Sol Fuentes.
Faltaban diez minutos para la llegada de "El Gran Jefe". Los chicos, junto con algunas "tocables", se encontraban limpiando el establecimiento y preparando los alimentos que le ofrecerían, de esa forma, hacer su visita más amena y evitar que se le ocurriera castigar a alguien. Por nuestra parte, nos alistaban como él lo pidió: ropa árabe exuberante, maquillaje ecuánime y, por una extraña razón, los pies descalzos, pero manteniéndolos impecables.
Los secuestradores notificaron por su megáfono que faltaban cinco minutos y que guardaran los aparatos de limpieza. Le ordenaron a las "tocables" que se escondieran en sus respectivas habitaciones y advirtieron a los hombres, específicamente a Víctor, que no lo retaran, intentaran delinquir o creyeran que podían pasar por arriba de él, porque, según su ignorante percepción, era la persona más poderosa y morigerada del universo. ¡Ja! ¡Qué gran chiste! ¿Una persona de buenas costumbres sería capaz de dispersar a una chica de su familia por la fuerza? No lo creo.
La puerta principal se abrió, las chicas nos formamos, inclinamos y cerramos los ojos, haciendo una reverencia perfectible. Escuché leves pasos, como si se tratara del zapato de tacón que solía utilizar mi padre; también un perfume fuerte se adueñó del ambiente, lo que logró que imaginara que se tratara del hombre de mucho caudal. Él acarició mi cabeza y procedió a pronunciar las siguientes palabras:
—Mi amor, Sol Fuentes, ¡qué gusto tenerte aquí! —reconocí su voz. No podía ser posible era...—. Sí soy yo—respondió mi pregunta no formulada.
Levanté la cabeza y comprobé mis dudas. —Soy el tío Echeverri ¿no es grato, Sol?
Puse los ojos como platos. Era increíble que el señor al que creía leal, íntegro y miembro de la familia, se atreviera a cometer semejante barbaridad y, activando mis escrúpulos y ganas de inquirir, no tenía claro la razón de su actitud. Sin embargo, retomando el tema de la impresión, quedé petrificada y decepcionada al darme cuenta de que la persona que menos creía, traicionó mi confianza y la de los demás; siendo sincera, aun viendo la expresión de simpatía en su mirada, fue difícil de creer, jamás pasó por mi mente que ese ser humano sería capaz de mover un dedo en mi contra. Es más, albergaba la esperanza de que él hiciera todo lo posible por sacarme de ese nido de víboras.
¿Con qué finalidad me secuestró? ¿Acaso le empalagaba en la compañía? Quizás, haberme hecho entender que mi presencia era irritante, caería mejor que arrebatarme de mi familia de manera tan drástica. O, tal vez, simplemente había descubierto en donde estaba confinada y decidió pagar por mí para llevarme con mi familia ¡sí! ¡Esa era la opción más acertada! El señor Echeverri sería incapaz de traicionarnos, así que, intentando demostrar que desconozco su plan, seguiría el juego al pie de la letra.
—Secuestrarte fue tan fácil como quitarle el dulce a un niño. Ahora, eres de mi pertenencia ¿quedó claro? —confesó—. ¡Como esperé este momento! ¡Es maravilloso!
Creo que debería deshacerme de mi estúpida idea y analizar que me encontraba en manos del peor sociópata de la faz de la tierra. Intentaba contener las lágrimas que amenazaban correr por mis mejillas, debido a que, de esa forma, le mostraría que me derrotó y que había aceptado que era de su propiedad; pero jamás admitiría que así fue, estaba dispuesta a luchar hasta el final de esta pesadilla y, en el fondo, guardando la esperanza de salir airosa.
Rompiéndome por dentro me las ingenié para decirle lo que mi alma gritaba: —¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Qué le hice? —sollocé.
Se inclinó hacia mí y susurró lo siguiente:
—Bonita, ¿no has entendido que conmigo no se juega? ¿Por qué quisiste mostrarte con poder solicitando tonterías? ¿Qué querías? ¿Descubrir que robaba? Sí, sí lo hago y no pararé hasta ver tu familia destrozada.
¡Que no se le ocurriera causarle daño a mis seres queridos, porque conocería a la verdadera Sol! Sopesé mis pensamientos y me di cuenta de que lo mejor era tranquilizarme, pues si decidía retarlo saldría perdedora.
—Eres un...—las palabras escaparon de mi boca antes de que pudiera detenerlas.
—¿Un qué, niña? Cuidado con tus palabras, analiza que pueden ser costosas. ¿Sabes qué? Mejor no esperamos y te demuestro que tengo el poder sobre ti—llamó a un secuestrador y él se le colocó al lado—. Saca a las chicas de la habitación, hoy solo entra Sol, lamentablemente le manifestaré, por la fuerza, mi autoridad.
***
Gabriel Campos.
Pilar me invitó a compartir el almuerzo del día, junto a su hija y al señor Juan Echeverri, en donde debatiríamos detalles de la búsqueda de Sol y, a pesar de haberlo hecho muchísimas veces, intentaríamos descifrar su paradero. A lo mejor, lo propusieron por conservar la ilusión de que aparezca, aunque suene loco era reconfortante.
Por mi parte, ya no sabía qué hacer para encontrarla; les había escrito a las figuras públicas que tenía registradas en su móvil y procuraron difundir la información de que estaba desaparecida, llamé a la mayoría de sus amigos y, una desolada tarde, fui a la plaza para preguntar por ella y nadie la vio. Dándole otro enfoque al asunto, según Echeverri, los detectives seguían en investigación, pero lo más probable era que las cosas surgieran lentas, la única opción era esperar y eso me irritaba, en mi opinión, el tiempo corría y Sol estaba en peligro.
Toqué el timbre de la casa de Ángeles, ella abrió la puerta y sonrió, gratamente. Seguí a la cocina, saludé a todos, tomé asiento en la mesa y comencé a escuchar la conversación