Desafiando a las bestias

Uno por uno

El amanecer todavía era apenas un resplandor gris en el horizonte cuando Nyra despertó. La casa estaba quieta y fría, con ese silencio pesado que parecía observarla desde cada sombra. Se quedó acostada unos segundos, con los ojos fijos en las vigas oscuras del techo. El aire olía a madera húmeda, a hollín viejo.

Al final se sentó despacio en el borde de la cama. Sus pies descalzos tocaron el suelo helado, arrancándole un estremecimiento. Pero no encendió la lámpara. No quería hacer ruido, no quería llamar la atención.

El pasillo estaba sumido en penumbras. Caminó despacio, conteniendo la respiración cada vez que la madera crujía bajo su peso. Se detuvo frente a cada una de las puertas. Cerradas. Siempre cerradas. La de Nyx, fría y hostil, con esa presencia suya que la hacía sentir pequeña. La de Zarek, con su silencio burlón y peligroso, como un animal que acecha. Y la de Lorien… la más neutra, pero no por eso más acogedora.

Apoyó un instante la palma en una de las maderas. Fría, áspera. Casi esperaba que desde el otro lado alguien la escuchara y la mandara a su cuarto con un gruñido.

Pero nada.

Siguió caminando hasta la cocina. Allí, el aire era aún más helado. Abrió la pequeña alacena, encendió el fuego con manos torpes, y empezó a preparar algo de desayuno. Pan, un poco de miel, infusión. El olor dulce y cálido se fue esparciendo lentamente, como un tímido intento de alivianar el ambiente.

Colocó todo sobre la mesa con cuidado. Cada gesto le costaba como si llevara un peso invisible sobre los hombros. Se sentó al final, con las manos entrelazadas, esperando. Fingiendo que no le importaba lo que pasara después.

El primero en aparecer fue Nyx. Su silueta llenó el marco de la puerta como una sombra afilada. Su túnica negra colgaba sobre sus hombros y su cabello húmedo chorreaba gotas sobre el piso. Se quedó ahí un instante, observando la mesa.

Nyra alzó la mirada, esperando quizá un “gracias”, o siquiera una mueca.

Pero lo único que recibió fue un bufido seco, apenas un “tch” de desprecio. Nyx ni siquiera se sentó. Caminó hasta la puerta contraria y se marchó, con las botas resonando sobre la madera.

Nyra bajó la mirada al mantel. Los nudillos se le pusieron blancos de apretar las manos.

Al poco rato, Lorien entró. No la miró al principio. Tomó un pedazo de pan y murmuró sin entusiasmo:
—…gracias.
Y fue a sentarse solo, en silencio.

Ella respiró hondo. Al menos una palabra.

Y por último apareció Zarek. Él no caminó… se deslizó. Apoyado en el marco, los brazos cruzados, una sonrisa torva en los labios. La estudió como si fuera un animal curioso que acabara de hacer un truco para divertirlo.

—Bueno, bueno… —dijo, avanzando hacia la mesa mientras se servía un pedazo de pan—. Qué cuadro más tierno.

Se sentó frente a ella. Empezó a masticar lentamente, los ojos fijos en su cara, disfrutando de su incomodidad. Y entonces habló, con ese tono entre ronco y burlón que le helaba la sangre:
—¿De verdad crees… que un poco de pan caliente y miel te va a comprar respeto, cachorra?

Nyra sintió un nudo en el estómago. La palabra cachorra le mordió el orgullo. Pero se obligó a sostenerle la mirada, aunque cada músculo en su cuerpo le gritara que bajara los ojos.

Zarek arqueó una ceja, divertido, y terminó su bocado con una risa baja.
—Me gusta. —Se puso de pie, echando la silla hacia atrás sin cuidado—. No pierdas esa mirada. Me entretiene.

Y se fue, dejándola sola, con el dulce aroma de la miel y un silencio espeso pegado a las paredes.

El claro de entrenamiento estaba cubierto por una niebla baja y húmeda cuando llegaron esa mañana. La hierba crujía helada bajo las botas, y el cielo estaba gris, apagado, como si compartiera el humor de la triada.

Nyra ya estaba allí, antes que todos. Había barrido el círculo de arena, acomodado las armas sobre la tarima y dispuesto las sogas para los ejercicios de equilibrio.
Cuando Nyx llegó, su mirada recorrió el lugar sin expresión, pero no dijo nada. Solo se quitó la capa y comenzó a estirar los hombros en silencio.
Zarek, por su parte, sí se permitió una risita al verla de pie junto a la tarima, con las manos todavía cubiertas de polvo y sudor.
—Ah… nuestra pequeña cachorra sigue intentando agradar… qué conmovedor. —Le guiñó un ojo mientras pasaba a su lado para tomar un bastón de combate.

Nyra no respondió. Apretó los dientes y continuó recogiendo unas dagas caídas. Cada pequeña tarea era su manera de decir estoy aquí. No me vas a quebrar.

Los primeros ejercicios fueron brutales: ataques y defensas por parejas, saltos, series de equilibrio sobre la cuerda. Nyra iba tras ellos, limpiando las espadas cuando caían, levantando las sogas que se soltaban, recuperando los bastones olvidados para que nadie tuviera que detenerse a hacerlo.
Cuando Lorien se raspó la mano contra la cuerda al corregir un mal movimiento de Zarek, fue Nyra quien salió corriendo a la tarima, tomó vendas limpias y se acercó con las manos temblorosas.

—Déjame… —murmuró, arrodillándose a su lado.

Lorien la miró de reojo. Tenía la palma abierta, roja y cubierta de polvo.
—No lo necesitaba. —Su voz fue baja, seca… pero distinta. Menos cortante que de costumbre.
Luego la observó mientras ella ataba la venda con cuidado, y añadió en un murmullo que casi se perdió entre los ruidos del claro:
—Pero… bien.

Nyra levantó la vista un segundo, sorprendida. Por primera vez, algo en la mirada dorada de Lorien parecía menos como piedra y más como… carne y hueso.
Asintió en silencio, sintiendo que esa pequeña grieta en su muro valía más que cualquier aplauso.

Pero no todos estaban dispuestos a ceder.

La siguiente parte del entrenamiento fue una carrera alrededor del bosque. Nyx se puso al frente, con sus zancadas largas y su respiración controlada. Lorien detrás, Zarek avanzando a su propio ritmo, sin prisa pero sin perderles el paso.
Nyra se obligó a seguirlos, cada músculo de sus piernas ardiendo, cada bocanada de aire raspándole los pulmones. La distancia entre ella y Nyx no hacía más que crecer, pero no se detuvo.




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