Depresión de una Estrella

Capítulo XIX: Intrusos Infelices

Sol Fuentes.

Una triste verdad que albergaban mis acercamientos a encuentros románticos con mi chico era que a Zack le encantaba aparecer justo en el momento que empezábamos a constituir el aire de amor, arruinándolo todo. En teoría, era admisible la probabilidad de que el intruso desarrollara sentimientos por mí, pero ni de broma fingiría que me gustaba o algo así, porque no era cierto. No sabía cómo podía creer que sería de mi interés crear un romance en los peores tiempos con otro hombre que no tuviera nada que ver con Víctor.

Bueno, eso sonó mal.

Debía centrarme en salir de allí para recuperar a Gabriel y volver a casa, pero seguramente el infeliz de Echeverri se encargaría de inventar cualquier excusa con el fin de detener la búsqueda. ¿Y si cumplió su promesa de incitarles a analizar que quizás ya no respiraba y que me encontraba a dos metros bajo tierra? Esa calumnia destrozaría el corazón de Ángeles que, evaluando el personaje, a él no le importa. Aunque lo relevante sería: ¿ellos se creerían ese cuento barato? ¿O infatigablemente lucharían hasta dar con mi paradero? No lo sé, tal vez ninguna mente conservaba esa información.

Mi única opción era olvidar el pasado, fabricar la idea de que estaría secuestrada por siempre y empezar a acostumbrarme. A pesar de no ser la elección más acertada era la mejor, es decir, sería insólito guardar la esperanza de que yo retornara a la libertad si la persona que pensaba que haría que saliera de esa pesadilla era el que tendió la trampa para aprisionarme. Maldije mi ingenuidad una y dos mil veces.

En lado positivo, aunque no tuviera día fijo de venida, Echeverri faltaba constantemente, así que, por lo menos, cada vez que el reloj marcaba las cinco de la tarde, no tenía la presión de que sería maltratada y vejada. Anonadados por el asunto, mis amigos y yo ideamos las nuevas ocupaciones que podría estar haciendo. Lamentablemente, la lista eran solo suposiciones:

1. Está saturado por el trabajo laboral —se tachó—.

2. Consiguió una compañía próspera y se ocupa en coger todo el dinero.

3. Simplemente nos quiere fulminar y desea realizarlo cuando menos lo esperemos.

4. Quiere que los secuestradores nos maten.

5. Consiguió una novia que lo mantiene ocupado.

6. Todas las anteriores.

Obviamente, ese papel se hizo trizas y luego se echó al charco de agua del otro lado de la cerca que dividía el confinamiento de la libertad. Sí, Víctor disimuladamente la cruzó y salió, arriesgando su vida. No sé cómo rayos tuvo la valentía para hacer algo así, y, además, alegó haberlo hecho varias veces, hasta un día alcanzó a ver a un ciudadano, le preguntó nuestra ubicación y este contestó: el pueblo de una ciudad llanera de Venezuela. Por desgracia, nuestro compañero no nos dijo en cual específicamente, debido a que era peligroso que se nos escapara.

Y tenía razón.

Pero la intriga de conocer el tema con lujos y detalles y la impresión de enterarme que pudo escapar, me carcomían lentamente, como si su secreto se tratase de que traicionase al hombre que, con solo levantar el teléfono móvil, podría hacer que le quitaran la vida. No obstante, pensándolo bien, sucedía exactamente igual a mi descripción. ¡Guao! Para atreverse a delinquir de esa manera, tenía que poseer mucha simpatía por la calle y apatía por su humanidad.

Sin embargo, por sus perversos actos crípticos que, sabiendo que lo podíamos delatar, nos confesó, no cambiaría mi interés por él. De hecho, dentro de pocos minutos quedé en que nos reuniríamos en el comedor para formularle la petición que cambiaría la relación —amistosa—que formaríamos. Él, por supuesto, no se negó, pues, sabía que de lo contrario, yo estaría fastidiándolo con la intención de que reconsiderara mi propuesta.

Me acerqué al lugar acordado y observé que se encontraba sentado, —con la mirada hacia la dirección en la que pedíamos el desayuno— esperándome, mientras sostenía una taza de café en su mano derecha. Fruncí el ceño al entender que esas eran atenciones especiales, pero no lo vi mal, porque él ya tenía bastante tiempo aquí y como "El Gran Jefe" brillaba por su ausencia, no habría problema alguno. O, por lo menos, eso suponía.

Al notar mi presencia, casi se atoró. Simulé una risa, expresando que la situación era incómoda. Por su parte, saludó alegremente y dejó el caer el objeto sobre la barra. Levemente, me aproximé a él.

—No imaginaba que eras puntual, perdón por subestimarte. Llegué antes del horario previsto y por lo del café... es que me aprisionaron en "El Cuarto Oscuro" y me golpearon, la señora fue gentil y me lo obsequió, claro, dijo que no debía acostumbrarme.

Fingí creer su historia, mal elaborada, y respondí:

—No hay problema. ¿Cómo has estado?

Volcó los ojos, cosa que era típica de él, pero su orgullo no interferiría en mi infalible plan de que entabláramos la amistad que todos anhelan. Probablemente, aún no sabía que lo que Sol Fuentes se proponía, sucediera lo que sucediese, lo cumplía y le demostraba al mundo que no se le ocurriera volver a retarla, a menos que quisiera conocer las consecuencias.

—Al grano, Sol—vaya, ya desistió a decirme: Solecito.

Y, de igual modo, así era mejor, porque no me agradaban los seudónimos ni diminutivos cariñosos.

—Quiero que seamos oficialmente mejores amigos del secuestro.

Carcajeó explícitamente, permitiéndome escuchar el sonido de su risa y dejándome contemplar sus blancos y derechos dientes. Alcé las cejas, sorprendida, y él se tornó serio. Me echó un vistazo, de forma soslayada y emitió lo siguiente:

—¡Vaya forma de empezar una amistad! ¿Sabes a qué me recuerda? —Dio el último sorbo y sonrió a la señora que, agradada, fue a recoger el vaso—. Al jardín de niños; cuando una chiquilla y yo juramos ser mejores amigos por siempre. Volviendo al presente y guiándome por tu actitud, estoy seguro de que solo eres mayor de edad según la identificación, pero juzgando las acciones...




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