Depresión nocturna

Confesión de medianoche

Anoche desperté a causa una pesadilla tan real como para ser sólo un sueño.

Se trató de un recuerdo, un mal recuerdo de la infancia donde todo estaba mal. El timbre había sonado y salí del aula con prisa e intentando desaparecer y esconderme entre los árboles detrás de los salones donde era difícil ver de lejos. Quería estar ahí hasta que ellos se fueran aburridos a sus casas, pero no fue así, lograron seguirme hasta acercarse lo suficiente para hacer su rutina del día. No les había hecho nada, sólo recibí un elogio por terminar primero el problema de matemáticas, nada más.

Llegaban de frente y conforme intentaba decirles que me dejaran en paz iban rodeándome hasta taparme las salidas, nunca quedé sin intentar defenderme. Quizás pude darle un golpe o una patada a uno, pero sin darme cuenta me tomaban de los brazos por la espalda y comenzaban a golpearme el estómago o la entrepierna. No sé en qué momento se detenían, si era al escucharme sollozar del dolor o cuando se aburrían lo suficiente como para ignorarme.

Estaba a mediados del ciclo escolar, por supuesto que me había quejado con el profesor o la directora, pero cuál fue mi sorpresa ante la ayuda que me brindaron, se limitaron a decirles que no me molestaran. No llamaron a sus padres, amenazaron con suspenderlos o expulsarlos, no sugirieron terapia para ellos, sólo tuvieron una llamada de atención, que era justo lo que les faltaba en casa. Después de aquello recibí una golpiza por bocón y entendí que nadie haría algo por defenderme.

No podía decírselo a mamá, ya tenía suficientes problemas con su desempleo y la crisis económica que enfrentábamos, sumado a la distancia familiar que surgió tiempo atrás por culpa de malentendidos entre tíos junto a la ambición de uno de ellos. Ella estaba estresada y de mal humor, ¿cómo iba a llegar llorando que me molestaban en la escuela sin una solución aparente? Me quedaba en silencio sobre lo sucedido y me limitaba a fingir una sonrisa que consolara un poco a mamá y decirle en la tarde que fuéramos a misa donde encontraba un poco de esperanza. Es gracioso, iba a misa para tranquilizarla, pero conforme pasaban las semanas dejaba de creer en el dios cristiano que tantas personas adoraban en aquella iglesia. En las noches que pasaba con insomnio vigilando a mi madre de que no intentara abandonarnos, ya fuese huyendo o con suicidio, por la presión en la que vivía, me ponía a ver el cielo completamente obscuro mientras había pequeños destellos de las estrellas. Busqué y supliqué, pero Dios no estaba ahí, nadie iba a llegar a salvarnos o ayudarnos. Entendí que estamos solos en este mundo de moral vaga y arbitraria.

Fueron muchas ocasiones que tuve la esperanza de que apareciese alguien más grande y fuerte que ellos, con ideales justos que me defendiera y les diera una lección por lo que hacían, pero no era una película o una historieta, estaba en la realidad y en ella no puedes esperar un héroe, te quedas tirado hasta que reúnes fuerzas suficientes para levantarte por tu cuenta.

Después de cada golpiza, me levantaba de la hierba seca y sacudía mi ropa, examinaba los daños en mi cuerpo y plasmaba una sonrisa en mi rostro para ir a traer a mi hermano menor a su salón, tenía que platicar con su maestro sobre su comportamiento y tareas, era el tutor de diez años de un pequeño de siete. Al finalizar, lo tomaba de la mano y caminábamos un par de cuadras hasta la casa donde calentaba la comida que mi madre había dejado antes de salir a hacer ventas o conseguir dinero para comer. Lavaba mi uniforme lleno de polvo y me bañaba para poder aplicar algo de alcohol en los hematomas provocados en mi abdomen.

No era cuestión meramente física, sino que durante el día de clases me ponían apodos que dolían muy en el fondo, burlándose de mi físico y lo poco que sabían de mi vida. Criticaban la forma de mi cabeza y la ausencia de figura paterna en casa, diciendo que era homosexual al criarme con una mujer, por las veces que me vieron ir a comprar cosas para mamá y cargar bolsas aumentaban los insultos. Por eso es que no me gusta cortarme el cabello, porque al verme al espejo sólo puedo observar al mismo niño del que todos se burlaban por su cabeza y las ojeras que tenía a causa de los desvelos.

Siempre que veo una película donde el protagonista es acosado existe un amigo que lo defiende o mínimo le apoya en su problema, conversa con él o siquiera se encuentra ahí. En mi caso no corrí con tanta suerte, no tuve ni un solo amigo durante ese año en aquella escuela, no tenía con quién platicar todo lo que pasaba en mi vida, y durante las tardes me ponía a jugar un cuatro juguetes viejos que me quedaban después de habernos mudado de ciudad, era la única terapia emocional que podía utilizar, ya que en las historias que imaginaba todo estaba bien, los protagonistas eran fuertes y valientes, tenían amigos y no lloraban todo el tiempo.

De pronto comencé a subir a la azotea de la casa y a caminar por toda la manzana, desde esa altura las personas se veían pequeñas, tan pequeñas comparadas conmigo, y me acostaba a ver las nubes e imaginar lo grandes que eran, mientras mamá no estaba me distraía por los tejados. Hasta una tarde que ella se dio cuenta y me propinó un par de golpes con mi propio cinturón por poner en riesgo mi vida de esa manera. Ahora la entiendo, pero en ese momento dolió como nunca, aunque era un par de golpes más en la vida.

Hubo un punto donde la rutina tuvo su efecto y los golpes no eran más que contacto físico y dejé de tomarles importancia, supongo que fue en la fecha de la muerte de mi abuela. Conocí otro tipo de dolor más profundo que simplemente ser pateado en el suelo, así que cada día era un poco menos doloroso, aunque nunca dejó de doler.




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