Depresión de una Estrella

Capítulo XXII: Felicidad Temporal

Sol Fuentes.

—El día que sufriste del desmayo, te besé. Disculpa, pero no me pude contener y sabía que lo rechazarías y...

—Me encanta que lo hayas hecho. No me enfadaré—le interrumpí, esbozando una curva—. Siempre lo he querido.

Qué desilusión, mi primer beso con Víctor sucedió mientras no estaba en capacidad de consentir. Sin embargo, me alegra que mi plan de enamorarlo diera resultado antes de lo que esperaba. Al parecer, era verdad que poseía la virtud de atraer a cualquier chico que me propusiera.

Por otra parte, según los secuestradores, Echeverri no se tardaba en llegar, lo que significaba que tendría que ponerme el traje de bailarina árabe, pero me concentré tanto en el iris azul turquesa de los radiantes ojos de Víctor que lo demás pasó a un segundo plano. No entendía por qué teníamos que estar encerrados, deseábamos salir como la pareja normal, ir a cenar, poder agarrarnos de la mano y, sobre todo, besarnos sin escondernos por temor al castigo. Hasta ahora, las únicas muestras de afecto eran disimuladas miradas fugaces, dormir al lado de la cortina sin cerrarla y compartir el almuerzo.

"El Gran Jefe" se apareció, ignorando a las personas que le adulaban. Corrió a Víctor y se acercó a mí, con la intención de maltratarme, pero cuando enredó sus dedos en mi cabello, sonó la sirena policial, logrando que sus inferiores emprendieran una carrera al final del patio. Ellos entraron con facilidad, pues la puerta había quedado entreabierta. Echeverri, sabiendo que le quedaba poco tiempo, sacó el papel en forma de carta de su saco y lo puso en mis manos. De inmediato, el uniformado lo esposó y él, a la mitad del camino, dijo:

—Tu papá y yo peleamos, porque se dio cuenta de que robé dinero a la compañía. Él quería denunciarme y eso no lo permitiría, así que contraté a los tipos para que lo mataran y, sumándome puntos, aprisionaron a otros que no tuvieron nada que ver. Sí, lo admito, yo hice que lo asesinaran, siendo sincero, lo disfruté y lo haría de nuevo, pequeña niña ingenua. Ojalá que te vaya muy bien en libertad, solo recomiendo que cuides tu espalda.

Se me cristalizó la vista. No creía lo que escuchaba. ¿Cómo pudo ser posible que él estuviese detrás de la muerte de mi padre? Ante esa confesión, no le presté atención a la presencia de los cuerpos policiales o a que se llevarían al infeliz a prisión. No era justo que si ese espécimen no hubiese llegado a nuestras vidas, la persona que más amo permaneciera mi lado. ¿Acaso no se compadeció de la falta que le haría a su familia? ¿O que en formación estaban dos niñas que necesitaban a su figura paternal? Lo peor es que aun así tuvo la malicia de secuestrarme. Él solo merecía mi desprecio. Lo odiaba y quería que se pudriese en la cárcel.

Anhelaba que pagara por todo el daño que nos causó, sin piedad alguna y que le enseñaran lo que es el dolor. Intenté tranquilizarme y desechar los pensamientos negativos que malograban mi corazón. Aunque creo que nunca lo perdonaría, sabía que después me centraría en olvidarlo. En ese trágico momento, me prometí que, a largo plazo, borraría de mi memoria este asunto y me propondría ser feliz. Sin sentimiento, miré hacia atrás y contemplé a Layla y Galilea, observándome con pena. Aún tenía el obsequio en la mano y cuando procedí a abrirlo, percibí de lejos su voz, así que salí para oírlo.

—La familia de tu novio, aquí presente—movió la cabeza a dirección de Gabriel, él y yo nos miramos fijamente—, es también responsable de su perecer, porque en sí ellos tuvieron la idea. Y, concluyendo, ellos tienen dinero porque son corruptos y ladrones, como yo. ¿Sabías que no existió el operativo de recursos humanos? Insulsa, él llegó por sus influencias. Adiós, recuerda hacer ejercicio y alimentarte, te quiero.

Lo callaron y metieron a la patrulla. Me quedé atónita, digiriendo lo que acontecía. Sentí que alguien contemplaba mi desgracia muy cerca de mí, por lo que levanté la cabeza y lo vi. El imbécil de Gabriel estaba a mi lado, casi llorando y con vestimenta fúnebre. Me daba vergüenza admitir que algún día imaginé que íbamos a ser nuestro complemento, amor y cariño, pero sus malos pasos y actitudes erróneas, acabaron mi esperanza. Y yo, en lo más recóndito, aún creía que los rumores eran falsos.

—Estrella...—me llamó por mi seudónimo, con voz aterciopelada.

—No, de ella no queda nada. Ahora está vigente: Depresión de una Estrella.

Le rogué que se alejara, pero hizo caso omiso. Procedió a abrazarme, hacía lo que podía para zafarme de su agarre. Posteriormente, sentí que me tomaron por la fuerza, pensé que me volvieron a secuestrar, pero mantuve la calma al ver que se trataba de Víctor, quien actuaba en mi defensa. Gabriel nos contempló, como si nuestra unión le diese asco. Mi cuerpo exigía ocasionarle sufrimiento, al menos la cuarta parte de lo que me hizo a mí. Sabía que ese sentimiento era destructivo y no sé por qué logró dominarme.

En venganza, besé en los labios al dueño del iris azul turquesa, él recibió el roce y lo incrementó, tomándome desprevenida. Me di cuenta de que nunca había recibido una manifestación de cariño tan bien elaborada como aquella, a través de ella sentí que se revolvió mi estómago y el deseo de que no se terminara. Luego, nos despegamos y visualicé a Gabriel, resistiendo el llanto. Con sinceridad, no me provocó emoción alguna, simplemente era un tipo insignificante.

—¿Me cambiaste por esta vergüenza de la humanidad? No sabes la clase de persona que es. Por favor, ven conmigo yo te salvaré y protegeré, nunca he hecho lo contrario, amor—sollozó al decir lo último.

—Gracias por la ofensa, compañero—inició Víctor—, pero déjame incitarte a que le ratifiques a la señorita la declaración que dio Echeverri. ¿O cómo te enteraste de que Sol estaba secuestrada aquí? ¿Fue que el hombre te quedó mal y decidiste vengarte? Estoy seguro de que tú conocías este lugar mucho antes de que ella parara aquí, por lo tanto, no necesitamos que quieras salvarla, porque ahora no eres nadie en su vida. Así que márchate o lo haremos nosotros.




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