Derivé

Capítulo 11

 

 

—Entonces… ¿no has estado en escena? —Mariel Campell la miró con auténtica sorpresa.

Minie negó con un poco de vergüenza. Decir que había ido a un par de cursos había sido su primer error. Imaginó que aquella mueca sorprendida era la misma que ella había puesto al escuchar el nombre de la mujer que la miraba.

No fue hasta que Bastian mencionó el nombre de su madre, que ella fue consciente del apellido de aquel apuesto médico. No había pensado en que si Bass Campell la estaba llevando a conocer a su familia habría una posibilidad de que fuesen ESOS Campell, ya saben, los que eran dueños de media ciudad.

Cuando le dijo a Mariel que había visto todas sus presentaciones era verdad. Al menos todas las que habían transmitido en el canal de tv local, porque, dada su situación, no era fácil ir al teatro.

—Tienes que venir a la academia pronto —soltó Mariel sonriendo. Minie asintió.

—¿Cuántos meses llevan saliendo? —preguntó la gemela silenciosa y Minie sintió a Bastian removerse en el asiento a su lado. Así que tomó la palabra, convencida de que aún podían salir victoriosos de aquella cena tan importante para él.

—Varios meses, pero no nos vemos muy seguido por su trabajo en el hospital. Hasta el último mes, ya que mi abuela está internada —soltó, la dulzura y simpleza en su voz era lo contrario a lo que sentía al tocar aquel tema.

—Oh, lo sentimos mucho… no lo sabíamos —soltó la gemela que no había preguntado, su sonrisa empática le hizo saber que era la más amable de las dos.

—No se preocupen, ella está mejor ahora —dijo una mentira piadosa para devolver la calma al ambiente.

Quizá es muy razonable aquello de que mientras se está en una mesa no se debe hablar de religión, política y enfermedad. Pero, tal vez era un toque necesario, porque Bass había sonreído con la mueca incómoda de la gemela poco amable.

—Precisamente mi hermano se fue a fijar en una artista. Me alegra mucho que vayas a ser parte de la familia —susurró Morin a su lado, rodeando su brazo con el suyo, el aire de complicidad le hizo sonreír.

Quería reír un poco, definitivamente veían a futuro, un futuro muy formal y lejano. Porque esa falsa relación no pasaría de una noche. De pronto se preguntó la razón de aquello que él le había confesado sobre que no era un hombre de novias.

De cualquier manera, la forma en la que todas la miraban con insólita ternura y la hacían parte de la conversación la hizo sentir impropiamente querida. Sabía que no podía depender de aquello, que no era real y que era tonto estar tan necesitada de afecto. Pero era su única realidad, y aunque dolía, debía aceptarla.

—Cuéntame algo sobre él —soltó hacia Morin, sin pensarlo. De pronto que ella tuviese una edad cercana a la suya la hacía lo más parecido a una amiga en aquel lugar.

Los ojos verdosos de la chica brillaron con emoción, se inclinó hacia ella.

—Nunca había traído a una chica a la casa, es un loco por el orden, pero supongo que eso ya lo sabes. Es el único en la familia que no se dedicó al arte y era el que más apreciaba al abuelo, creo que ha pasado por un duelo difícil… pero eso se debe también al asunto del dinero, bueno… te ha hablado de eso ¿cierto? —de pronto dudó y Minie optó por asentir para tranquilizarla y hacer que dejase de creer que había metido la pata.

Pero que Morin había hablado demás era la única verdad, porque Minie no sabía nada de eso y ahora tenía más dudas que antes, si es que era posible.

Cuando la cena demasiado elaborada terminó, todas comenzaron a ponerse de pie, listas para ir a la enorme sala de estar. Mariel y Morin le habían mostrado algunas habitaciones de la casa y había sido muy difícil no soltar exclamaciones de sorpresa ante cada nuevo espacio de inmensas dimensiones. Los adornos dorados y las paredes color crema, los pisos de azulejos brillantes, todo, todo hacia lucir aquello como un castillo de época.

Morin la tomó del brazo, para que se dirigieran al nuevo destino, pero cuando estaba a punto de seguirla, alguien más tomó su brazo opuesto. El agarre firme sólo podía pertenecer a una persona en aquel lugar, se giró para mirar a Bastian.

—Le mostraré el jardín a Minerva —soltó, la forma en la que dijo su nombre completo la hizo tragar saliva.

—Está bien… —Morin sonrió hacia él y soltó su brazo, mirándola se acercó a su oído —. No le gustan los sobrenombres ni los diminutivos —soltó, añadiendo aquello a la lista de “algos sobre él”.

Minie sonrió un poco, como si no estuviese nerviosa de escuchar lo que sea que aquel hombre sumamente reservado y misterioso tendría para decir, suponía que debía haber algo si es que la estaba llevando lejos de los oídos curiosos. Incluso los mayordomos y las señoritas de la limpieza los miraban con cautela, como si aquello fuese difícil de creer. O tal vez, ellas si sabían reconocer a una farsante, quizá sabían que Minie debería estar con ellas lavando las vasijas y no sentada a la mesa con aquel vestido costoso y las inútiles joyas.

—Te devolveré todo esto mañana —soltó de pronto, cuando ya estaban saliendo al jardín, señalando todo lo que adornaba su cuerpo.

Miró a su alrededor, el jardín era enorme. Estaba lleno de toda clase de plantas, mesas, sillones, una fuente en el centro, suponía que iba acorde a la enorme casa…




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