El amanecer en Nytherya era gris y apagado aquella mañana, como si las nubes presintieran la tensión que se avecinaba. El aire helado se filtraba por las rendijas de la choza de Eldra, pero Nyra apenas lo sentía; permanecía sentada en el borde de la cama, con la túnica aún a medio ajustar sobre los hombros. Llevaba rato contemplando sus manos, preguntándose si habrían sido las manos correctas para sellar aquel juramento.
El silencio se rompió por un golpe seco en la puerta de madera. Eldra, que andaba inclinada sobre un cesto de hierbas, levantó la vista, enarcando una ceja con suspicacia. Antes de que Nyra pudiera responder, la puerta se abrió sola.
Allí estaban.
Nyx, Lorien y Zarek se alzaban en el umbral como un mal presagio, vestidos con túnicas oscuras, las capas cubriéndoles los hombros, las miradas clavadas en ella con diferentes intensidades: la indiferencia cortante de Nyx, la incomodidad cautelosa de Lorien, y la posesión peligrosa en los ojos de Zarek.
Nyx fue el primero en hablar, su voz baja, seca y sin una pizca de cordialidad.
—Es hora.
Nyra se puso lentamente en pie, alisando los pliegues de su túnica mientras les devolvía la mirada sin bajar la cabeza.
—Pensé que vendrían a buscarme más tarde —dijo, su voz tan firme como pudo, aunque un leve temblor en sus dedos la traicionaba.
Zarek esbozó una media sonrisa, oscura, como si saboreara el nerviosismo que emanaba de ella. Se apoyó contra el marco de la puerta, cruzándose de brazos.
—Y dejar que te pierdas en dudas hasta el mediodía… —murmuró, con un tono casi burlón—. No. Queremos asegurarnos de que realmente vienes… y que no decides quedarte aquí, jugando a ser parte de algo que no eres.
Las palabras cayeron como piedras. Nyra sintió un calor incómodo subirle al cuello, pero no apartó la mirada.
—Ya vine. Ya luché. Ya gané mi lugar. —Su voz sonó más fuerte de lo que esperaba, incluso para ella.
Lorien dio un paso hacia adelante, alzando las manos con un gesto conciliador.
—Ya basta —intervino, su tono suave pero cargado de cansancio—. No es necesario que la ataquen desde la puerta. —Su mirada se posó en Nyra, un destello de amabilidad en sus ojos—. Vienes con nosotros porque así debe ser. Porque así lo elegiste, ¿cierto?
Nyra se quedó en silencio un segundo antes de responder. Esa pregunta, con su carga de juicio, le heló la lengua. ¿Lo había elegido?
—…Sí —contestó finalmente, bajando los hombros apenas—. Lo elegí.
Zarek soltó una carcajada breve, sin alegría, mientras se apartaba del marco y avanzaba hacia ella.
—Veremos si sigues pensando lo mismo después de una noche bajo nuestro techo —dijo, inclinándose apenas hacia ella, lo suficiente para que su aliento rozara su mejilla mientras sus ojos oscuros la atravesaban—. Espero que no nos hagas arrepentirnos de este juramento.
Eldra, que había permanecido en silencio hasta entonces, soltó un resoplido casi imperceptible y se irguió.
—No olviden, los tres, que la verdadera fuerza no está en rechazar al nuevo miembro, sino en hacer que todos brillen juntos —dijo, con voz suave pero afilada.
Nyx le dirigió una mirada fría, apenas una fracción de segundo, antes de volverse hacia la puerta.
—Vámonos —ordenó.
Nyra tomó su bolsa de viaje, apenas unas mudas y el talismán que Eldra le había dado colgando de su cuello. Al cruzar la puerta, sintió la mano rugosa de Eldra en su hombro, deteniéndola solo un instante.
—Recuerda quién eres —susurró, sin más, antes de soltarla.
El camino hasta la nueva vivienda de la triada fue silencioso, salvo por el murmullo lejano de la tribu al despertar. Nyra caminaba un paso detrás de ellos, sintiendo cómo el frío le calaba hasta los huesos. Podía sentir la hostilidad de Nyx como un muro de hielo frente a ella, la desconfianza de Zarek como una sombra pegajosa a su espalda, y la duda silenciosa de Lorien flotando en el aire.
Finalmente, llegaron.
La cabaña era amplia, de madera oscura y sólida, construida sobre una ligera elevación que dominaba buena parte de la plaza central. Dos estandartes colgaban a ambos lados de la entrada, con los símbolos entrelazados de luz y sombra que marcaban el estatus de la triada. Era, sin duda, un lugar de respeto, de prestigio… y, sin embargo, la sensación que se respiraba era fría, silenciosa, como si cada piedra hubiera absorbido las disputas de quienes habían vivido allí antes.
Zarek empujó la puerta con un movimiento brusco y entró primero, sin mirarla siquiera. Lorien le indicó con un leve gesto que pasara después, mientras Nyx simplemente caminó a su lado, sin apartarse ni un milímetro, pero tampoco dignándose a reconocer su presencia.
El interior era tan imponente como la fachada: amplias estancias, techos altos, paredes decoradas con relieves de símbolos sagrados. Pero no había calor, ni hogar. Solo una perfección glacial que se sentía… ajena.
Nyra se detuvo en medio de la sala principal, sosteniendo su bolsa entre las manos.
—Es… —empezó a decir, intentando encontrar las palabras—. Es más grande de lo que imaginaba.
Lorien le dirigió una sonrisa leve, ladeando la cabeza.
—No dejes que el tamaño te engañe —respondió, casi en un susurro—. A veces lo más vacío ocupa el mayor espacio.
Nyra lo miró un momento, captando la amargura velada en su voz, pero antes de poder replicar, Nyx se giró hacia ella, su semblante implacable.
—Este lugar no está para que lo llenes con tus dudas o tus debilidades —dijo, sus palabras tan afiladas como cuchillas—. Aquí se espera que cumplas. Que seas fuerte. Nada más.
Zarek, que ya se había dejado caer en uno de los sillones de cuero oscuro, sonrió con una sombra de diversión en los labios.
—Y si fallas… bueno, entonces descubrirás que este lugar puede ser aún más frío de lo que parece.
Nyra apretó los puños, sintiendo cómo una punzada de arrepentimiento le atravesaba el estómago. Pero se obligó a levantar la barbilla, a sostenerles la mirada a los tres.
—No vine hasta aquí para fallar —dijo, su voz más firme de lo que esperaba—. Ni para rendirme.