Depresión de una Estrella

Epílogo: Señor y Señora

6 años después.
—Mami, dile a Alfie que se detenga, pues corre demasiado rápido y no lo puedo alcanzar—jadeó mi primogénita, exasperada.

Sí, Gabriel y yo tuvimos dos hermosos mellizos que nos llenaban de alegría el alma. Hoy se conmemoraba cuatro años de su nacimiento, así que optamos por dar una gran fiesta para que ellos disfrutaran y obtuviesen lindos recuerdos de lo que sería su infancia.

Retornando a la realidad, le ordené a Alfie que parase y los sostuve a ambos en mis brazos. Cada uno recibió un beso de mamá, lo que les suscitó risas; después, les solicité encarecidamente que en su cumpleaños no peleasen.

—Pero ¿por qué no se puede pelear? A fin de cuentas, lo único positivo de estas reuniones es comer pastel de carritos—protestó Alfie—. Mami, quiero saber el motivo por el cual comparto la torta con mi hermana.

Reímos explícitamente. En cierto punto, el niño tenía razón, pero había que enseñarlos a compartir para evitar que en la adultez se comportaran como malos hermanos. Debía inculcarles desde pequeños que la familia vive unida y que evade las situaciones que irrumpan su armonía, por lo que intentaba discutir lo menos posible con Gabriel en presencia de ellos. Aunque realmente entre él y yo no existían muchos problemas, solo que de vez en cuando me irritaba su actitud que buscaba controlar mi vida para llenarla de bienestar. Si no permití que me dominara siendo novios, mucho menos ahora que ya éramos esposos oficiales.

Gabriel se aproximó a nosotros, cargó a Ashley y ella le cantó canciones de amor. Desconozco de quien heredó esa meliflua voz que enamoraba a cualquiera que la escuchase, quizá tendría futuro artístico. Que mi bebé fuese cantante, sería un gran orgullo.

—Papi, ¿a qué hora llega la tía Ángeles, el tío Alexander y la abuela Isabel?
Estoy ansiosa por ver a mi familia, además mi tía me prometió que iríamos de shopping por toda la ciudad y que me traía una sorpresa que amaría—cuestionó la niña.

Ella no mencionó a sus abuelos paternos, porque casi no les hablábamos de su existencia. Temíamos tener que responderle las barbaridades que acaecieron en tiempos pasados, también omitimos comentarle que el padre de mi esposo vivía en la prisión por los crímenes cometidos y su esposa se internó en un asilo, incrédula de la triste situación.

En cuanto a nosotros, compramos una quinta en buena zona de Caracas y la adornamos con mucho amor y felicidad.

Gabriel la besó en la frente y contestó:

—Aguarda, bebé, seguro que no demoran.

Por supuesto, el personaje de Víctor es desconocido. Intentamos borrarlo del mapa, como si se tratase de alguien del peor ser humano—claro, en cierto punto, puede ser seriamente clasificado en competencias de ese estilo—. Lo último que supimos de él fue que se casó con una modelo y producto de la relación, nació su primogénita. Según comentarios innecesarios de informantes vagos, él las maltrataba muchísimo.

Distrayéndome por completo, divisé la figura de mi mamá y Ángeles, quienes al parecer se pusieron de acuerdo para llegar juntas; posteriormente se presentó Alexander. Con mucha alegría nos saludaron y entregaron numerosos obsequios a los niños, lo que causó que su regocijo aumentase en cantidades industriales.

A medida que el resto de los invitados ocupaba el patio con su grata presencia, este alcanzó llenarse. Sin embargo, a través de la multitud, claramente se veían dos chicos que dialogaban, sí, eran mi hermana y Alexander. Reí por lo bajo, porque estaba consciente que él era muy estúpido para que ella lo aceptase en una relación amorosa, así que me quedé tranquila.

"Sol, cálmate, que hablen no significa que se van a casar. Deja de imaginar la boda más absurda del mundo y que sus hijos tendrán los mismos apellidos que los tuyos" pensé.

Ella se acercó.

—Sol, qué felicidad me da verte. Disculpa por no acercarme a ti antes para compartir más que un saludo, pero es que el insulso aquel comenzó a hablar sobre su terrible forma de ver el mundo. Te resumo mi percepción de él: ignorante, poco agraciado, sin educación, es dueño de un dialecto pobre y miles de cosas que te prometo que no quieres saber—inició—. ¿De dónde conoces a ese ser tan desdeñable?

Suspiré, disimulando mis carcajadas.

—Él es hermano de Gabriel, lo que significa que cumple con las funciones de ser mi cuñado...

Abrió sus ojos de par en par, asemejando la misma impresión de reconocer a algún individuo extrasensorial. No podía creer que Alexander ocasionase tanta polémica hasta que remembré la vez que pretendió conquistarme con dinero y, de remate, después me enteré que pertenecía a la mesada que sus papás le facilitaban al mes. Debería fundar centros educativos, donde enseñase a conquistar a las damas; a lo mejor nadie se inscribiría antes de inaugurarlo.

Preguntó sobre el comportamiento de Ashley, evidentemente solo pude decirle maravillas. Sin embargo, me parecía extraño que ella inclinase su preocupación a la niña y a Alfie lo ignorase, como si fuese algún desconocido. Según mi suposiciones, era conexión femenina, aparte compartían diversos gustos y su similitud física tampoco se quedaba atrás. Diversos amigos me han bromeado, diciendo que mi hija no es mía sino de Ángeles.

—Sol, hay algo que debo confesarte...—le presté atención—. Hace años, cuando Campos y tú eran novios, le expuse que ustedes podrían llegar a casarse, así que, si concretaban una boda, su primera niña respondería al nombre de Ashley. Ahora, actualízame, ¿tú escogiste el de Alfie?

—¡Qué mala eres, María de los Ángeles Fuentes! Batallé con él para que ella se llamase Gaboly, "Gab" de Gabriel, "Ol" de Sol y la "y" para convertirlo en femenino. Y sí, Alfie lo seleccioné yo— reproché, enfadada. De forma paulatina, calmé mi improvisada ira y adopté la felicidad que emanaba la escena—. Creo que haré lo mismo cuando me conviertas en tía, por favor, exijo la fecha en la que eso acontecerá.




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