Llevaba una racha de presentaciones exitosas. Ya había transcurrido una semana desde la primera vez que había pisado el escenario. Y por las excelentes ventas que la obra había estado teniendo, auguraban diez presentaciones más.
Bastian parecía sospechoso con sus sonrisas amables y las preguntas constantes sobre cómo le iba en el teatro. Pasaba muy seguido por ahí y siempre la estaba mirando como si tuviese algo que decir. Pero, finalmente; jamás decía nada.
Aquella tarde el sol brillaba en lo alto del cielo. Cuando Minerva salía del hospital, Bastian bajaba de su coche. La miró por unos instantes antes de acercarse.
—¿Cómo está Annabelle? —le preguntó.
Minerva observó su uniforme azul y recordó de golpe la primera vez que habían estado en una misma habitación; él sostenía su cabello mientras ella veía su mundo derrumbarse.
—No hay cambios —respondió ella.
Por un instante pensó en lo poco que recordaba el tono de voz de su abuela y una sonrisa triste inundó sus facciones. Él levantó una mano en su dirección como si fuese a tocar su rostro y luego la dejó caer, Minie lo miró con una extraña presión creciendo en su pecho.
Definitivamente estaba siendo el mes de las sorpresas y cosas inesperadas. Los labios de Bastian se volvieron una línea delgada cuando la miró a los ojos con aparente nerviosismo.
—Lo siento mucho.
—Lo sé.
—Yo… eh… ¿Podríamos hablar más tarde?
No quería saber qué era aquello de lo que hablarían, quizá quería pedirle que terminaran de una vez por todas el contrato. Aunque era poco probable, pues, la herencia estaba en proceso de ser transferida de forma definitiva a Bastian. No podría tirar a la basura todo lo que ya habían pasado…
—Si, podemos —dijo con simpleza.
El viento provocaba que sus cabellos volaran a su alrededor, al igual que el vestido largo y azul. Sus ojos se veían mucho más azules con el reflejo de su ropa.
Minerva se alejó en silencio, sin esperar a que Bastian se decidiese a decirle algo más.
Si ya de por sí estaba nerviosa por la petición de su falso esposo, añadirle a eso que llegando al teatro lo primero que recibió fue una mirada burlona de parte de Azul Lamarck; su suplente en la obra y ex compañera en la academia. Sintió un vuelco en el estómago.
Azul miró sobre el hombro, hacia una consternada Mariel con ojos incrédulos.
Minerva escudriñó a Azul, mientras ella pasaba a su lado con una sonrisa triunfal. Entonces fijó la vista en Mariel y la carpeta que sostenía entre sus manos.
—Ven a mi oficina —la voz demandante y su semblante serio le hicieron saber a la chica que aquello era grave.
Lo que sea que Azul había hecho, podía terminar con todo. Si de alguna manera su compañera había investigado su falso matrimonio o el trato que tenía con Bastian, si lo había visto a él con alguien más o si sabía algo a cerca de ella que implicase el contrato… estaría todo arruinado.
—¿Qué pasa? —preguntó como si no estuviese muriéndose de nervios.
Cerró la puerta a sus espaldas y se quedó de pie, mientras Mariel se sentaba tras su escritorio y arrojaba las hojas con aire decepcionado. Una foto de la casa que compartía con su abuela salió volando en su dirección. Hacia tanto que no iba a ese lugar… se sintió retraerse en ella misma, lista para ser juzgada.
—Nos mentiste Minerva. No creciste en una familia acomodada como le dijiste a Bastian, tampoco estudiaste en un par de escuelas de actuación como me dijiste…
Minerva no pudo mirarla.
Sólo podía preguntarse qué habría dentro del corazón de Azul para hacer algo como eso. Minerva no había sido la culpable de su derrota.
—Lo siento —susurró, no había más que pudiese decir.
—¿Eso es todo? ¿Por qué lo hiciste?
—No lo sé… —se sentía tan idiota.
—¿Bastian lo sabe?
Aquella pregunta era la confirmación de que no sabían lo de su matrimonio falso, así que al menos podía estar tranquila; Mariel y toda su familia podrían seguir teniendo la herencia de Abraham Campell.
Minerva tomó una decisión en dos segundos; ella debía ser la única culpable si quería mantener a salvo la mentira por la que había hecho cosas impensables; como enamorarse de su esposo y tener que verlo cada día al anochecer, después de descubrir que ella nunca tuvo el poder para transformar al sapo en príncipe.
—No.
Mariel asintió, como si estuviese entendiendo algo que ni Minerva entendía. La miró con lástima.
—Lo siento Minerva, él debe saberlo.
Minie asintió, estando de acuerdo en su decreto y siendo consciente de que Mariel la llamó por su nombre completo. Se sentía como una absurda y pequeña niña siendo reñida.
Esperaba que Mariel le dijese que era su deber como mentirosa confesarle a Bastian la supuesta novedad sobre su pasado, sin embargo, la mujer simplemente tomó el teléfono y marcó aquel número que inconscientemente Minerva sabía de memoria; el número de Bass.
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Editado: 10.08.2021