruinaran mi noche. Estaba exhausta de que la tristeza alcanzara adueñarse de los momentos más bonitos de mi vida, yo era la única autorizada para ponerle fin a esos incómodos actos y, seguramente, lo lograría pronto.

Iba con Gabriel a la compañía a solicitar algunas cosas que tenía pendientes, puesto que el resumen del otro día no fue suficiente para aclarar mis innecesarias dudas. No sé por qué no dejaba todo en manos del señor Echeverri, él era la persona más fiel que podía existir en la faz de la tierra. Incluso, sopesé la posibilidad de que él llegaría a creer que yo dudaba de como venía guiando la empresa desde la ausencia de mi padre; esa sería la pelea más absurda de la historia Fuentes, así que, luego de abandonar su oficina, abortaría la misión de formularle preguntas que no apoyaban la correcta gestión que había desarrollado siendo presidente y que tampoco ayudaban a formar una buena relación de trabajo con él, porque demostraba desconfianza.




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