Derivé

Capítulo 24

 

Una ráfaga de viento cálido entró por la ventana y Minie sintió un escalofrío subir por su espalda. La verdad era que la causa no era el clima; el sol brillaba en lo alto del cielo. Así que la sensación electrizante fue ocasionada por su reflejo en el espejo.

El maquillaje hacía ver sus ojos mucho más grandes y azules, el labial asentaba sus rasgos delicados y el color blanco del vestido… nunca había lucido tan bella. Y ni siquiera le era difícil admitirlo.

Todos se habían ido a ocupar sus lugares. Así que estaba sola. Una lágrima amarga rodó por su mejilla y se apresuró a tomar un trozo de papel para limpiar su rastro con delicadeza.

—¿Estás bien? —la voz de Mariel la hizo mirar en su dirección.

Asintió. Pero es que aquella nostalgia ya no dependía de lo real que fuese su boda. Era más bien lo mucho que deseaba tener a alguien con ella.

—Ya están esperando todos —le soltó la mujer, acercándose a ella. En sus manos sostenía una pulsera de delgadas piedras azules: —¿Puedo? —Minie asintió, dejando que la pusiera en su muñeca —. Fue un regalo de mi padre cuando hice mi primer papel en teatro. Así que es algo viejo, azul y prestado, para seguir la tradición…

—Gracias —soltó la chica, cuando fue capaz de hablar.

—¿Estás lista?

Asintió.

Tomó el brazo que ella le ofrecía y comenzaron a caminar por aquellos pasillos. Estaban a punto de salir. La puerta doble, hecha de madera estaba abierta ante ellas y Minie se detuvo de golpe.

Mariel se giró hacia ella, algo en su interior pareció dudar de todo y sus ojos alertas la miraron con precaución.

Era evidente que esa boda era la salvación de su fortuna y si la chica se echaba para atrás, todo se perdería. Su hijo no podría encontrar alguien a quien amar de nuevo en una semana, que era el plazo que quedaba para que estuviera casado. Mariel Campell era consciente de que su hijo aborrecía la idea de casarse, pero lo había visto cambiar por Minie. A sus ojos, ellos tenían un amor real, aunque un poco retorcido, ambos parecían felices estando cerca del otro. No podía entender de donde nacerían las dudas que Minerva parecía presentar en aquel momento. Y temía que se retractase de casarse ya que había sido apresurado. Sonrió hacia ella como si eso le ayudase.

Pero, Minerva no dudaba, no cuando la vida de su abuela estaba en juego también. Simplemente el pensamiento de que no quería caminar sola hacia el altar la inundó de pronto.

La música instrumental ya llegaba hasta sus oídos y se giró a mirar a la mujer angustiada que sostenía su brazo.

—¿Podrías acompañarme hasta el altar, Mariel? —Nunca deseó tanto tener a alguien como en aquel momento —. Es que… estoy muy nerviosa.

Mariel soltó un respiro de evidente alivio y asintió con una sonrisa, feliz de que solo fueran nervios lo que aquejaba a la novia.

—Estaría encantada de acompañarte. Ahora serás como una hija más para mí —le dijo en tono cómplice.

Y entonces comenzaron a caminar, juntas, hacia el verdadero inicio de su más grande mentira.

Bastian parecía serio y ansioso, de pie ante el lindo estrado bajo un arco de ramas y flores rosadas. Aquello definitivamente era algo que Mor habría elegido.

En cuanto sus ojos se cruzaron, una sonrisa cordial y fugaz afianzó el rostro de Bass, era un leve “lo haremos”, antes de que una sonrisa brutalmente feliz inundase su rostro varonil.

Y ahí estaban; en escena.

Minie sonrió, no era necesario fingir nervios porque esos ya los tenía. Se aferraba con fuerza al brazo de Mariel, hasta que llegaron frente a él. Sonrió como una tonta enamorada ante las miradas soñadoras de todas las personas, que Minie no había visto antes, a excepción de las Campell en primera fila.

Al verlas todas juntas, después de conocerlas por varios meses, se dio cuenta de que ellas eran la razón por la que Bass era tan caballeroso, aun con su arrogancia. Y eso le pareció impropiamente encantador.

Él tomó sus manos, ante la suave felicitación de Mariel antes de dejarla ahí. Pero al menos estaba Bass, al menos Minie no estaba sola.

—Hola —le dijo con afinidad, su sonrisa amable le dejaba saber que sentía nervios también.

—Hola —susurró de vuelta.

Y uno frente al otro, escucharon con atención al ministro. Esperando con paciencia el gran momento de decir la palabra definitoria.

Acepto.

Acepto.

Y ya estaba hecho. Una de las primeras clausulas del contrato estaba cumplida. Minerva era la esposa de Bastian Campell. Y él tendría una herencia millonaria a su disposición.

Sonrió cuando Bruno y Mor firmaron el acta.

Escuchó los gritos entusiasmados de todos cuando unieron sus labios de una forma tan natural… tan necesaria para la mentira.

Dejó que Bastian tomase su mano y caminó junto a él. Saludando y agradeciendo a todos los que se les acercaron.

Siguió las instrucciones de Mor en la sesión fotográfica, sonriendo a cada momento. Mientras en su interior se preguntaba en donde terminarían las fotos cuando, en doce meses, aquello terminase.




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