Cuando la noche comenzaba a caer, una extraña sensación inundaba su sistema.
Por eso prefería pasar las noches en el hospital. Porque su mente se ocupaba en pensamientos que no fuesen su abuelo muriendo abruptamente.
Que idiotez por parte del destino; hacerlo médico y que su abuelo muriese de forma espontánea y sin previo aviso. Tal vez Abraham Campell así lo habría querido, la suya había sido la muerte perfecta para el bondadoso personaje principal: indolora. Pero, Bastian Campell habría dado mucho por salvarlo.
Se culpó al principio, si hubiese ido a verlo, si hubiese asomado las narices por su puerta para darle las buenas noches como lo hacía de niño. La verdad es que después entendió que la naturalidad de la vida es estar llena de incomprensiones. Aun así, dolía. Dolía tanto. Dolía, dejando de lado lo que pasó después; al enterarse de la última voluntad del viejo.
Por eso podía entenderla, podía sentir lo que ella le contaba, por eso le dio un abrazo, porque le habría gustado tener el valor para pedir uno. Pero vamos, Bass jamás pediría un abrazo. No cuando era un consuelo efímero; los brazos están y luego ya no, luego estás solo.
Él sabía estar solo, pero era evidente que Minerva no lo sabía en absoluto. Por eso era amable con ella. No podía mentir, su lindo rostro lo llevaba a hacer cosas que no había hecho antes, como consolar a alguien, para empezar.
Pero no pensaba hacerlo por siempre. Quizá esa chica debía comenzar a esforzarse más en trazar su camino. Definitivamente no podría consolarla siempre, aquellos ojos azules contrario a lo que se decía; no eran tan impresionantes como para conseguirlo.
Mariel había estado feliz de saber que la futura esposa de su hijo visitaría la academia.
—Pagaré un curso para ella, pero tendrás que elegirlo tú. Yo no sé mucho de eso —había dicho a su madre y ella había sonreído.
—Hijo mío, que amable eres con Minie —lo había mirado con una ilusión que no debería tener.
La facilidad con la que todos creyeron aquella mentira debería enorgullecerlo. Debería estar bien para él que todos parecieran tan entusiasmados y no se cuestionaran ni un poco todo lo que estaba ocurriendo; significaba que estaba funcionando. Pero, se sentía como un problema, porque, cuando terminase, definitivamente extrañarían a aquella chica.
—Es sólo un regalo.
—Corre por mi cuenta.
—Bien, has que sepa que ahora es tu regalo, por favor.
En vista de lo que una simple cantidad de dinero podía significar para otros, sería mejor ceder aquel obsequio.
…
La mañana era fría. Una chamarra gruesa a cuadros la cubría del viento. Aquella prenda era parte de alguna de las colecciones de Alba Campell, lo supo por la etiqueta.
Cada vez se sentía un poco más implicada con los Campell y su loco funcionamiento. Para completar aquello; se dirigía precisamente hacia la Academia Campell.
Sus manos le temblaban y no por el aire frio. Estaba nerviosa. Pisar aquel lugar era algo que sólo había pensado en sueños, jamás creyó que realmente lo lograría. Y ahí estaba, frente a la linda fachada, moderna y elegante.
Suspiró, para después sentir una mano apoyada en su espalda.
—No estés nerviosa Minie —la animó Morin.
Le había pedido que la acompañase. Aún le costaba actuar a solas. Requería tanto la compañía de otros; era una absurda necesidad. Pero desde pequeña había comenzado a infundirse aquel miedo. Miedo a quedarse sola, de nuevo.
—Estoy lista… será sólo un recorrido, ¿cierto?
—Si, mi madre dijo que quería mostrarte todo antes de que comiences oficialmente.
Minie asintió con la cabeza. Sus cabellos rubios volaban en todas direcciones hasta que entraron. Los pisos oscuros, completamente pulidos y encerados, le permitían ver su reflejo al mirar sus pies. Las paredes de la entrada estaban cubiertas de cuadros enmarcados de los alumnos que triunfaron. Uno la hizo detenerse; Dorothy Banks sonriendo con picardía, con los labios rojos y el cabello rubio en una coleta alta. Le habría gustado tener en aquel momento la seguridad de decirse a sí misma que sería como ella algún día.
—Hola guapas —la voz de Mariel las hizo mirar en su dirección.
Parecía más imponente de lo habitual caminando entre aquellos pasillos. Aquel era su lugar, estaba en su elemento y cualquiera podría notarlo.
—Minie está lista para el recorrido —soltó Morin hacia su madre.
—Bueno, vayamos a ello entonces.
Todas las veces que soñó con aquello, se habían quedado demasiado pequeñas. Porque ninguno de sus sueños era suficientemente impactante como la realidad.
Había asomado la cabeza en un par de salones; observó a chicas improvisando frente a enormes espejos y sus compañeros observando a la espera de su turno, los maestros dando pautas y órdenes. Amó todo, incluso la pequeña grieta en una esquina del piso de un pasillo. Todo era más que un sueño. Porque, claro, era una realidad.
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Editado: 10.08.2021