Derivé

Capítulo 9

 

Jugaba con las llaves entre sus manos, sintiendo el ligero filo de las pequeñas sierras contra las yemas de sus dedos. El camino del hospital hasta su casa estaba sintiéndose demasiado largo, aun cuando se tardaba menos de quince minutos caminando, no podía parar de pensar en lo que había aceptado la noche anterior.

El cúmulo de sentimientos confusos se arremolinaban en la parte trasera de su cabeza, haciéndola sentir pesada. Rodó los ojos cuando recordó la facilidad con la que confesó sus pesares a aquel hombre. Se sintió como una estúpida después de contarle que era cajera, no era necesario que él supiera todo de ella, así como tampoco sugerir que necesitaba un vestido…

Por otra parte, aquello estaba siendo su única oportunidad de salir del agujero en el que la deuda la tenía. Había dormido tranquilamente unas horas atrás, en la comodidad del sillón de aquella habitación de hospital, pensando en que sus problemas estaban resueltos. Pero al llegar la mañana comenzó a sentirse tan extraña…

Era una salida momentánea, porque, aquella cena pagaría la cuenta que había acumulado hasta ese día, ese era el acuerdo. Pero su abuela no parecía apresurada por abandonar su estado de profundo y tranquilo sueño y ella no encontraría otro doctor que pagase el siguiente mes a cambio de… una cena.

Comenzaba a sonar peor cada vez que lo repetía.

Se había preguntado con mucha fervencia si la propuesta realmente era por un negocio redondo con beneficios para ambos, o había sido solo la terrible lástima que ella parecía provocar en todos en aquel hospital. Decir que no había estado notando sus miradas conmocionadas y la amabilidad de todos sería una mentira.

Si supieran su verdad… ojalá tuviera la fuerza para gritarlo, quizá dejarían de mirarla de aquella manera si les decía a donde había estado cuando su abuela sufrió el accidente.

Estaba a unos metros de su casa cuando un coche negro y elegante estacionado cerca de la entrada la hizo tensarse. Un hombre salió del interior cuando la notó por el retrovisor. Vestía elegante y sonreía con formalidad. Abrió la cajuela y sacó dos cajas enormes y un par de bolsas, se giró hacia ella.

—¿Es usted la chica del hospital? —no podía creer que ni siquiera le preguntase su nombre, aun así, lo dejó pasar, asintiendo en su dirección —. El doctor Bastian Campell envía esto —tendió todo lo que había en sus manos hacia la joven.

Minerva entrecerró los ojos en su dirección, no podía creer lo irreal de todo, en absoluto. Tomó las cosas y caminó hacia el interior de la pequeña casa, ignorando si aquel hombre tenía algo más que decir, ignorando la silenciosa sorpresa en su rostro.

No le habría gustado saber que lo que pensaba era que la novia del señor Campell era una chica de la zona pobre de la ciudad. Se preguntaba si su bonito rostro era lo suficientemente poderoso para hacerla una cazafortunas… lo único bueno en aquel chofer era su discreción, porque guardó para él mismo todas sus suposiciones y simplemente se fue.

De pie en medio del pequeño espacio sin divisiones entre la cocina y la sala de estar, con aquellas cajas elegantes que no pintaban nada en aquel espacio, Minie se preguntó si debía ver su interior antes de ir al trabajo. Pero no lo hizo, con la esperanza de que el paso de las horas le dieran la valentía necesaria para meterse en el papel que aquel doctor esperaba que ella interpretase.

Quizá que ella fuese una aficionada de la actuación con esperanzas de dedicarse a aquello algún día, era la más grande y favorable casualidad. Ya que él pagaría tanto, le daría lo que esperaba; una bella novia a la que su familia aprobase…

—Es un milagro que llegues temprano… —soltó Timmy, mirándola apenas entró por las puertas dobles del comercio.

—Es un milagro que no uses tus horribles gafas —se sorprendió de su tono mordaz, él se detuvo tras ella y trastabilló por algunos segundos. De ninguna manera estaba acostumbrado a una Minie de mal humor.

Ella se dijo que eran sólo sus problemas de las últimas semanas floreciendo en su exterior y no el hecho de que en unas horas debía lucir todo lo hermosa que no había lucido los últimos años…

A medida que su turno avanzaba, las miradas afiladas que había lanzado sobre cada persona que girase en su dirección se fueron desvaneciendo. Se dispuso a tomar su descanso en la oficina de Sarah y estando frente a ella, escuchando el crujir de su sándwich con frituras dentro, no pudo soportarlo más…

—¿Podrías ayudarme con algo? —su realidad chocó con ella de pronto; no sabía hacerlo sola.

No estaba acostumbrada a hacer nada sola y menos a que su abuela no estuviese sentada en su mecedora observándola alistarse para fingir que actuaba frente a ella una de las historias que acababa de leer, o que al menos pudiese preguntarle si le gustaba el vestido que había elegido. Bebió un sorbo de su jugo en lata, intentando tragarse el sentimiento que se había instalado en su garganta. Estaba sola y no sabía estarlo…

—Depende… —soltó la mujer, desviando la vista del televisor y fijándola en ella —¿Qué tengo que hacer?

—Solo… ayudarme a lucir bonita —sonaba patético en sus propios oídos, aun así, esperó a que Sarah le diera una respuesta.

—¿Tendrás una cita? —una mirada emocionada y la sonrisilla sagaz que llenó el rostro de la morena hizo a Minie sonreír de verdad por primera vez en mucho tiempo.




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