Cuando pasas demasiado tiempo enfocado en un gran problema y de pronto le das solución, es una sensación vigorizante…
¿Lo has sentido? Tus pulmones se llenan de nuevo en su totalidad, no hay espacio para la pesadez, excepto la del cansancio, pero con esa se debe lidiar a diario. Pero es que el mundo retoma su ritmo y sus colores y vuelves a ser el hombre que eras unos meses atrás. O al menos eso le pasaba a Bastian Campell.
Aun cuando la pérdida de su abuelo dolía y jamás dejaría de hacerlo, estaba sintiendo una enorme calma. Por fin todo se había acomodado con un sosiego impresionante.
Lo mejor era que aquella chica comenzaba a agradarle. Ella había encajado bien con su familia, era extraño, pero aquella enorme brecha entre sus mundos no le había impedido a Minerva hacerse un lugar entre las Campell y eso que apenas comenzaban a conocerse.
Bass no descartaba la idea de que aquel aprecio se debía en buena medida a lo que ella representaba; la salvación de su dinero. Pero conocía demasiado bien a su familia para saber que en verdad les había agradado. Hay personas que no pueden ocultar sus disgustos o desagrados, Morin y su madre eran de esa manera y claramente Minerva les caía en gracia.
Había un sinfín de cosas que resaltar en su vida, pero una de ellas era aquella chica; su prometida, la tan mencionada Minerva… un nombre inusual, sin lugar a duda, pero siendo él un trabajador de la salud, había leído toda clase de nombres en expedientes de pacientes, así que nada le sorprendía. Además, le gustaba su nombre, era imponente y fuerte, quizá algún día ella sería el tipo de portadora ideal para aquellas letras. Mientras tanto, la seguiría dejando que pidiese a todos que la llamasen Minie, pero él no pensaba llamarla de esa forma, como un simple recordatorio de todo el potencial que escondía bajo sus azules ojos melancólicos.
Bastian no era una mala persona, es decir, había crecido entre soñadores empedernidos, nadie que crezca siendo iluminado por el arte puede ser una horrenda persona, al menos no del todo. Pero él no lo era en absoluto. Su abuelo le había mostrado los caminos correctos y lo había llenado de un sentimiento que es fácil de confundir con otro tipo de cosas; empatía.
Bastian veía en la rubia la simpleza de una vida amarga e infeliz, por eso, después de que fuese una ayuda enorme, después de que ella le devolviese la esperanza y le ayudase a seguir aquel extraño camino que si bien era hecho de mentiras; le daba tranquilidad a su familia. Solo podía desearle el bien a Minerva, pero eso era todo.
Bass arreglaba personas, unía sus músculos con suturas y recomponía huesos rotos, era su trabajo y su pasión, no es de extrañarse que, encontrando a una muñeca tan rota y descosida por la decepción, sintiese ganas de recomponer su vida. Por eso insistía tanto en que tomase un camino. Aquel dinero que pagaría por su actuación no duraría para siempre y estaba siendo una buena compañía, quizá podrían ser amigos con el tiempo. Dejando de lado sus deseos carnales, que inevitablemente asomaban las narices de vez en cuando, Bass no la veía como una posibilidad, eso nunca había sido parte del plan.
Así que no había nada más allá. Sé que probablemente se pregunten como alguien que ha crecido entre el amor y el romance sea tan ajeno a esto. No era cosa de su familia, era algo en él; una fría sensación que había recubierto su corazón mientras presenciaba la separación de sus padres.
Aun podía recordarse a sí mismo observando a Joshua diciendo sin una pizca de remordimiento a Mariel que lo suyo debía terminar.
—¿Y los niños? —había preguntado Mariel con sollozos silenciosos. Cubrió su boca con una mano.
—Los niños no tienen nada que ver, ni siquiera se dan cuenta de nada, yo… yo no puedo atarme a esta vida Mariel, ya no te amo.
Aun odiaba un poco los arboles de navidad, porque estaba escondido detrás de uno mientras escuchaba aquello.
—Estás rompiendo mi corazón Josh —Mariel se había aferrado a las solapas del chaleco del padre de sus hijos, mirándolo suplicante.
Bass había sentido una gota humedecer su rostro, cuando se llevó una de sus pequeñas manos a los ojos se dio cuenta de que aquello era una lágrima.
Estás rompiendo mi corazón también papá…
Joshua salió de la casa, con una maleta ya hecha y sin mirar atrás. Morin, que apenas tenía dos años comenzó a llorar, como si supiese también lo que estaba pasando.
Y entonces, con siete años, Bass pensó en que nada de lo que hacía su familia podía reparar corazones, ni los bailes, los dibujos, la actuación y mucho menos las palabras escritas, nada… así que él tendría que ser el responsable de ello. Porque… necesitaba curar el corazón de mamá y si quedaba tiempo repararía el suyo…
Ni las historias de su abuelo, ni sus libros repletos de frases sobre el amor, ni la intención de su madre por hacerle sentir que aquello no tenía nada que ver con él y su hermana, lograron suplir la intranquilidad en su corazón; el amor no existe, si el amor existiera y fuese esa magnifica fuerza que todos se empeñan en describir… no terminaría.
Con los años lo había olvidado, solo lo de reparar su corazón. Aunque el de su madre sí que se había esforzado en llenarlo, con lindos presentes de cumpleaños, con sus éxitos y reconociendo los de ella; la forma en la que había aprendido a querer. No era suficiente para un amor romántico y él no quería uno de estos tampoco.
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Editado: 10.08.2021