Derivé

Epílogo

 

Minerva arrastró la pesada maleta tras ella, sus ojos cubiertos con lentes oscuros barrieron todo el aeropuerto.

Había pasado unos meses maravillosos, en su primera gira con “la hija de las estrellas”. Hizo grandes amigos entre las personas del staff. Su corazón se sentía casi completamente lleno cuando salía a escena y cientos de nuevas personas en los teatros de diversas ciudades conocían su trabajo por primera vez.

Los aplausos finales eran un idioma que ya sabía de memoria y disfrutaba escucharlos.

La verdad era que ese tiempo también le había servido para conocerse, aprender a estar sola y saber que aquello, lejos de acobardarla; le daba confianza en sí misma.

Mariel había llegado de visita en un par de ciudades, con sonrisas amables, pero ojos quisquillosos. Minerva sabía que todos se estaban preguntando si su separación era normal, si el hecho de que él no la acompañase en la gira como habían anunciado sin pensarlo, significaba que lo suyo estaba de alguna forma… roto.

Pero estaban lejos de saber la verdad.

Bastian le había dejado leer la nota que su abuelo le dejó como último regalo, y saber que su divorcio no representaría la pérdida de la herencia para Bass, la llenó de seguridad. Porque eso significaba que realmente la amaba, que real, real, realmente sentía por ella lo que había salido de su boca. Porque no quería divorciarse aun cuando podía hacerlo sin perder ni un peso.

Y entonces habían vivido tres maravillosos meses, en los que, todo el amor y la pasión que se estuvieron ahorrando por un año, se desató. Se conocieron más, dormían con los ojos brillando de alegría y el corazón llenándose de la presencia del otro.

Decidieron llevarse a la tumba el origen de su -ahora real- relación. Aunque Bass confesó que, si llegaban a tener un hijo con dotes de escritor, definitivamente se la contaría para hacerlo crear un bestseller. Minerva había reído, mientras pensaba en su abuela, ahora sí podría verla ser feliz.

Y ser feliz era tan… refulgente. Se sentía como en una nube ligera cada vez que veía los ojos amorosos de Bastian. Era real. Y aunque habían pasado de una forma absurda a tener todo lo que habían estado fingiendo por demasiado tiempo… era verdadero y era maravilloso.

Y entonces, Minerva debía partir y comenzar a viajar con su equipo del teatro. Y haciendo las maletas, se había encontrado con otra realidad impactante; no quería que Bastian la acompañase en la gira.

No podía aceptar que él dejase todo por ella, porque entonces dejaría de ser el Bastian que amaba. Ambos debían sacrificar algunas cosas para encajar y amarse por completo. Eso era lo justo.

Le comunicó su decisión esa misma noche.

—Necesito conocerme. Necesito disfrutar esta nueva versión de mí, saber que esta es la mejor decisión y saber que soy un ser individual que decide quedarse a tu lado. No te estoy dejando, no podría… sólo, no quiero que dejes de ser tú, no quiero que dejes lo que amas y me ames más que a todo. No quiero amarte más que a todo. Quiero que nos amemos a pesar de todo… ¿entiendes, Bass? —lo había visto debatirse entre negarse y aceptar.

 

Y ahí estaba, tres meses después. La noche anterior había dado su última presentación y estaba sola, siendo ella y sabiendo más que nunca lo que debía hacer.

Su cabello rubio se movía con ella mientras caminaba y en vista de que no había nadie esperándola; comenzó a ir hacia la salida. El calor húmedo azotó su rostro apenas salió. Y miró hacia el suéter blanco de cuello alto que la cubría; mala decisión.

Habían hecho una promesa la noche en la que ella decidió emprender sola su aventura.

—Bien —había susurrado él en respuesta a su argumento sobre porqué debía quedarse y seguir siendo el Doctor Campell mientras ella viajaba por medio continente —¿Y luego qué? —le era difícil no parecer decepcionado. Pero estaba siendo un poco evidente la forma del destino de hacerlo experimentar todas las dudas, temores, decepciones que ella ya había vivido. En fin; la balanza natural del karma.

—Podemos encontrarnos… Si después de ese tiempo lejos aun sentimos que esto es real, podemos encontrarnos a la mitad del camino…

Así que, ahí estaba Minerva; en la mitad del camino… o bien, las costas del Golfo.

Sus ojos escudriñaron su entorno, pensó por un segundo en la posibilidad de que su gran amor no apareciera. Hablaban cada noche por teléfono, pero eso no aseguraba que a último momento él se echara para atrás.

Pasó las manos por su rostro, intentando alejar sus pensamientos y sin previo aviso, una voz gruesa y varonil dijo su nombre a su oído. Se encandiló al girarse y encontrarse con un apuesto hombre, a quien también le otorgaba el título de esposo.

Se abalanzó contra él, sabiendo que si aun teniendo tiempo alejados, ambos se habían elegido, eso… eso significaba que podrían amarse a pesar de todo.

Lo observó; lucía justo como lo recordaba. Apuesto, imponente, elegante y estúpidamente feliz. Le era imposible no adueñarse del mérito que la sonrisa de Bastian Campell le otorgaba, porque estaba completamente segura de ser la mayor causa de su felicidad, porque él lo era para ella.

—¿Te fue fácil encontrar la mitad del camino? —la cadencia habitual de su voz la hizo sentir una descarga eléctrica de emoción.




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