Derivé

Capítulo 31

 

 

Minerva se encogió en el sillón, mirando con tristeza a su abuela.

Era pasada la medianoche y había decidido no ir a casa de los Campell, ya que todos parecían estar odiándola un poco. Dormir junto a Annie era la mejor opción, aunque, en realidad estaba en las manos del insomnio.

Quizá era el escenario perfecto previo a un divorcio precipitado, quizá aquel tropiezo había ocurrido en el momento indicado para que todo pareciera más real.

Cuando vio los ojos de Annabelle abrirse con extrema lentitud, creyó que estaba soñando, pero pasó de nuevo y se inclinó hacia ella.

—¿Abuela? —susurró como si toda la habitación estuviese hecha de cristal delicado.

La observó abrir la boca como un pez fuera del agua, las cánulas nasales le habían enrojecido la zona y Minie abrió mucho los ojos. Se acercó apresurada, con su mano aun entre las suyas.

—No hables —le pidió. Estaba un poco en shock.

Su abuela miró su mano, en donde aquel brillante y enorme anillo de compromiso descansaba bajo la sortija de bodas. Una sonrisa adormecida y sorprendida inundó los labios arrugados de Annie.

Los ojos de Minerva se llenaron de lágrimas.

De alguna manera presentía lo que estaba por ocurrir. Los ojos vacíos de Annabelle y sus manos mortalmente frías llevaron el augurio.

—Has dormido por mucho tiempo Annie. Tengo tanto que contarte; me casé con un médico de este hospital, es bueno y muy guapo, él me cuida… me ha ayudado todo este tiempo —le dijo, sosteniendo su débil mano, mientras tocaba varias veces el timbre que llamaba a las enfermeras y médicos —. Estoy trabajando, en el teatro Campell, Annie. Amarías verme ahí, tengo el papel protagónico de la obra y… no lo vas a creer… la dueña; Mariel Campell, resultó ser mi suegra. Ella… ella me ama tanto, es como una madre para mí —aun cuando las palabras dolían y no eran reales, quería decirle aquello a su abuela.

Quería darle un vistazo favorable de la vida que ahora tenía. Porque de una forma absurda, se sentía como lo mejor que podía hacer; que Annie supiera que podía marcharse y ella no estaría desamparada. Aunque… de muchas maneras, lo estaba.

Sus ojos vidriosos del mismo color que los suyos, la miraron y sonrió, respirando con demasiada dificultad.

—¿Qué sucede?

Minie miró hacia Bruno, que había llegado corriendo.

Él miró con ojos sorprendidos hacia Annabelle.

La anciana dio un fuerte apretón a la mano de su nieta, que había ido a sostener la suya cada día. Una lágrima rodó por su arrugada mejilla y mientras sus ojos parecían querer transmitirle pacifica felicidad, se pusieron en blanco.

Y entonces todo fue ruido; el pitido de las máquinas aumentó y las enfermeras la sacaron a la fuerza de la habitación, mientras Bruno tomaba las paletas de reanimación.

Algo en Minerva le hizo saber que aquello había sido lo mejor que pudo hacer.

Había mantenido tanto tiempo con vida a Annabelle, sin saber si era lo que ella habría querido. Y si al escuchar que su nieta era feliz y plena -aunque en aquel instante nada de eso fuese del todo real- ella podía descansar… entonces Minerva tendría que sufrir.

Es lo que se hace por amor ¿no?... preferir el bienestar del otro, aunque tu corazón se rompa, duela y sangre…

Cuando Bruno salió, una hora más tarde y le dijo que habían hecho todo para salvarla, pero que su débil corazón no había soportado el impacto de volver a la vida; todo en Minerva se detuvo.

Y lloró como nunca lo había hecho. Alguien la sostenía, pero ni siquiera conocía a ese alguien. Aun así, se dejó caer en sus brazos mientras las lágrimas corrían como cascada por su bello rostro.

Estaba devastada.

Nunca volvió a escuchar su voz, no pudo decirle lo mucho que sentía haber llegado tarde aquel día, no pudo prometerle que si algún día tenía una hija se aseguraría de que llevara su nombre y supiera de ella. No pudo agradecerle todos los años que le hizo la vida un poco más ligera. Tampoco pudo agradecer todo el amor con el que la hizo crecer y el día en que la hizo ser la niña más feliz en el intento de que la muerte de sus padres doliera menos…

Te extrañaré tanto, Annabelle.

Sollozos incontrolables hacían su cuerpo temblar, mientras veía a Bruno tecleando con prisa en su móvil.

Bastian, pensó… ven, por favor, ven, ven y cuida de mi…

—Mariel viene en camino —le dijo, como si ella pudiese hacer algo con eso.

La realidad era que finalmente estaba sola. Y aun cuando todavía le aterraba, no estaba dispuesta a paralizarse por ello.

 

 

Mariel la abrazó en cuanto estuvo frente a ella.

Podía sentir sus ojos hinchados y le dolía la cabeza. Había entrado unos momentos antes a ver una última vez a su abuela.

Minerva había depositado un beso tembloroso en el nacimiento de su cabello cano y eso había sido todo… un irremediable e inalterable final.

—Yo me encargaré de todo, cariño —le dijo Mariel. Sus ojos parecían nuevamente amables.

Como si hubiese olvidado el resentimiento que descubrir su mentira le había provocado unas horas antes.

—Siento mucho lo que te dije, no debí dudar de ti, ni haberte confrontado de esa manera —soltó con arrepentimiento, como si pudiese leerle los pensamientos.

Minie asintió, mirando a nada en específico.

—Bastian sigue sin atender —susurró Bruno a Mariel.

—Minerva, ve a dormir, me encargaré de todo. El choferestá esperando en el estacionamiento y Morin viene en camino, al igual que Vera y mis sobrinas. Estamos todos para ti.

No todos.

La miró, siendo consciente de que llevaba casi todo un día en el hospital, debía lucir como una desgracia humana, aun así, solo pensó en algo.

—Es la última presentación de la obra —murmuró con ojos aún llorosos.




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