Derivé

Capítulo 10

 

Algo en su interior le hizo saber que estaba nervioso. Era extraño en alguien como él. No sabía si realmente no había tenido antes esa clase de sentimientos o simplemente los ignoraba con más facilidad cuando no estaban en juego varios millones de dólares o su propia tranquilidad y bienestar familiar.

Arregló por milésima vez el puño francés de su camisa, jugueteando con los gemelos de oro que su abuelo le había regalado justamente dos días antes de su muerte.

Pensar en muerte y mirar por la ventana para darse cuenta en el lugar que su chofer se estaba estacionando parecía la peor combinación posible. Porque aquel lugar a un costado de la carretera, con casas pequeñas y olvidadas de la mano de la misericordia, definitivamente lucían como un lugar en donde es fácil encontrar la muerte.

Por unos segundos se puso alerta, mirando con atención hacia el chofer, aquel hombre llevaba años trabajando para la familia, pero quizá podría secuestrarlo si quería conseguir algo de dinero. Era una lástima que la cuenta importante estuviese congelada…

Sus inesperadas sospechas se silenciaron en cuanto notó una puerta abrirse.

Aquella imagen era la representación gráfica de la ironía. Porque de esa casa pequeña y de fachada descuidada alguien muy parecida al apodo que había adquirido en su lugar de trabajo salía. Usaba el vestido y toda la bruma de accesorios que Alba había conseguido para él con silencioso entusiasmo y experto secretismo.

Sus ojos lucían aun más claros con el maquillaje oscuro rodeando sus párpados. Bien podía ser un ángel, pero la mirada penetrante y el color de su vestimenta la volvía más bien un ángel oscuro…

No se molestó en bajar del coche, en su lugar, esperó pacientemente a que el chofer le abriese la puerta a aquella chica para entrar.

El hecho de que ella no tuviese dinero para pagar la estadía de su abuela en el hospital, que fuese la única que visitaba a la anciana, que le hablase de su trabajo y sus habituales vestimentas; le habían dado la pista de que probablemente no era una persona con dinero, pero ver aquel lugar… bueno, se lo dejaba completamente claro.

La chica entró en el coche sosteniendo el bajo de su vestido, la piel de sus hombros y pecho que quedaba al descubierto parecía brillar. Lucía como una de las amigas de las gemelas, lucía como… uno de ellos; una de las personas que estaba acostumbrado a ver y de las que había crecido rodeado. Solo la pizca de melancolía en sus ojos azules dejaba claro que ella había sufrido, quizá más de lo que se podía imaginar con solo mirarla.

—¿Luzco bonita? —su pregunta y aquella mueca burlona lo hizo elevar las cejas.

La mirada airada tan característica de él se posó en ella y su vestido negro.

—Si —contestó con simpleza y ella se cruzó de brazos.

Una de sus manos se aferraba al pequeño bolso tapizado de brillantes cuentas oscuras. Bass encontró un tanto inesperada su actitud, aquella chica parecía de lo más contradictorio.

—¿Hay algo importante que deba saber? —su tono diplomático lo hizo sentirse como una clase de jefe.

—¿Algo como qué?

—No lo sé… tema delicado o algo —ciertamente Minie tenía nula experiencia siendo la novia que alguien presenta a su familia.

Su pasado amoroso era un desastre, como todo en su vida al parecer. Pero estaba intentando sonar como una profesional, si él pagaría aquella cifra enorme, al menos debía… ser impresionante ¿o no?

—No, solo… intenta caerles bien. 

Ese era su momento para mencionar las excentricidades de su familia, en su lugar, se limitó a parecer frio y ensimismado.

Quizá debió darle una pequeña prueba introductoria de lo que vería, de cómo eran o lo que le gustaba a cada una de esas mujeres. Pero Bass no lo hizo, tenía la mente inusualmente en blanco y lo peor es que no sabía a qué o quién culpar.

Para el momento en el que se le ocurrió que sería una buena idea mencionar algunas cosas de su familia, el coche se estaba estacionando en la entrada de la mansión Campell y cinco mujeres enfundadas en vestidos elegantes y costosos accesorios esperaban en la entrada. De lejos, aquello lucía como un lindo recibimiento de edecanes cotizadas. De cerca era más bien una ansiosa familia esperando por comprobar que lo que tanto se les había prometido fuese verdad.

Cuando bajó del coche ofreciendo su brazo a su acompañante y esta salió del interior, casi podía jurar que escuchó la exhalación colectiva de alivio de su familia, sonrió hacia ellas. En el momento en que pareció recordar que la chica no las conocía de nada y se giró a mirarla en caso de que necesitase un poco de seguridad, se sorprendió. Ella sonreía incluso más. Aparentaba un éxtasis tan real, que por un segundo se olvidó de donde la conocía y la desgracia que los hacía saber de la existencia del otro.

—¡Hola! —Alba fue la primera en dirigirse hacia la chica. La tomó directamente de la mano, alejándola de él y rodeándola en un abrazo.

No sabía si aquella felicidad era real o sólo era porque suponían que ella sería la tan aclamada salvadora.

—Hola —soltó la única rubia en aquel espacio.

Su madre lo miró directamente a los ojos. Su rígida elevación de cejas lo hizo sentirse como un chiquillo. Evidentemente, se había olvidado de algo… tomó a su linda acompañante del antebrazo, haciéndola volver a su lado, impidiendo que saludase a alguien más, ella miró directamente hacia el punto en donde sus cuerpos se unían.




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