Derivé

Capítulo 32

 

—Mariel me había invitado desde la primera función, pero no había tenido el placer de asistir. Es una fortuna que me decidiera a venir. Siempre dicen que lo mejor se guarda para el final… eres una magnifica interprete —le dijo el hombre frente a ella.

Su vestimenta excéntrica la distraía un poco de seguir llorando como un bebé.

—Ya. Muchas gracias —emitió cortante, tratando de alejarse de todos los que deseaban felicitarla por su última presentación.

—Tengo una firma enorme y exitosa, estamos dispuestos a patrocinar una gira nacional si quieres trabajar con nosotros —le dijo con una brillante sonrisa.

Los lentes oscuros no le dejaron ver sus ojos, pero, le habría gustado poder hacerlo. Los ojos siempre revelan quienes somos, solía decirle su abuela.

Tomó con amabilidad fingida la tarjeta que él le ofreció. Solo quería encerrarse a solas.

—Llámame cuando quieras triunfar. Mariel puede hablarte de mí, si eso te da más seguridad… Nos vemos, dulzura —su peculiar andar la hizo sentir que él era una persona divertida.

Minerva se escabulló de la siguiente ola de personas y al entrar a su camerino, una rosa marchita en una esquina del sillón la hizo derramar un par de lágrimas más.

Se miró fijamente al espejo, tratando de encontrar un sentido a todo lo que había ocurrido.

 

 

Se puso de pie, sonreía un poco. Mientras leía las últimas líneas del libro de su abuelo; el tomo que Abraham siempre había guardado en su oficina personal; el primer ejemplar impreso, siempre decía.

Cuando sus dedos pasaron la última hoja, la sonrisa se borró. La letra de su abuelo marcaba una orilla.

Bastian, este ejemplar es para ti.

No te permitas creer que no mereces amor o que no sabes ofrecerlo.

A. Campell.

 

Entornó los ojos. Se había escondido en la vieja oficina de su abuelo en busca de respuestas y aquello parecía la señal clave.

Seguía confundido, no contaba con una vasta experiencia confesando sentimientos, pero ahora sabía que el primer paso era, evidentemente, confesarlos.

Se apresuró a su habitación.

Había dormido como nunca en aquel cuarto polvoso, husmeando entre las hojas sueltas de los cuadernos de poesía de su abuelo, recordando tardes en las que su compañía iluminó su infancia y gran parte de su adultez.

Cuando encendió el móvil, la sonrisa de sosiego que saber lo que debía hacer le había provocado, se borró. Tenía cientos de llamadas perdidas, todas de Bruno, Mariel y Morin… eso sólo podía significar que algo había ocurrido con la única que no había llamado: Minerva.

Corrió escaleras abajo, mientras llamaba a Bruno.

—¿Dónde has estado? —respondió al primer toque.

—¿Qué está pasando?

—Annabelle murió —le dijo, sin tacto alguno.

Sinceramente no merecía algo distinto.

—¿Qué? ¿Cuándo?

—02:12 am —soltó su amigo y podía imaginarlo con rostro serio —Minerva pasó todo el día sola, Bastian. Mariel la envió a casa, pero acaba de recibir una llamada en la que le dijeron que está en el teatro. Quizá deberías ir y… verla. Tu madre se está encargando del papeleo, no sabemos en qué estado se encuentra Minerva, es mejor que te apresures —lo escuchó decir y él ya estaba subiéndose a su coche.

—Lo siento, Bruno —dijo avergonzado, a sabiendas de que el tono decepcionado de su amigo era puramente hacia él.

—Yo no soy quien necesita tus disculpas.

Y colgó.

Corrió por todo el lugar, esquivando a las personas que salían. Lo observaban como si fuese un peligro para la vida; lo era.

Apenas llegó hasta la puerta de su camerino, entró de golpe. Minerva estaba sentada, frente al espejo, observaba con fijeza su reflejo, mientras lágrimas escurrían por sus mejillas, tiñendo de negro su camino cuesta abajo.

Ella lo miró entonces, sin ningún sentimiento a la vista.

—Minerva, yo, lo siento tanto —soltó, tomando aire.

Se acercó, pero cuando intentó abrazarla, se alejó como si él fuese fuego y ella temiese al calor.

—No me toques —soltó, contrariada.

—Minerva, está bien, ya estoy aquí. Lo siento, lo siento tanto… —volvió a intentar acercarse, sólo para ser rechazado de nuevo.

Y entonces la miró, abruptamente paralizado.

—Me dejaste sola Bastian… te necesitaba y no estuviste, te importó más que todo saliera mal, que descubrieran la mentira.

Él flaqueó ante la acusación.

Porque justo así parecía. Pero la realidad era que se había apartado del mundo con la esperanza de descubrir qué era lo correcto por hacer…




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