Bruno caminaba a su lado. Habían pasado toda la guardia en un silencio mortal, cuya causa eran principalmente las cavilaciones internas de Bastian. A cada minuto que pasaba podía ver su destino final acercándose y pensar en cómo terminaría aquello le hacia doler la cabeza. La mirada compasiva de su amigo no ayudaba tampoco. Bruno no había parado de repetir que aquel consejo era su única opción, y en verdad comenzaba a sonar como la única salida posible; buscar una esposa por contrato.
Cuando llegaron al recibidor de aquel servicio la central de enfermeras estaba casi vacía. A excepción de la mujer que les dio una mirada serena, a la espera de escuchar la pregunta más frecuente durante aquel mes:
—¿Alguna novedad con la paciente de esta habitación? —la enfermera lo miró, sus pestañas revoloteaban cuando negó con la cabeza.
—No, al menos no en su salud... —el tono desdeñoso hizo que Bruno se inclinase en su dirección con rostro confundido.
Todos sabían de la chica linda que dormía cada noche en el sillón al lado de su abuela en coma. Los jóvenes residentes la miraban con admiración y era obvio que no sólo por su lindo gesto. Porque aquello, en definitiva, no era lo único lindo que ella tenía.
Bastian lanzó una risa disfrazada de tos ante sus pensamientos.
—¿Vas a soltar el chisme o qué? —Bruno miró hacia la joven enfermera. Y esta se acomodó la cofia, como si tratase de parecer un poco más correcta, compensando su cotilleo indiscreto.
—Cada mes se hace cobro de servicios a pacientes hospitalizados, en especial a los que se prevé que pasarán más tiempo. Pues resulta que... la tarjeta de esa chica fue declinada —el tono de voz de la mujer podía bien ser veneno auditivo.
—¿Qué procede? —soltó Bruno, mirando con pesar sobre su hombro.
Cuando Bass imitó la acción de su amigo y su mirada se detuvo en aquella chica; sonriendo hacia su abuela dormida y leyendo esos ridículos periódicos que llenaban la habitación. Sintió cómo la mueca de su amigo se le contagiaba.
La enfermera los miró con la cabeza ladeada, rodó los ojos antes de soltar su siguiente ronda de poco amables declaraciones.
—No entiendo qué le ven todos... esta noticia aún no se sabe, pero no me extrañaría que comenzarán a ofrecerse a pagar por ella, es decir... Todos los que trabajan aquí vienen de familias acomodadas, no les sería difícil pagar... Da igual, cada uno tiene sus propios problemas, pero el hospital no acepta actos de solidaridad del personal, será una pena... —se giró, dejando a un par de consternados hombres.
—Pobre chica... —soltó Bruno —. Cuando trasladen a su abuela, todo el avance se irá a la mierda —bajó su tono en las últimas palabras, convencido de mostrar algo de respeto, como si aquello de usar malas palabras fuese poco correcto, aun cuando nadie los escuchaba.
Bastian se quedó ahí, de pie, incluso cuando Bruno le dijo que iba a la cafetería. De pronto una necesidad por acercarse a la puerta lo hizo seguir su instinto.
Había pasado un mes y aquella chica no había faltado ni una sola noche, podía ser extraño, pero por algún motivo él se había estado manteniendo lejos, porque ella lo miraba como si lo conociese y aquello lo ponía de nervios.
Era difícil confesar algo como aquello, por eso, dejaba que Bruno le diese las noticias. Aquella chica tenía algo extraño, algo que lo dejaba un poco ansioso...
La miró sosteniendo el periódico entre sus manos delgadas y pálidas, sus nudillos se ponían rojos aun cuando no parecía estar ejerciendo presión. Llevaba aquel pantalón color piel que dejaba en completa evidencia la forma de sus piernas. Pensar en eso lo hizo sentir como un neandertal.
Se acercó hasta que su voz fue completamente clara a sus oídos y entonces supo que le leía aquellas historias cortas de amor publicadas anónimamente en la sección de ocio del periódico local. Su abuelo siempre las leía. Aun cuando sabía que su opinión se mantendría igual con cada nueva edición, seguía haciéndolo. Seguía leyéndolas para luego soltar con voz quejosa; Blasfemia y más blasfemia, rebajan tanto el romance... necesitan verdaderas historias de amor. Unas en las que el chico luche por ello…
La dirección de sus pensamientos lo llevaron hasta aquella cláusula en el testamento y aquello lo llevó a pensar en que la próxima noche se convertiría en la decepción familiar. Esperaba no provocarle un infarto a su tía en pleno cumpleaños. No había tenido ganas de decirle a la última mujer con la que durmió que lo acompañase a la cena, porque sólo hablaba de su perro dálmata y aquello... era un tanto turbio.
Seguía de pie en el marco de la puerta. La habitación estaba llena de pertenencias; una foto sobre la barandilla de la ventana, los periódicos descansando sobre la mesita de noche, el bolso arrumbado en una esquina... Sonrió un poco de forma inconsciente al darse cuenta del desastre que era aquella chica, al parecer, la primera impresión que le dio seguía vigente.
—Me ha gustado esta historia, creo que ella encontró el amor donde menos lo esperaba. Creo que a ti no te gustaría, dirías que es pre-de-ci-ble —la sonrisa de labios rosas que la chica emitió lo hizo mirarla con atención.
» Casi no he ido a casa, no es lo mismo sin ti Annie... despierta por favor, ya has pasado mucho tiempo durmiendo y yo... te necesito —la escuchó susurrar.
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Editado: 10.08.2021