Abrí los ojos lentamente, intentando cubrirlos por la iluminación que los encandilaba. Confundida, indagué las miradas que se posaban en mí, dándome cuenta de que parecían aliviadas y contentas por una extraña razón. A su vez, escuché la voz suave de una chica que aparentemente deseaba susurrar para que no me despertara, pero el gran inconveniente era que ya lo estaba. Ante tal acto, se me escapó una pequeña risa.
Al instante, reconocí que las personas que me rodeaban eran mis compañeros de secuestro, los que creo que me tenían poca estima.
—¡Ánimo, amigos! ¡Sol no murió! —bromeó Zack, provocando que Víctor enfureciera y le diera el leve golpe que afortunadamente lo calmó—. Oye, ¡eso duele!—se quejó.
Fruncí el ceño al sopesar que Víctor se encontraba con nosotros. ¿Acaso no lo castigaron con "El Cuarto Oscuro"? ¿O se escapó y nadie lo notó? Aunque, al fin y al cabo, lo que hiciera o dejara de hacer no era mi problema, pues mi estabilidad emocional me ordenó que, por un tiempo indefinido, perdiera todo tipo de interés en él; lo menos que quería era ser golpeada por estar enamorándome en donde no debía. Pero, solo por tratarse de tal ocasión, decidí preguntar para que mi curiosidad no se presentara más adelante.
—Creí que te encerraron—inquirí.
—Sí, así fue, solo que a me liberan cuando Echeverri se marcha.
Me quedé anonadada y petrificada por su testimonio; sin embargo, mi sorpresa se incrementó al sentir el vestido que portaba, bajé la mirada y comprobé mis dudas: llevaba una simple bata blanca que entraba en el mundo de la transparencia y mi respectiva ropa interior de color fluorescente que, por supuesto, era notable. Sonrojada, desdoblé la manta y me arropé, cubriendo del pecho hacia abajo. ¡Qué vergüenza!
—¿De quién es lo que cargo puesto? ¿Quién me lo colocó? —solté, desesperada.
—Es de aquí, Sol, y yo lo hice, además, procuré que no te vieran—respondió Galilea, disimulando la gracia que le causó.
De nuevo me sentía en paz. No pudiera soportar que cualquiera de los dos chicos, hubiese sido el que contestara aquella interrogación, alegando que fue él el que tuvo que ponerme el vestuario. No había hecho el daño suficiente para merecerme algo de esa magnitud, bueno, si obviamos la parte de la muerte de papá, la separación de mi ciudad natal, cuando conocí a Isabel y ese mismo día me confesó que era mi madre y, por último pero no menos trágico, la vez que el hombre que consideraba mi tío me secuestró. ¡Vaya vida!
Escruté en lo más profundo de mis pensamientos, esperando recordar lo sucedido; no obstante, mi búsqueda fue en vano. Suspiré, estando consciente de que jamás me enteraría de lo que pasó, en esos momentos, con mi cuerpo. Y, aparte, esta información solo la sabían personas que no se arriesgarían a decirla temiendo a las represalias, y, siendo sincera, era totalmente entendible. Pero también se debía resaltar que todo ser humano tiene derecho a conocer lo acontecido con su existencia, mientras sufría de un desmayo. A pesar de que estuviera en la cárcel o secuestrada por el hombre del máximo rango en la compañía de su difunto padre; al menos esa era mi humilde opinión.
Me devolvieron a la realidad, preguntándome que si no me molestaba que apagaran la luz, obviamente, negué con la cabeza e intenté conciliar el sueño, aun sabiendo que no podía y que me quedaría despierta por unas horas. Sopesé la posibilidad de interrogar a los chicos, albergando la esperanza de que no se guardaran ningún detalle. Decidida, dejé los rodeos, les expresé que quería que me contaran lo que ocurrió después de los golpes del hombre y, como siempre adueñándose del protagonismo, Zack afirmó:
—Luego de que se fuera "El Gran Animal" Layla, preocupada, nos avisó que te encontrabas mal, Víctor y yo buscamos el botiquín (no preguntes de donde lo conseguimos) y te curamos a medida que pudimos—hizo una leve pausa—. Víctor veló tus sueños, rezó para que mantuvieras la vida y, al ver que no reaccionabas, optó por...
—¡Cállate! —lo interrumpió el chico.
—... cargarte del suelo a la cama—concluyó la frase, con mentiras.
—Exacto—secundó el aludido.
No me convencían.
—Duerman—entró Layla—. Sol, olvídalo, es lo mejor.
—Por primera vez concuerdo con Layla—finalizó Galilea, plantando en mí muchísimas dudas más.
***
Contemplaba la belleza de Víctor que, paródicamente, hacía que me alejara cada vez más, pues me recordaba a Gabriel Campos, y con él los momentos que vivimos como la pareja feliz. No sé por qué, pero ya había perdido la esperanza de volver a verle y sus risas, besos y abrazos pasaban a formar parte de la irrealidad que, aunque suene extraño, dolía y lentamente me mataba; sin embargo, esas eran cosas que no podía expresarlas y tampoco nadie quería aturdirse escuchándolas.
¡Qué falta hacen los padres! Es triste ir por la vida sin esa figura que te aconseja y te muestra el camino del bien. Duele tomar decisiones que definirán tu futuro con poca madurez y escasa experiencia y, sabiendo que si cometes un error, el entorno lo recalcará hasta el último día que respires. Al fin y al cabo, estamos hechos de pecados de los que ningún ser humano ha podido escapar. Entonces, ¿Por qué es necesario que otro nos juzgue? Creo que esta interrogación encajaba perfectamente en mi lista imaginaria de preguntas sin respuestas.
Y, manifestando lo más sincero que mi alma puede soltar, la existencia es lo peor. Tantos sentimientos que van a la basura, porque no escuchaste la palabra: "disculpa", por creer que tienes la razón, cuando, la mayoría de las veces, estás equivocado o por no saber cómo ponerle fin al amor que te costó construir, pero que en el camino se descarriló. De hecho, todavía me costaba entender que debía desprenderme en el instante que comienzan las dudas, de esa manera, hacer muy difícil que cualquiera de los dos salga herido.