Derivé

Capítulo 35

 

 

Le había sido difícil tomar la decisión desesperada de huir. Pero sería menos difícil que soportar un día más las miradas de duda que Bastian le lanzaba sin mucha discreción.

Lo suyo parecía un juego del gato y el ratón en el que ambos eran el ratón; temeroso y vacilante, escondiéndose a la espera de que todo mejorase. No sabía lo que él pensaba, aunque se moría por poder adivinarlo.

A dos días del funeral de su abuela, se encontraba haciendo una maleta. Tomó el mínimo de cosas posibles, consciente de que nada de eso le pertenecía, no cuando dejaría de ser la esposa del Doctor Campell.

Lo analizó por varias horas y en vista de su incómoda situación, la mejor solución que se le había ocurrido era adelantar un poco el cierre de escena. Tarde o temprano el contrato terminaría, y mejor que fuese temprano, porque… era un hecho que lo de ellos estaba más que arruinado.

Lo quiso por meses y él se alejaba y, finalmente, cuando ella tenia un pie fuera de la ecuación, Bass hizo una confesión a medias… con una veracidad de la que ella nunca estuvo segura, ni siquiera en ese momento.

Pero ¿no era obvio que se había arrepentido? Su distante silencio lo dejaba claro…

Colocó con prudencia sobre la mesa del comedor una carta dramática en la que Minie; su personaje, confesaba que había encontrado el amor en alguien más y debía marcharse. Era una manera en la que, quizá Mariel y Morin la odiarían más fácil, o al menos en su mente lo era… aunque le dolía pensar en la posibilidad de que Bastian creyese en esa última mentira. Aunque debería obligarse a dejar de pensar en él para hacerlo más fácil.

El hombre que le había dejado su tarjeta dijo que le encontraría algún papel. Ya que no pensaba viajar con “La hija de las estrellas”, debido a su estrecha conexión con Mariel Campell, así que Minerva debía buscar algo más. Ahora que estaba volviéndose una actriz en sus inicios, con buenas críticas, no le sería difícil encontrar algún papel, o al menos eso aseguró el hombre de sonrisa fácil.

—No se lo digas a Mariel —le había pedido Minerva en medio de su encuentro clandestino. Él no tenía idea de nada, evidentemente.

—Pero si eres su alumna predilecta, además estás casada con su hijo ¿o no?

—Si, pero… no se lo digas. Podemos hacer negocios solo tú y yo ¿o debería buscar a alguien más? —no sabía en que momento se había vuelto experta en la insinuante manipulación.

Pero era divertido. La forma en la que el rostro de Billy el cazatalentos se había contorsionado, le provocó una sonrisilla triunfal.

—No, por supuesto que no. Buscaré un lugar en el que puedas quedarte al llegar allá —le había dicho con una mueca de amistosa felicidad.

Y así era como pensaba cambiar su vida…

Si le ponía cabeza al asunto la verdad era que sonaba absurdo hasta para ella. Pero, era la salida fácil… huir siempre será fácil.

Tomó la maleta entre sus manos y entonces notó aquel último detalle; sus anillos. Los deslizó con lentitud por sus dedos, dejándolos con su carta de despedida. Y salió de la casa, esperando que hubiese algún chofer disponible. Porque, por si fuera poco, en su papel de la más grande cobarde; estaba huyendo mientras las Campell habían salido a comer a un nuevo restaurante. Se había librado de la invitación diciendo que aún no se sentía lista. Y Bastian debía estar en el hospital.

Miró una última vez a sus espaldas. La suya lucía como la perfecta salida del personaje penoso y destructivo, y entonces se giró. El coche de Bastian estaba estacionado y se dispuso a pedirle al chofer que la llevara cuando algo la detuvo; Bastian saliendo del interior.

 

—¿Qué haces? —le preguntó, la confusión evidente se colaba en su voz temblorosa.

La miró de arriba abajo; la maleta, el aire de misterio y el pasaporte en la mano lo hizo fruncir el ceño.

—Yo… debo irme.

—¿Qué? ¿A dónde?

—Voy a dejarte Bastian. Como el contrato lo decía. Dejé una carta sobre la mesa y los anillos también. Todos sabrán que terminó por mi culpa —soltó, como si estuviese segura de que era la mejor idea posible.

Bastian tomó su brazo, necesitando inconscientemente aferrarse a ella.

—No, no puedes irte… el contrato no ha terminado —masculló, notando que habían comenzado a llamar la atención de algunos empleados —Y no quiero que te vayas —le dijo, está vez con suavidad.

Intentaba sonar lo más honesto posible.

—Quiero viajar por el mundo, voy a actuar en otros teatros y conocer otros lugares. Ya no tengo nada aquí, Bastian.

La miró; sus ojos azules apagados y dudosos, sus manos vacías en donde antes descansaban aquellos vistosos anillos que la volvían su otra mitad ante el mundo…

—Me tienes a mí, tienes a Morin, a Mariel, tienes todo esto —sus manos señalaron su entorno.

Ella soltó una risa incrédula.

—Esto nunca ha sido mío, simplemente fue un préstamo momentáneo y sabes tan bien como yo que está llegando a su fin.

—Minerva… no —la miró con exasperación, se pasó las manos por el rostro antes de decidirse a dar el paso nuevamente —¿Sabes qué? He estado dándote tiempo, para que tomases la decisión, pero esto es demasiado. Yo te lo dije ya una vez, pero si necesitas que lo diga mil veces lo haré. Te amo y quiero tenerte conmigo, pero esta vez de verdad…




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