Derivé

Capítulo 2

 

—Buen día doctor —lo saludó una mujer al pasar, él respondió con un asentimiento de cabeza en su dirección.

Era demasiado temprano para comenzar a hablar y repartir saludos. El café en su termo quemaba su garganta justo de la forma en la que siempre le había gustado. Sentía el líquido correr cuesta abajo, imaginándolo hacer su camino por la garganta, el esófago, hasta llegar a su estómago, asentándose y provocando una cálida sensación envolvente. A veces era un asco ser fanático de la anatomía.

Más aun proviniendo de una familia de largas generaciones de artistas consolidados y muy reconocidos. Era él lo que muchos verían como la oveja negra. Porque fue el primero y único hasta entonces en inclinarse por una profesión científica y no artística.

Amaba lo que hacía, incluso el horrible olor a hospital. Quizá era su aroma favorito; sanitizantes y legía con un poco de sufrimiento humano.

Siniestro.

Venía arrastrando desde hace unos meses un carácter de mil demonios. Toda su familia estaba poniendo una silenciosa presión en él. Si te preguntas porqué, es mejor que tomes asiento para saber la respuesta, porque no lo habían mirado de aquella manera ni siquiera cuando anunció que no sería actor, escritor ni pintor.

— ¿Músico? —había preguntado su abuelo esperanzado. Tal vez un músico es lo que la familia necesitaba.

Y entonces Bastian se había visto en la penosa necesidad de negar.

—Médico...

—Bueno... ¿Qué clase de médico?

—Médico cirujano. 

—¡Manos de artista! —había festejado su abuelo, decidido a no perder nunca.

Y bueno, aquí estamos, ante la razón de sus mencionados malestares familiares; el abuelo Campell. Cuya fortuna valuada en cientos de millones de dólares estaba pendiendo de un hilo, entre quedar en la familia o pasar a ser donado a la caridad.

Y todo dependía de él. Era una ironía, que justo la única persona que no encajaba del todo con aquella familia de soñadores fuese el elegido para cumplir la última petición del viejo.

Aún peor era lo que él debía hacer antes de que se cumpliese el plazo estipulado en aquel inútil pedazo de papel llamado testamento.

Sólo le quedaban cinco meses, para cumplir la última voluntad de Abraham Campell; que su único nieto varón se case por amor.

En camino a la sala de traumatología, bufó ante el recuerdo de su preocupante estado y ante la mirada extrañada de una enfermera fingió estarse atragantando con el café. Pero se atragantaba con su vida y la posibilidad de convertirse la verdadera desdicha de la familia.

Su abuelo había sido un renombrado escritor. Creía en que todo lo imposible puede volverse posible, amaba los finales felices y confiaba en que todo puede cambiar de formas impredecibles. Quizá esta era la razón de su extraña declaración de muerte. Pero Bastian no lo entendía, en verdad que no.

Él no sabía amar, no había amado a ninguna mujer en su vida, excepto a su madre y definitivamente ese no era el tipo de amor que su abuelo exigía para él. De cualquier forma, Bastian no creía que fuese capaz de amar. No había sido criado para dar amor. Había sido criado para conseguir todo lo que se propusiera, para obtener éxito, eso sí que se le daba bien. Se estaba postulando como uno de los mejores en su rama con solo treinta años.

Es un récord, para muchos lo es, aunque otros sólo ven la estela de dinero que su apellido deja a su paso. Culpaban a su suerte de haber llegado tan lejos. Sin embargo, él sabía que el único responsable era su arduo esfuerzo en abrirse paso en un camino que los Campell no llevaban ventaja; las ciencias.

Volviendo al tema de conseguir un amor; la verdad era que estaba siendo un tanto imposible, porque en verdad no deseaba hacerlo. No encontraba motivación alguna. Había estado con mujeres, definitivamente, tantas que no podría hacer una cuenta, pero en ningún caso de forma romántica.

Cuando era demasiado joven, no tardó en notar que las chicas lo buscaban principalmente por su clase social y los beneficios que codearse con él les podían dar. Luego, se dio cuenta de que esto no le molestaba, así que simplemente aceptaba lo que la vida le había dado desde el momento en el que nació.

Los viajes, las casas, el poder y las mujeres... y todo por ser el único chico Campell... Quien diría que un órgano externo le traería tantos beneficios. Pensó en sus dos primas y su hermana menor, ellas merecían esa herencia tanto como él, por lo cual merecían la exigencia de su abuelo también. Era una injusticia que todo el peso del futuro familiar recayese en sus hombros, sobre todo cuando era imposible que encontrase alguien con quien casarse por amor...

Su colega y mejor amigo; Bruno Hammil, lo saludó a penas lo vio entrar a la sala. Bastian soltó otro de sus asentimientos que buscaban ser un saludo. Tomó la tableta en donde los expedientes electrónicos de cada paciente esperaban a ser revisados y actualizados.

— ¿Sigues con lo mismo? —soltó Bruno, comenzando a caminar a su lado. 

Los uniformes azules los hacían atraer miradas de los familiares esperando noticias de sus pacientes.

Muchos saben que ser médico es algo así como el equivalente a poseer el llamado "complejo de dioses". Quizá tiene algo de verdad, porque, de alguna u otra forma, ya sean los pacientes, los familiares o su propia capacidad para auto adularse, siempre les tenían el ego elevado. Y es que salvar vidas no es algo que haga cualquiera, así que, desde su prestigioso lugar seguiría sintiéndose todo un dios.




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