Derivé

Capítulo 29

 

Minerva sonrió apenas sus ojos se posaron en la cartelera del teatro Campell. Se sintió sumamente orgullosa al leer su nombre en ella.

Incluso podría haber llorado un poco, pero estaría siendo melodramática y eso lo reservaba para el escenario.

Tres meses ensayando con los mejores maestros la habían dejado más que preparada. Y en ese instante estaba frente a su verdadera oportunidad de triunfar.

Habría dado mucho para que su abuela pudiese presenciar aquello. Se lo había contado esa mañana.

—Hoy es la primera presentación de la obra. Estoy segura de que amarías estar ahí —había susurrado cerca de su oído.

Podía ver con claridad cómo su abuela iba marchitándose con el tiempo. Cada día un poco más pálida. Cada día un poco menos de esperanza. Llevaba meses en coma y la ironía de que la única persona a la que Minie deseaba hacer sentir orgullosa tenía la vida en pausa, mientras la suya comenzaba a avanzar de formas sorprendentes… la ponía un poco nostálgica.

Los últimos días Bastian se comportaba más amable que nunca, aunque a la vez, tenía una actitud más distante de lo normal. Ya nada podía sorprender a Minerva, tampoco esperaba nada de él, ya no.

Convertirse en ´la hija de las estrellas´ le había cambiado la perspectiva de su vida. Después de tanto sufrir y luego de tantos golpes de cara contra paredes indestructibles, Minie había llegado a una sola conclusión; había pasado años aspirando el amor porque aquello era probablemente lo único que parecía más cerca que una carrera exitosa o una cartera con dinero disponible.

Pero ahora tenía lo otro y como Bastian se lo había prometido desde el principio; el contrato la había beneficiado demasiado. No necesitaba más del milagro idílico que la confesión pronta de un amor correspondido significaba. Ya no necesitaba muchas cosas que antes creía indispensables.

Por fin podía entender un poco a Bastian. Porque, estando tan cerca de la cima del éxito, con miles de ojos sobre tu talento y cientos de personas alabándote y diciendo la promesa de fama que eres… bueno, se siente como si no necesitases nada más.

Aquel papel; su segundo a interpretar, pero el primero de manera formal, le había llevado un mar de confianza y ahora todo lo que deseaba era dedicar el resto de sus días a sentirse de esa manera…

—¡Rómpete una pierna!  —le dijo alguien de producción. Era como la milésima vez que escuchaba la frase.

Se sentía hipnotizada por el escenario, mientras se colocaba en el centro para comenzar su último ensayo a solas.

Ver a Mariel en las gradas la hizo sonreír, esta vez con tristeza.

Se comenzaba a preguntar qué pasaría cuando el contrato terminase, claramente dejaría de verla y… dolería. Desde que su abuela cayó en aquel sueño profundo, Mariel se había convertido en algo muy parecido a una figura materna.

Era casi impensable haber encontrado una aliada entre las mentiras. Y lo agradecía; agradecía con el alma el amor de las Campell, en especial de Mor y Mariel. Por ellas sentía su corazón estrujarse cuando pensaba en lo cerca que estaban de tener que olvidarse mutuamente para siempre.

—Está listo el vestuario —le dijo Mariel, acercándose al escenario —. Esta noche serás una estrella, Minie.

—¿Quieres darme algún consejo? —preguntó la chica, saltando hacia el espacio entre la primera fila y la tarima.

Los asientos de tela acolchada y roja, tan característicos de los teatros la hicieron sonreír. En unas horas estarían llenos, al igual que su corazón cada vez que pensaba en que el momento llegase.

Mariel se detuvo y la miró, tomó una de sus manos entre las suyas.

—Nunca olvides de dónde vienes. No te dejes cegar por las promesas y piensa dos veces antes de tomar una decisión —sonaba como algo que la mujer sabía a la perfección.

Y al ser un consejo más personal y sentimental que práctico; Minie lo guardó con más fervencia en su interior. Asintió y se abrazó a ella, imaginando que, en aquel gesto habitaba todo el amor que tanto había anhelado por años.

—Gracias por todo Mariel —murmuró.

—No tienes nada que agradecer. Pero yo sí; gracias por llegar a mi familia, por querer tanto a Bastian y por dejarlo ser quien es.

Minie asintió con fingida emoción.

Que tontería, si pudiese, seguro lo cambiaría, seguro pediría que fuese más abierto al cambio. Soy tan egoísta en el fondo… todos somos un poco iguales en el fondo.

 

De un momento a otro todo comenzó a estar en movimiento.

Azul la miraba desde una esquina, probablemente esperaba que se sintiese mal o que algo le pasara y de esa forma fuese ella quien saliera a escena. Minie odiaba admitir que le causaba cierto placer verla roja de celos, pero lo hacía.

Y entonces, subió al escenario. Se extasiaba con la mirada de las personas.

Hizo suyo aquel personaje que le había abierto los ojos al mundo de mil formas posibles, mientras se centraba en parecer conmovida, libre y feroz.

Vera, Mariel y Morin en la primera fila la hicieron sonreír mientras le daba la espalda al público.




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