Desafiando a las bestias

Fisuras

Nyra despertó antes del sol. La oscuridad aún pesaba sobre la cabaña, apenas quebrada por un hilo de luz azulada que se filtraba por los postigos. Se sentó en la cama, respirando hondo mientras sus pies descalzos tocaban la madera helada del piso. La casa estaba en silencio, pero no vacío: siempre había una energía flotando, como si las paredes mismas respiraran junto a ellos.

Cruzó el pasillo con pasos suaves, sus dedos rozando las paredes para no perder el equilibrio entre las sombras. Al llegar a la cocina, se detuvo en seco.

Él ya estaba allí.

Lorien estaba inclinado sobre la mesa, atando con firmeza el brazalete de cuero en su muñeca. La tenue luz del amanecer jugaba con su silueta, recortando líneas suaves pero definidas. Lorien era distinto a los otros. No tenía la imponente estatura ni la rigidez de Nyx, ni el filo venenoso de Zarek. Medía apenas un poco más de dos metros, pero su cuerpo parecía más ágil que amenazante, flexible como un junco. Su cabello castaño caía desordenado sobre la frente, con ondas que capturaban la luz débil como si guardara un secreto en cada mechón.

Y sus ojos… cálidos al principio, dorados como la miel bajo la luz, pero con algo más debajo. Una turbulencia oculta que a veces asomaba cuando nadie lo miraba. Incluso su sonrisa —la que solía regalarle a los demás con tanta facilidad— la hacía preguntarse qué tanto era genuina y cuánto era máscara.

Él levantó la vista al notar su presencia y, por un instante, solo la estudió en silencio. Luego, habló con voz baja pero clara:

—Despiertas temprano.

Nyra tragó saliva, asintiendo mientras avanzaba hacia la alacena. —No podía dormir. —Intentó sonar indiferente, aunque notaba la forma en que él seguía sus movimientos.

—Ya… —murmuró, como si entendiera más de lo que decía—. Aquí nadie duerme bien las primeras semanas. O los primeros años.

Ella buscó una taza y se sirvió agua, más para ocupar las manos que para beber. En el silencio incómodo, el cuero de su brazalete crujió cuando él lo ajustó por última vez.

—¿Te preparas para entrenar? —preguntó ella al fin, solo por romper el peso del aire entre ambos.

Lorien alzó una ceja, esbozando esa sonrisa ligera que parecía siempre al borde de desvanecerse. —¿Tú no? —replicó con suavidad.

Nyra entrecerró los ojos, sintiendo la punzada de desafío que sus palabras traían consigo. —Siempre.

Él soltó una risa breve, nada burlona, y desvió la mirada a su muñeca. Luego, añadió:

—No intentes ganarnos en ser la primera en estar lista. —Levantó la vista otra vez, con una chispa apenas perceptible en sus ojos—. Lo importante no es llegar antes. Es saber cuándo quedarte… y cuándo avanzar.

Ella sostuvo su mirada, seria, y asintió sin decir nada. Por dentro, anotó cada palabra.

Lorien se enderezó y giró hacia la puerta que daba al patio, pero justo antes de salir se detuvo, apoyando la mano en el marco. Su voz sonó suave, casi como un consejo disfrazado de comentario casual:

—No olvides respirar.

Nyra se quedó allí un momento más, sintiendo cómo el silencio regresaba, frío y pesado, ahora que él había desaparecido en la penumbra.

Pero sus palabras le daban vueltas en la cabeza, como una promesa velada.

Nyra apenas había dado un par de pasos hacia la puerta del patio cuando una figura emergió de las sombras junto al umbral. Se sobresaltó un poco, no porque no lo hubiera sentido —Zarek siempre estaba allí, acechando como un lobo perezoso pero atento—, sino por la forma en que su presencia llenaba el espacio sin esfuerzo.

Apoyado de lado contra el marco, jugueteando con su cuchillo entre los dedos, Zarek la miró con esa media sonrisa ladeada que siempre prometía veneno. El filo del arma atrapó un hilo de luz y lo reflejó en destellos plateados, como si marcara cada palabra antes de decirlas.

Él inclinó la cabeza, divertido al verla allí tan temprano. Y con su tono burlón, afilado como siempre pero sin llegar a la crueldad, murmuró:

—¿Qué pasa, cachorra? ¿Decidida a madrugar para impresionarnos?

El apodo la hizo tensarse un instante, pero no lo dejó ver. En lugar de apartar la mirada, Nyra esbozó una sonrisa tensa, casi desafiante, y se cruzó de brazos mientras respondía:

—Quizás… solo a ti.

Zarek dejó de girar el cuchillo y la miró directamente, con las cejas arqueadas y una leve chispa de sorpresa cruzando su rostro. Por un segundo, su sonrisa pareció tambalear, como si no esperara una respuesta tan rápida, tan precisa.

Pero la recuperó enseguida, y su mirada se volvió más intensa, más… entretenida. Su sonrisa se ensanchó apenas, como quien descubre un nuevo juego que no estaba en el tablero.

—Vaya… —murmuró, bajando el cuchillo con un giro ágil y guardándolo en su cinturón—. Eso sí que no me lo esperaba de ti.

Ella sostuvo su mirada con firmeza, aunque el corazón le latía con fuerza en el pecho. No quería cederle ni un solo paso en esa pequeña batalla.

Zarek inclinó la cabeza y caminó despacio hacia el patio, pasando por su lado tan cerca que su hombro casi rozó el de ella. Al cruzar la puerta, se detuvo lo suficiente para lanzar una última frase, con esa voz baja y cargada de doble filo:

—Sigue así, cachorra. Esto empieza a ponerse interesante.

Y con eso, desapareció en la luz fría del amanecer, dejándola sola en la cocina con el eco de su risa suave resonando en sus oídos.

Nyra respiró hondo, con los puños cerrados a los costados. Sabía que no había ganado nada todavía… pero tampoco había perdido.

El patio ya hervía con el calor de media mañana cuando los cuatro se reunieron para el entrenamiento. Nyra ya estaba empapada de sudor, jadeando, pero se obligaba a mantenerse erguida. Sabía que cada gesto de cansancio era una grieta que los otros —especialmente Nyx— no dudarían en señalar.

Mientras Lorien daba las instrucciones generales para la siguiente ronda de ejercicios, Nyx ya estaba afilando una mirada fría en su dirección, y Zarek apenas contenía una sonrisa divertida desde su rincón, como si apostara cuándo caería al suelo.




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