Depresión de una Estrella

Capítulo Final: Ángeles

Gabriel Campos.

Estaba sentado en la sala de espera del aeropuerto, aguardando a que me llamasen a abordar el próximo vuelo saliente a Mérida. Ya no tenía razón para alejarme de mi familia, porque la chica que logró cambiar mis planes me dejó por mi hostil rival y, según las redes sociales de él, se fueron a vivir a Rusia, conservando el ávido anhelo de que sus hijos naciesen y se criasen allí.

Mi regreso sería definitivo; en cierto punto, mi estadía con Sol me inculcó que no debo rogarle a alguien que me odie. Paradójicamente, aún percibía que su amor por mí no había llegado a su fin. Bueno, me resignaría a que la ingenuidad no escapase de mí jamás. Distrayéndome de mis pensamientos, sonó mi móvil, leí el nombre y demoré en contestar.

Señorita Fuentes.

Le saludé, ella hizo lo mismo.

—Campos, Sol está en graves problemas—expulsé un sonoro quejido, los demás se me quedaron viendo—. Víctor resultó ser horripilante, si te dijese que la insultó y ahora en su cuarto inconsolable, solo refleja emoción observando tu retrato.

Mi papá solía repetir que los hombres no lloran, pero, en ese momento, era inevitable soltar las lágrimas. Mi querida estrella no estaba bien emocionalmente y yo yéndome a mi ciudad natal ¡qué cobardía! Mi obligación era permanecer a su lado en estos tiempos de penurias, sin importar que me haya, en metáfora, escrito un cartel donde señaló en negrita que no me amaba porque su corazón le pertenecía a otro.

—Muere por divisarte, alega arrepentirse de no elegirte. Claro, ya es demasiado tarde, tú seguro que ya te habrás cansado de...—la interrumpí, preguntándole que ocurrió—. Ven a la casa Fuentes y lo averiguarás, buenas tardes.

Colgó la llamada. Sin siquiera notificar que no viajaría, me dirigí a la salida, deteniendo al taxi. Subí en él, dándole la dirección al señor y apresurándolo de sobremanera. En el camino, conversamos de política, la importancia de las redes sociales y estudios matemáticos; al hombre lo enamoraba el conocimiento. Pese a que la distancia no era muy grande, aparentaba serlo en mi deseo de apuro.

Miré a través de la ventanilla, examinando como las personas desaparecían en segundos. Revisé la hora, recorrimos veinte paupérrimos minutos que, siendo sincero, parecieron una hora. Al aparcar el vehículo frente al destino, descendí de él, después le pagué al conductor más de lo establecido.

—Cuando gustes hablar de ciencia, me llamas, hijo—me regaló su tarjeta de identificación, recibiendo el dinero.

Asentí, él se fue.

Dudando si lo hacía o no, toqué el timbre. Me recibió Ángeles, sorprendida por mi "inesperada visita", entre susurros indicó que le siguiese la corriente. Fruncí el ceño, así que mantuvo firme su posición excusándose en que el día que me casara con Sol se lo agradecería.

—No puedo explicártelo, pero mi moción logrará que te reconcilies con Sol. Por favor, si algún día tienen niñas, pónganle a la primera Sasha ¿sí, Campos?—no tenía idea que insinuaba; sin embargo, aun así, le dije que sí—. Sígueme, vamos a su habitación.

Atravesamos las escaleras y el pasillo de arriba hasta que por fin llegamos a su cuarto. La joven abrió, sin pedir permiso, allí se encontraba Sol envuelta en su manta. Fulminé con la mirada a Ángeles, quien fue a dialogar en compañía de su hermana. No entendía nada de lo que acontecía, quizá fue un vehemente juego que elaboraron entre las dos para verme la cara de estúpido. No obstante, ya mi supuesta ex novia obtuvo verla en varias ocasiones ¿tanto así le gustaba jugar conmigo?

Noté a la niña abrazarla y secarle las mejillas. ¿Alguien podía decirme que pasaba? El silencio que arropaba al recinto, lo atacó el lamento proveniente de mi querida Sol, al igual que sus suspiros; trayendo en consecuencia que, todavía proponiéndose no caer bajo sus redes, cualquier ser vivo se conmoviese. A través de su perpetua melancolía, alcanzó no solo conquistar mi corazón sino también adentrarse a él de una forma desconocida que, ni arrancándola desde la raíz, se dignaría a parar de dominarme.

—Gabriel, ven—atravesé la entrada al mismo tiempo que Ángeles descendió, contemplando el vacío—. Gracias por venir por el presentimiento de que mi estado anímico yace en el piso. ¿Estamos conectados por telepatía o mi hermana te marcó y no lo admitirá? No soy tan boba.

Carcajeó, yo sonreí. Su felicidad alimentaba mi alma, me encantaba que sus ojos se iluminasen, que su semblante destellase paz. Abrió los brazos y me hundí con ella en el lecho, acariciando su lacio cabello rubio, su virtud física que prefería. Pero, por supuesto, las que guardaba en lo más recóndito de sí, no eran admisibles a ser comparadas o calificadas.

—¿Qué te hizo, Estrellita? —cuestioné, ella no contestó—. Vamos a la playa, hoy en mi auto.

—¿Cómo? —Alzó las cejas—. No puedo ¿qué dirán los demás? Acabo de terminarle a Víctor, no han transcurrido ni veinticuatro horas y ya estoy viajando contigo. Ay, dueño de mi universo, no me incites a que el entorno defina que soy una...

Puse mi dedo en sus labios, silenciándola. No soportaría que se denigrase por ningún motivo, muchísimo menos por rechazar mi propuesta a visitar el mar. Conociendo al personaje, fue el miserable de Víctor el que la exhortó a dudar de su integridad, pues en mi memoria no había ocasión en el que se ofendiese utilizando misoginias ¡qué tonterías sucedieron en mi ausencia!

—¡Correcto!... eres una reina—declaré, mientras su risita disimulada nacía—. Si te preocupan los comentarios destemplados, por mi parte nadie se enterará. Si gustas, publico en mis redes sociales que te aborrezco, pero, por favor, no desperdicies esta oportunidad que nos nutrirá. Aparte, creo que tienes razón, la gente no debe estar al tanto de nuestros planes, su negatividad los echa a perder.

Dudó de mi seguridad de hacer dicha locura, yo la afirmé. Besé su frente sin parar, le murmuré que no había que objetar en los designios del amor a no ser que se quiera salir herido. Le solicité que remembrara las estupideces que acaecieron en nuestra etapa de antes de ser novios, en la que ambos, aunque no lo reconociéramos, estábamos segurísimos del rumbo que tomaría la precipitada amistad que desarrollamos.




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