Depresión de una Estrella

Capítulo XXVI: Problemas

Me citaron a una reunión en la compañía, la cual definiría su futuro.

Todo transcurrió de maravilla, creo que tomar la decisión de retirarme temporalmente, fue la más acertada. Por otro lado, tuve el privilegio de conocer a empresarios reconocidos a nivel nacional e internacional que, al enterarse que el inconveniente de Echeverri se convirtió en el escándalo favorito del país, les prohibieron a sus empleados mencionar el tema en la oficina o con algún periodista. Agradecí desde lo más recóndito de mí, luego compartimos café entre una gustosa plática.

Caminé por sus limpios y perfumados pasillos, recordando muchísimos acontecimientos escoltada de mi padre. Esos donde no sufría, en los que me atrevía a jurar que la vida consistía en impecable bienestar, en los cuales las sonrisas protagonizaban mis días, cuando era feliz y no lo sabía.

Estaba vestida como empresaria prestigiada, mi calzado y peinado seguían el mismo rumbo. Había conseguido la autorización que declarase que contaba con los conocimientos requeridos para comenzar a laborar, el infeliz de Echeverri cumplía su condena en prisión, Ángeles se preparaba en la universidad con la carrera que le llamaba la atención. Papá, si aún estuviese en este mundo, destellaría satisfacción, a no ser que se diese cuenta de que yo no conseguía alcanzar el verdadero cariño.

Solo Gabriel hizo que conociera el significado del amor, pero, por haberme enamorado en el secuestro, lo perdí, atándome a Víctor en cuestión de agradecimiento por tratarme como princesa. Ni mi corazón ni mi mente pertenecían a la que era mi actual pareja, mi gratitud sí y, sin importar que yo estuviera al corriente de que no debía salir con alguien por simple compromiso, no renunciaría a mi idea.

Seguro que si mi padre viviese me guiara en ese fuerte trance, qué lamentable que yo era la única persona que me aconsejaba. Últimamente me consideraba soterrada con mis sentimientos; claro, no me convenía admitir que no los podía ocultar ni arrancar, así me lo propusiese de mil maneras. En el fondo, deseaba que lo que alguna vez existió entre Sol y Gabriel no llegara nunca a su perecer, lo que me atormentaba era que ya se aproximaba la fecha.

Salí del establecimiento, topándome a Manolo, un empresario joven, gran amigo de mi familia. Nos saludamos, reímos al notar que no nos veíamos desde que yo tenía catorce y él dieciocho; por lo tanto, expresaba que transcurrieron diez largos años del día en que sus padres dieron una fiesta e invitaron a sus socios y a los hijos de estos. Qué irónico que él siguió el camino de sus progenitores y no lo que decía querer ser: veterinario, para cuidar a los perros callejeros. Sí, efectivamente, dejó que ellos lo domeñaran según lo que les parecía mejor en el área académica.

Él se ofreció a trasladarme a casa, yo me negué porque esperaba que Víctor, respetando la promesa que hizo, apareciese. Entonces, él concluyó que aguardaría conmigo para que no me aburriera. Pasados varios minutos, aparcó la camioneta negra casi adherida al bordillo, de la que bajó el aludido. Lo despedí formalmente y me dirigí a la dirección del vehículo decidida a  irme a la casa de mi pareja, pero él se adelantó acercándose a nosotros, sonriente.

Mi compañero le dio la mano, mas no hubo respuesta de la otra parte. Fruncí el ceño, confundida, automáticamente se desarrugó al escuchar sus voceos que sujetaban expresiones irrespetuosas hacia Manolo, podría defender que, en mi corta edad, no había oído obscenidades símiles a las de aquella situación. Desconocía que eventualidad sucedió entre ellos, debió ser inimaginable para que Víctor se expresase así de él, quizá igual salió con Sara.

—Sol, ¿por qué hablas con este pedazo de basura? —gritó mi pareja, sonrojando de furia.

Manolo lo retó a repetir como lo llamó, le aclaró que si gustaba resolvería el problema que él se inventó en la rama que quisiese: intelectual, profesional o a la fuerza, pues en las tres lo derrotaba sin rodeos. Aterrada, le di a entender que no era necesario y que ya nos íbamos; obedeciéndole a mi obtusa percepción, canté victoria por haber logrado calmar la diatriba.

—Amiga, no sabía que tu hermano mayor fuese tan celoso. Señor, disculpe, yo no soy de Sol más que su amigo, usted debe conocerme por ser allegado a los Fuentes.

¡Cielos! Manolo y Víctor ni siquiera se conocían; de lo contrario, no lo hubiese llamado señor o se atreviese a afirmar que él era mi hermano mayor. Eso quería decir que la persona con la cual residía, le hizo la escena de celos a un desconocido solo porque se acercó para conversar. No soportaría su actitud, al llegar al apartamento le llamaría la atención y, en caso de que fuese necesario, lo regañaría.

—¿Hermano? Soy su novio, insulso. No sé cuándo te dignarás a eliminar tus ineptitudes, pero espero que sea pronto, animal—siguió los insultos, le solicité que se detuviera, exasperada de su locura—. ¡Cállate, Sol! Tenemos varios asuntos pendientes que resolveremos en casa, te conviene hacer silencio a menos que quieras que tu pena se incremente.

Claramente me amenazó; a esas alturas, lo creía capaz hasta de pegarme, pero si me portaba bien no ocurriría nada que no quisiera. ¡No! No tendría por qué comportarme como a él le provocase, era mayor de edad, independiente, segura de mí misma y, mientras respetase las leyes del país, podía realizar lo que se me pegase la gana sin autorización de nadie. Así que no aguantaría su soberbia, dominancia e imposiciones ¿me liberaría? Sí, pronto lo haría.

Manolo le dijo que si se creía tan fuerte para gritarle a una niña, drenara su potencia a golpes, específicamente él se ofrecía como candidato. El propietario del iris azul turquesa, le ofendió y le aclaró que la chiquilla —es decir, yo— tenía veinticuatro años; mi amigo, irónico, le afirmó que él portaba la edad suficiente de ser mi progenitor, por lo que él le respondió con el puñetazo en su rostro. Terminaba de comprobar que lo que sentía Víctor por mí, no llegaba a más que poco afecto.




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