Depresión de una Estrella

Capítulo XIV: Adaptación

Cuando era pequeña, en mi cabeza existía una pregunta que no pude contestar: ¿Qué se siente estar secuestrada? Desgraciadamente, en ese momento, estaba capacitada para responderla con propiedad.

Los secuestradores me dejaron en "El Cuarto Oscuro". Era un lugar tan horrible, que dudaba que alguna persona quisiera pasar allí dos horas de su vida. Había velas a punto de acabarse, las paredes sin pintura, apagaron todas las luces y cerraron las ventanas, haciendo que lo absorbiera la oscuridad y, como si el castigo no fuese suficiente, esposaron mis manos por si se me ocurría escapar. ¿Cómo creyeron que con esas trabas y hombres vigilando, detrás de la puerta, tendría la posibilidad de fugarme? Definitivamente, lo hicieron adrede para demostrar que ellos eran mejores que yo; bueno, al menos, eso pensaba.

Cada vez que llevaban comida, la lanzaban en el piso y, como no podía utilizar las manos, tenía que agachar la cabeza y alimentarme como un perro. Qué poca compasión por la humanidad; en mi opinión, nadie merece tratado de ese modo.

Intentaba recordar si alguien se molestó conmigo tan drásticamente para hacerme pagar las consecuencias de tal forma, pero, en fin, no tenía caso atormentarme. Por otro lado, invadió mis pensamientos Gabriel Campos, el chico de mis sueños y el dueño del iris azul aguamarina ¿acaso ya se daría cuenta que desaparecí? ¿O creía que regresé a Mérida a ver el paisaje? Reí ante tal posibilidad.

La puerta se entreabrió en un chirrido, dejando ver la tenue luz que me encandilaba. Cerré mis ojos y, en menos de lo que esperaba, sentí que el hombre que me llevó ahí, se posaba frente a mí. Paulatinamente, los abrí, observé como me quitaba las esposas y me cargaba como a un bebé.

—Lía, le colocas lo que "El Gran Jefe" ordenó—le dijo a una mujer que se encontraba al otro extremo del pasillo.

Se agachó e indicó que me levantara. Al poner los pies en el suelo, la chica se aproximó a mí con una sonrisa. Era de tez tostada, ojos claros, cuerpo de modelo, medía casi lo mismo que yo y portaba ropa ligera. Tomó mi mano derecha y me llevó por el camino. Creo que se dio cuenta de que estaba temblando, debido a las palabras que pronunció:

—Tranquila, no te haré daño. A ver, generemos confianza mi nombre es Lía y pertenezco al grupo: "tocable". Me dijeron que tú eres Sol y formas partes de las "intocables" , ¿es cierto?

—Mi nombre es Sol, sí—respondí solo una pregunta—. Lía, ¿cómo llegaste aquí?

—No es tu problema, no intentes ser mi amiga. He hecho mucho aquí para que lo vengas a estropear ¿estamos, bebita?

Abrí los ojos al máximo y, metafóricamente, le pasé el cierre a mi boca. La mujer me llevó al vestidor y ordenó que me quitara la ropa porque debía vestir de otra forma y, sin chistar, lo hice. Agradecí al cielo la actitud que tomó el secuestrador, aunque parezca masoquista, pero si hubiese sido él la persona que me acompañara a cambiarme, pues no me imaginaba lo que habría sucedido.

La vestimenta era de cualquier exuberante bailarina árabe. Suspiré y la chica me miró con desagrado, como si la ropa me quedara horrible. Me punzó el corazón darme cuenta de que, estando en libertad, jamás llamaría mi atención algo así, es más, ni siquiera me agradaba vérselo a otras personas.

Chasqueó los dedos y se volteó para que la siguiera. El camino fue corto, pero nos tardamos traspasando las escaleras que daban comunicación con la clase de ático abandonado. Cabe destacar, que este era grandísimo y que todo estaba oscuro. Lía sacó de un cajón oculto una linterna moderna, lo que permitió que contempláramos mucho polvo, como si ese lugar desconociera lo que era la limpieza.

Enfocó una puerta vieja y desgastada y, cuando parecíamos estar cerca, la abrió. El área era pequeña, cosa que me resultó extraña, porque, fácilmente, la hubiesen podido ampliar con el espacio desocupado. Entré y casi me desmayo al notar la presencia de cuatro chicos: dos hombres y dos mujeres. Decidí orillarme para analizar las cosas.

La habitación estaba divida por la cortina de baño. En el lado derecho, había tres camas pegadas, formado una y su funda era rosada, por lo que supuse que nos correspondía a las chicas; en lado izquierdo, solo yacían dos y de azul. Me sorprendió la buena coordinación al fragmentarla.

Las chicas rondaban por sus veintes, las dos eran de cabello negro, los ojos castaños, una tenía la figura soñada y la otra no tanto, pero, supuse que a fuerzas, ambas portaban el vestido de bailarina árabe. Por la parte de los chicos, aparentaban la misma edad, uno era rubio y el otro pelirrojo, eran de buen cuerpo y utilizaban pantalones largos y franelillas con su respectivo suéter.

Lía observó intensamente al rubio y, luego, salió de la habitación, dando un portazo. La mayoría de las miradas se posaron en mí, la del mejor físico intentó acercarse y yo me arrinconé más, lo que logró un leve golpe en la espalda. Desvié la vista, pensando en lo acontecido.

—¡Hola! Soy Galilea—se presentó y suspiré aterrada—. Tranquila, no soy de ellos, también estoy secuestrada.

Me generó confianza. Podía leer en sus ojos que no deseaba estar allí, pero, aun así, no me acerqué.

—Te diré sus nombres, ¿sí? No te haré daño, lo juro—alegó, sinceramente—. La delgada que está a mi lado se llama Layla, es nuestra compañera. El pelirrojo es Zack—hizo una pausa—. Y Víctor es el rubio. A él no le gusta socializar, no pierdas tu tiempo.




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