Derivé

Capítulo 7

 

Estaba angustiado, nunca se había sentido de esa manera y la presión en su pecho era tan desconocida para alguien como él: que nunca había tenido preocupaciones enormes. Por un momento, enumeró todos los síntomas de un infarto agudo al miocardio, pensando que la única razón lógica para su dolor era algo como una enfermedad y no… sentimientos.

Bajó por las escaleras, la casa se adornaba con todo tipo de flores naturales, los regalos habían comenzado a llegar, aun cuando estaban a una semana del día y aun cuando el festejo sería solo familiar. Todos los conocidos y seguidores de la gran escritora Vera Campell ya habían hecho notar su aprecio.

Dos pares de rostros sumamente parecidos lo miraron al mismo tiempo y una sonrisa inevitable inundó su rostro. Sus primas gritaron su nombre al unísono y tomaron turnos para abrazarse a él.

Habían crecido juntos, eran una clase de retorcida versión de los tres mosqueteros. Las gemelas eran sólo dos años menores que él y sus mejores fiestas y primeras borracheras habían sido juntos. Morin envidiaba tanto aquello, los cinco años de diferencia la dejaban un poco lejos de ellos tres.

—¿Aun puedes reconocernos? —preguntó una de ellas, su cabello negro y completamente lacio enmarcaba su rostro delgado.

Bass hizo un gesto que hacía evidente lo ofendido que se sentía. No las había visto desde el funeral de su abuelo, seis meses atrás, cuando una de ellas se había teñido el cabello de rojo. Ahora, ambas usaban su color natural.

—Por supuesto…

—Es que muchos dicen que nos parecemos mucho más ahora —soltó la segunda.

En caso de que Bastian hubiese olvidado el tono de voz un poco más grueso que diferenciaba a Alda de Alba, o la pequeña cicatriz en la ceja que tenía la primera por la vez que tropezó en clase de ballet, sus vestimentas lo habrían hecho adivinar. Porque el vestido de lentejuelas plateadas lucía como una de las creaciones de Alba Campell; una experta diseñadora de modas. Mientras que aquellas mallas cómodas eran todo lo que una prima ballerina como Alda utilizaría en un día casual, sin lugar a dudas.

—Alda —se inclinó hacia la mencionada y ella emitió una sonrisa burlona —, Y Alba —soltó hacia su prima en aquel brillante vestido.

—Así es… —soltó Alda, el que fuese la que vestía de tul y colores pastel no la convertía en la más dulce. Por el contrario, era la hermana directa, sarcástica y burlona y la mueca en su rostro le hizo pensar en lo que diría a continuación: —Estoy ansiosa por conocer a la tan mencionada novia de Bastian Campell.

—Yo creo que será encantadora, le he dicho a mamá que me encargaré del vestido, claro… cuando ya sea oficial y eso —Alba lo miró con aire soñador.

Bass pensó en las muchas peleas que había tenido con amigos cuando intentaban aprovecharse de la bondad de su prima. Ahora, teniéndola en frente, emocionada por algo que ni siquiera le había preguntado si lo hacía feliz, simplemente dando por hecho que aquella era la única opción… bueno, le parecía un tanto injusto.

—Yo espero llegar a conocerla… —la mirada profunda de Alda lo hizo sentir que ella era la única en esa familia que sabía que no existía una novia y no le preocupaba en absoluto.

Parecía regocijarse con la ansiedad colectiva que perder todo les causaba a sus familiares, pero aquello era porque ella estaba en su mejor momento, cada competencia a la que asistía era un primer lugar asegurado a su nombre. Quizá sus reservas económicas eran suficientemente amplias para evitarle la pena de sufrir por el dinero del abuelo como las demás mujeres en la familia.

Bass se volvió un poco silencioso, asintiendo hacia ellas mientras conversaban de cosas que no le importaban en realidad.

—Mamá no debe tardar en llegar —soltó una de sus acompañantes y él la miró.

Las gemelas habían sido traídas al mundo por el más ferviente deseo de que existieran, era una pena que le hicieran desear lo contrario mientras hablaban de su futura boda y la misteriosa novia. La historia de su concepción era la más alegre anécdota de su tía, porque esas chicas habían sido tan planeadas. Desde el momento en el que Vera Campell sostuvo en brazos a su sobrino Bastian, supo que anhelaba ser madre casi tanto como igualar el éxito literario de su padre, así que había planeado cada minuto, desde la clínica de fertilización, hasta elegir al donador, pensando en sus futuras niñas perfectas y talentosas.

—Ya estoy aquí… —la voz cantarina de la mujer entrando por las enormes puertas, hizo a los tres mirarla.

Vera Campell en uno de sus vestidos sueltos, llevando consigo una estela de su época hippie los miró, maleta en mano y sonrisa brillante, sin esperar a que él tomase la iniciativa, lo atrajo a sus brazos, rodeándolo.

Su tía se había mudado a Italia unos años atrás, en su búsqueda interminable del amor verdadero; creencias heredadas del abuelo Campell. Había conocido a una dama misteriosa en una lúgubre biblioteca londinense. Desde una esquina Vera Campell observaba a la nada pensando en cual sería el nombre de su próximo protagonista. Aquella mujer era una contradicción con pies, se dedicaba a escribir exitosas novelas románticas o, por el contrario, relatos de terror, tan escalofriantes que te obligaban a preguntarte como alguien puede tener una mente tan dulce y amarga a la vez.




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