Silas
Una semana ha pasado desde que mi mundo se desmoronó. El dolor y la confusión se han instalado como tormentas persistentes en mi vida. Fátima se fue, llevándose consigo no solo su amor, sino también el de Nayla. Mi hija, enojada y herida, me mira con ojos llenos de resentimiento. Cada día es una batalla para ambos, y siento que no puedo soportar más este peso en mi alma.
Hoy tomo una decisión que espero sea el primer paso para sanar nuestras heridas. No puedo seguir viviendo en esta casa que ahora es un recordatorio constante de lo que perdimos. La sombra de Fátima y el eco de nuestras risas familiares llenan cada rincón. Necesitamos un nuevo comienzo, un lugar donde podamos construir nuevas memorias sin el peso del pasado.
Me siento con Nayla para hablarle de la decisión que he tomado.
—Nayla, sé que esto no es fácil para ti, pero necesitamos mudarnos. Esta casa está llena de recuerdos que nos duelen. Necesitamos empezar de nuevo en un lugar que no nos recuerde lo que perdimos —Le explico con cautela, esperando que comprenda.
La expresión en su rostro se endurece, y sus ojos, antes llenos de inocencia, ahora reflejan una tristeza profunda.
—¡No quiero irme de aquí! ¡Esta es nuestra casa, y mamá va a volver! —grita, sus palabras cargadas de frustración y dolor.
Siento un nudo en la garganta al verla sufrir. La verdad es que no tengo respuestas para sus preguntas. No puedo prometerle que Fátima regresará, ni puedo borrar el pasado. Pero sé que necesitamos un cambio, una oportunidad para empezar de nuevo.
—Hija, entiendo que sea difícil, pero necesitamos un cambio. No hay vuelta atrás en lo que ya sucedió, pero podemos construir algo nuevo, ¿lo intentamos juntos? —digo, buscando su mirada con la esperanza de que, aunque no lo entienda completamente ahora, algún día lo hará.
Ella baja la mirada, pero asiente en silencio. Sabe que esta decisión es ineludible, aunque no esté lista para aceptarla por completo. Con el corazón apretado, me preparo para el próximo paso de nuestras vidas, uno que, espero, nos lleve hacia la curación y la posibilidad de un nuevo comienzo.
(***)
La mudanza ha sido agotadora, y finalmente, llegamos a nuestra nueva casa en un barrio distinto. Es un lugar sin recuerdos que nos acechen en cada esquina, sin embargo, también es un recordatorio constante de lo que hemos perdido. Nayla, la pequeña alma sensible, está lidiando con este cambio de la manera más difícil.
La noticia de tener que cambiarse de escuela no cae bien en Nayla. Su rostro refleja la angustia y el temor de perder a sus amigos, y aunque intento explicarle que este es un nuevo comienzo, ella solo ve el lado oscuro de la mudanza.
—¡No quiero ir a una nueva escuela! ¡Voy a perder a todos mis amigos, y todo es tu culpa! —grita Nayla, su voz llena de enojo y tristeza.
Mis nervios están al límite, y la paciencia se agota. No debería haber esperado menos de su reacción, pero no puedo evitar sentirme herido por sus palabras. La carga de la culpa que llevo desde la partida de Fátima pesa sobre mí, y ahora mi hija también la carga.
—Nayla, entiendo que sea difícil, pero necesitamos empezar de nuevo. No puedes culparme por todo lo que ha pasado. Necesitamos seguir adelante y construir un nuevo futuro —trato de explicarle, mi voz llevando el peso de mi propio dolor.
Ella me mira con ojos llenos de rabia y resentimiento.
—¡Todo es tu culpa! ¡Si no te hubieras ido tanto de casa, mamá no se habría ido, y no tendríamos que mudarnos y perder todo! —grita, las lágrimas resbalando por sus mejillas.
La ira y la frustración en su voz me golpean como un puñetazo directo al corazón. Siento una mezcla de tristeza y enojo que se desborda. Sin poder contenerme, respondo en un tono más brusco de lo que debería:
—¡Fátima no va a regresar! —Exploto—. No podemos vivir en el pasado. Tienes que superarlo y aceptar que estamos en una nueva etapa. ¿Lo entiendes?
Mis palabras llenan la habitación con una pesadez palpable. Nayla me mira con ojos que mezclan confusión y dolor, y la realización de que he herido a mi propia hija se asienta como un puñal en mi conciencia. La nueva casa que debería ser nuestro refugio se siente, en este momento, como un lugar lleno de espinas afiladas. La transición hacia este nuevo capítulo de nuestras vidas resulta ser más dolorosa de lo que esperaba.
Al seguir a Nayla hasta su nueva habitación, encuentro un rincón de nuestra nueva casa que refleja su tristeza. La veo sentada en el suelo, sus hombros temblando con el peso de sus lágrimas. La pequeña alma que solía irradiar alegría ahora está sumida en la oscuridad de la tristeza.
—Nayla, por favor, necesitamos hablar —digo con voz suave, cerrando la puerta detrás de mí.
Ella se niega a mirarme, pero puedo sentir la tensión en el aire. Me siento a su lado, tratando de encontrar las palabras correctas para penetrar el escudo que ha construido a su alrededor.
—Sé que todo esto es difícil, y lamento mucho el dolor que estás sintiendo. Debería haber estado más presente, debería haber sido un mejor padre. Me equivoqué en muchos aspectos, y lo siento profundamente —confieso, mi voz apenas más que un susurro.