Derivé

Capítulo 3

 

Toda la secuencia de sucesos desafortunados que marcaron aquel día desde su inicio debió darle la pista de que para el momento en que finalizara, aquel sería el peor momento de su vida.

Cuando despertó se levantó tan deprisa que resbaló con una camiseta tirada al lado de su cama. Cayó de sentón, haciendo que toda su cadera se sintiera punzante. Debió llamar a Sarah para pedirle el día, pero no lo hizo.

Su abuela parecía más obnubilada de lo normal, ya se encontraba sentada en aquella mecedora que tanto amaba. Minie la miró directo a los ojos, se acercó y posó el dorso de su mano sobre la frente de la anciana; como siempre hacen las personas cuando tratan de averiguar si la temperatura es normal.

Su serenidad calculada aumentó cuando su abuela apartó su mano con un manotazo.

—Me siento bien, Minie —soltó y la joven sonrió cuando la escuchó llamarla de esa manera.

— ¿Estás segura?... pareces cansada. ¿Dormiste bien?

—Así es… dormí de ma-ra-vi-llas —el espacio entre silabas que su abuela le daba a las palabras cuando quería ser específica, la hacía recordar a los años en los que le ayudaba con las lecciones de lectura en la escuela primaria, Minie sonrió —. Vete que se hará tarde —dijo Annie con un movimiento de la mano, los ojos azules de la chica se cruzaron con los de su abuela, le dio una mirada amorosa antes de tomar su bolso.

—La comida está en el refrigerador, solo la sacaré para que la calientes en el horno…

—No, no, solo vete, es tarde… —su abuela señaló el reloj en la cocina y Minie asintió. Depositó un beso en su frente, como cada mañana antes de salir.

Para proseguir con su lista de señales del universo apuntando a que algo saldría mal; al subirse al autobús un hombre le tiró la mitad de su café caliente encima, la miró con ojos sorprendidos y una mueca ladeada, como si eso contase como una disculpa. Ella pasó el resto del camino soplando el cabello que le caía sobre el rostro, sintiendo la humedad en su camiseta, pero agradeciendo que fuese negra y no se notase la enorme mancha.

Cuando llegó, las puertas del establecimiento en el que trabajaba estaban cerradas. Frunció el entrecejo, mirando alrededor, la gente iba y venía con paso apresurado; algo típico del centro de la ciudad.

Hizo una especie de visores ayudada de sus manos para tratar de ver a través del cristal de la puerta. Cuando se encontró con la figura de Sarah observándola desde el interior, sonrió, sabiendo que parecía una chica tonta y perdida.

Abrieron la puerta desde dentro, Sarah asomó la cabeza antes de dejarla pasar, con un extraño aire de misterio.

— ¿Qué está pasando? —la rubia miró a sus compañeros esparcidos por la entrada del comercio.

—Acabas de romper un récord, Minerva —Timmy le dio su habitual mirada airada, mientras Rachel hacía un sonido que parecía un intento de redoble de tambores —. Doce minutos tarde —anunció él, pareciendo demasiado aburrido para la enorme atención que le daba.

— ¿Por eso estamos aquí reunidos?... ¿Estoy despedida? Sarah lo lamento, en verdad, yo… —Sarah comenzó a reír, con la boca tan abierta que el chicle de color rojo que masticaba fue completamente visible.

—No estas despedida y no estamos aquí por ti —soltó Rachel, su frondosa figura caminó de un costado a otro —. A veces eres muy egocéntrica.

—No seas dura, Rachel —sentenció la jefa y todos la miraron.

Minie se dejó caer contra la puerta tras ella, aliviada por no estar despedida. Luego los miró, sin terminar de entender lo que sucedía.

—Cierre para inspección sanitaria —explicó Timmy, mirándola con aparente desinterés.

—Pueden irse a casa si quieren… —soltó Sarah mirando a Rachel y la otra cajera, luego se giró hacia Minie —Tú no. Iremos a festejar cuando este lugar pase la inspección —su sonrisa lobuna hizo a la rubia sonreír con nerviosismo.

Nunca aceptaba las salidas con sus compañeros de trabajo, quizá se debía a que, durante todo el día lo que más deseaba era estar lejos de ese lugar y ellos le recordaban lo cerca que en realidad estaba. Pensó en lo mucho que le gustaría negarse, caminar hasta aquella escuela de artes escénicas a unas cuadras y por fin anotar su nombre en la lista de participantes de la clase para principiantes, sonrió de forma inconsciente.

—Tengo algo que hacer a dos cuadras de aquí…

—¡Exacto! Justo en el bar de mojitos dos por uno —soltó Sarah, decidida a no aceptar una negativa.

—Yo quiero ir —dijo la cajera tímida y Sarah sonrió.

—Pues vamos todos, hasta tú Timmy —el hombre la miró, apretando su portapapeles de madera contra su pecho con un atisbo de sonrisa cruzando su rostro.

La supuesta inspección había durado hasta pasadas las seis de la tarde. Minie había aceptado ir con ellos, con la promesa de que Sarah la llevaría a casa en su viejo honda color plateado. Porque a la suma de sus varios defectos, no poder decir no ante la presión social se añadía a la lista. Antes de cruzar la puerta de aquel bar, había mirado sobre su hombro al lado opuesto de la calle, el letrero de “Cerrado hasta nuevo aviso” en la puerta de la escuela de artes escénicas terminó por romper sus esperanzas.




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