Silas
A pesar del desayuno compartido, la sombra de la preocupación aún se refleja en los ojos de Nayla. Su pequeña sonrisa parece haberse desvanecido, y mi corazón se aprieta ante la persistencia de sus preocupaciones. Decido que hoy no será un día ordinario; será un día de risas, dulces y recuerdos felices.
Busco en internet algo divertido para hacer con los niños y encuentro la actividad perfecta.
—¿Qué te parece si hacemos algo especial hoy, Nayla? Algo divertido que nos haga olvidar cualquier tristeza —propongo con una sonrisa, esperando ver una chispa de entusiasmo en sus ojos.
Ella asiente tímidamente, y su respuesta es suficiente para llenarme de compromiso para hace de este día uno feliz. La decisión está tomada: nos embarcaremos en una expedición a una tienda de caramelos, un lugar mágico donde los sueños se mezclan con azúcar y colores vibrantes.
El timbre de la tienda suena mientras entramos, y los aromas dulces nos envuelven como un abrazo cálido. Mis ojos recorren las estanterías llenas de golosinas, y la emoción brilla en los ojos de Nayla. Por un momento, sus preocupaciones parecen desvanecerse ante la promesa de algo dulce.
Nos dirigimos hacia la sección de «Haga su propio caramelo», donde la creatividad se fusiona con la diversión. El empleado nos da las indicaciones mientras Nayla elige con entusiasmo los colores y sabores que más le gustan. Sus risas llenan la habitación mientras amasa y da forma a sus propias creaciones azucaradas.
—Papá, ¡mira este corazón de caramelo que hice para ti! —exclama, sosteniendo con orgullo su obra maestra.
La observo con cariño, agradecido por esos pequeños momentos de alegría que iluminan su rostro. Pasamos minutos inmersos en el mundo azucarado, creando dulces recuerdos que espero que se queden con nosotros mucho tiempo después de que los sabores se desvanezcan.
Entre mezclas de azúcar y colores vibrantes, Nayla me despista con una pregunta inocente, y en un instante de distracción, siento cómo algo pegajoso se desliza por mi cabello. Abro los ojos sorprendido para encontrarme con Nayla, con las manos en la boca y una expresión traviesa bailando en sus ojos.
—¡Nayla! —exclamo, mientras me doy cuenta de que mi cabello ahora está cubierto de caramelo derretido, transformándose en una masa pegajosa sin solución alguna.
Ella estalla en risas, su pequeño cuerpo sacudido por la diversión de su propia travesura. Aunque la situación es todo menos ideal, no puedo evitar contagiarme con su risa contagiosa. Es como si el sonido de sus carcajadas llenara la habitación con luz y color.
Mientras intento deshacer el desastre pegajoso en mi cabello, Nayla se acerca tímidamente, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y remordimiento.
—Lo siento, papá. No pensé que sería tan pegajoso —murmura, su risa aun tintineando en el aire.
Aunque su disculpa puede ser un poco superficial, puedo ver el brillo de la alegría en sus ojos. En este momento, no puedo estar enojado con ella. Verla tan radiante y feliz es todo lo que necesito para saber que mi pequeña está volviendo a ser ella misma.
—Está bien, Nayla. Solo prométeme que la próxima vez pensarás dos veces antes de hacer una travesura tan pegajosa —bromeo, pasando un brazo alrededor de sus hombros con ternura.
Nos quedamos allí, envueltos en una atmósfera de risas y complicidad, mientras intento deshacer el desastre en mi cabello y Nayla se ríe a carcajadas de su propia travesura. A pesar del caos y el dulce desastre que nos rodea, sé que este momento quedará grabado en nuestros corazones como una prueba de que la alegría puede encontrarse incluso en los momentos más inesperados.
—Me temo que hasta aquí llega nuestra salida, debes acompañarme a la peluquería para solucionar esto. —Señalo mi cabello.
—No. —Se queja.
—No tienes derecho a negarte, pequeña. Debes pagar las consecuencias de tus actos. —Finjo seriedad.
—Está bien. —Acepta, resignada a su destino.
Tan pronto como arribamos e ingresamos al sitio, las miradas curiosas se centran en mi peculiar «peinado». Incluso el peluquero no puede contener la risa al ver la mezcla de caramelo en mi cabello.
—¡Vaya, esto es algo nuevo! ¿Una nueva tendencia de peinado? —bromea, su risa llenando el lugar.
—Yo lo hice. —Nayla, envalentonada por la reacción del peluquero, sonríe con orgullo.
El hombre le da un guiño y la felicita por su osadía. Aunque estoy a punto de experimentar un cambio drástico en mi apariencia, no puedo evitar apreciar la diversión que Nayla ha traído a este día.
Mientras el peluquero examina la situación, me informa con una sonrisa que la única solución es cortar todo el cabello. Nayla, ahora mostrando un arrepentimiento genuino, baja la mirada.
—Lo siento, papá. No pensé que esto pasaría —murmura con sinceridad.
—Está bien, Nayla. Fue solo un accidente, y el cabello crecerá de nuevo. Además, ¡me veré más guapo con un nuevo estilo! —La tranquilizo, acariciando suavemente su cabeza.
El peluquero asiente, listo para comenzar la transformación. Nayla se sienta a mi lado, observando con ojos grandes mientras mi antiguo peinado se desvanece. A medida que el cabello cae, siento una mezcla de liberación y aceptación. Después de todo, la belleza está en la forma en que enfrentamos los cambios inesperados.