Los días se pasaban lentamente en el Hospital Real de Bethlem, pero Malia había encontrado un amigo. Era imposible para ella caer en la realidad de que había estado internada en ese hospital por un mes y dos semanas... en un par de semanas volvería a casa y dejaría el manicomio. Malia y Adam pasaban los días juntos, contando chistes malos y fumando cigarrillos en la sala de estar donde se habían conocido. Quedaban de verse allí justo después de la terapia, se sentaban en el sofá, uno al lado del otro, y se burlaban de los otros internos con empobrecida salud mental.
La compañía diaria del chico había ayudado a Malia acostumbrarse a estar en Bedlam un poco más rápido; también había tomado en consideración lo mucho que había cambiado... antes de entrar en el manicomio, era una chica preciosa y dulce, llena de buenas vibras y felicidad, alguien que solía cuidar de sus seres queridos... pero ya no era así, se había convertido en una persona que desbordaba frialdad, se burlaba de las otras personas con graves problemas mentales y el sarcasmo se había convertido en su mejor amigo.
Aun así, le gustaba su nueva forma de ser, la hacía sentir viva y realizada consigo misma. Ambos jóvenes habían pasado un mes juntos, y ella comenzaba a sentirse confundida estando alrededor de Adam, debía admitirlo, Adam era jodidamente ardiente, así que, la idea que más se hacía presente en su perturbada mente era que había comenzado a tener sentimientos por aquel asesino de ojos azules que pasaba fuera de la realidad la mayor parte del tiempo.
"Entonces, ¿cómo estuvo la terapia hoy?" Le preguntó Adam mientras tomaba su larga dosis de antipsicóticos mezclados con antidepresivos.
"¡Estuvo genial! Madeline se volvió loca y tuvo una crisis allí mismo, ¡Estaba tan demente que le lanzó un puñetazo a Corey directamente a la cara!" Dijo con una sonrisa divertida en su rostro.
"Eso es genial. ¿Le pusieron una camisa de fuerza?" Preguntó con curiosidad.
"¡Por supuesto, amigo!"
"¡Maldita sea! Tus sesiones de terapia son mucho mejores que la mías."
"Pobre de ti." Se rió suavemente.
De repente, un agudo silbido se escuchó por toda la habitación, haciendo a Adam estremecerse y maldecir, no era capaz de soportar silbidos agudos y fuertes. Malia se cubrió los oídos con sus manos y sacudió su cabeza debido a la ansiedad. Una vez que el silbido había acabado, voltearon a mirar a la señora mayor que regía la institución, de pie en el centro de la habitación junto a su marido.
"Por favor, divídanse por géneros. Hombres aquí." Apuntó a su lado izquierdo, todos los hombres presentes en la sala de estar se dirigieron hacía el lugar que ella había dicho, incluso Adam se puso de pie y se encaminó junto con los demás. "Y las mujeres de este otro lado." Señaló el lado derecho.
Malia se levantó y rodó los ojos, no se sentía del mejor humor para realizar alguna actividad recreativa o algo por el estilo; finalmente, se posicionó en el lado derecho y esperó con impaciencia.
"Hoy haremos algo diferente y fuera de la rutina. Hemos formado parejas con todos usted, y cada pareja hará una tarea diferente, todos tienen un compañero, así que no se preocupen por quedar solos." Dijo la mujer llena de regocijo.
Malia soltó un resoplido, la actividad propuesta no había captado su atención en lo absoluto, si era honesta, prefería tomar un largo baño en agua hirviendo.
"Vamos a empezar... Crystal y Daniel, ambos limpiarán la biblioteca." Dijo y ambos asintieron, dirigiéndose de inmediato al lugar asignado. "Dylan y Lydia, ustedes lavarán los platos después de la cena." La anciana hizo una pequeña pausa y frunció el ceño. "Adam y Malia, prepararán el postre para la cena de esta noche."
Los ojos de Malia se abrieron como platos ante la sorpresa de que Adam sería su compañero, sin embargo, se sintió confundida y, a la vez, emocionada; realmente disfrutaba de cocinar. Levantó la cabeza y, con su mirada, buscó a Adam en la multitud masculina. Una vez que sus ojos se encontraron con los de Adam, sonrió y se encogió de hombros con nerviosismo. Tomó camino hacia el ojiazul sin saber que hacer, se sentía pequeña y desamparada.
"Entonces... Tenemos que preparar los postres, ¿eh?" Soltó una delicada risa.
"Si, será mejor que vayamos a la cocina... La cena es en aproximadamente tres horas."
"De acuerdo, andando."
Ambos jóvenes echaron a andar en dirección a la cocina, atravesando dos largos y espeluznantes pasillos; el ambiente era insoportablemente silencioso. No era gran fanática del silencio, le frustraba tanta quietud.
Tan pronto como entraron en la cocina, ambos tomaron los delantales y los colocaron sobre su ropa para evitar que esta se ensuciara, por último, Malia ató su largo y rubio cabello en una alta cola de caballo, recurriendo al uso de la banda elástica que adornaba su muñeca.
"Me gusta como se ve tu cabello cuando esta suelto y cae por tus hombros como si fuese una cascada." Adam dijo con sinceridad, ella sintió como sus mejillas tomaban un color rosa pálido pero notable a la vista.
"Gracias, Adam." Sonrió con ilusión. "Entonces... ¿Sabes cómo cocinar?"
"En realidad no, ¿y tú?"
"Sí, me gusta mucho."
"Brillante, ¿Qué quieres cocinar?"
"¿Qué piensas acerca de un pastel de limón?"
"Dulce, ¡vamos a hacerlo!" Sonrió, mostrando el anillo que perforaba el lado izquierdo de su labio, cautivando a Malia con esa provocativa sonrisa.
Había memorizado la receta del pastel de limón años atrás, solía ser el postre favorito de su padre, y ella era feliz cuando cocinaba para él. Sabía exactamente cuáles eran los ingredientes necesarios y sus respectivas medidas.
"Saca el azúcar y la harina, Adam."
"¡Hecho!"
Soltó una risa mientras continuaba con su tarea de sacar las cucharas y tazas, para luego engrasar los moldes. Adam la miraba fijamente, perdido en aquellos bellos ojos verdes; todas las cosas que la chica realizaba le robaban la atención, era única. Había sido la única chica en la vida de Adam que había sido capaz de mantenerlo dentro de la realidad sin necesidad de recurrir a los medicamentos.