Silas
El beso que me dio Isla se sintió bien, pero no era el momento ni el lugar. Aparte de eso, ella es la profesora de mi hija, no se siente correcto salir con ella. Entiendo que es una mujer impulsiva y eso es refrescante, pero yo no puedo darme el lujo de relajarme y menos ahora que mi paternidad ha sido puesta en duda.
Salgo de la cocina, paso por la habitación de mi hija para encontrarla pintando, sigo de largo hasta mi habitación porque necesito un momento para reflexionar sobre las últimas horas. El momento que tuve hace poco con Nayla, peinándola y pasando tiempo con ella fue medicina para mi alma atormentada, pero ahora que estoy en la soledad de mi habitación dejo que las lágrimas salgan, gotas cargadas de miedo por lo que Fátima insinuó.
Estoy aquí, roto, con el espíritu hecho pedazos. ¿No soy el padre biológico de Nayla? La sola idea es devastadora. Cada recuerdo, cada momento compartido con mi hija, parece tambalearse en la incertidumbre de esta revelación.
Las lágrimas brotan sin control de mis ojos, un torrente de dolor y confusión que parece no tener fin. ¿Cómo podría ser posible? He amado a Nayla desde el momento en que entró en mi vida, desde el primer instante en que la sostuve en mis brazos. No importa lo que digan las pruebas de ADN, ella es mi hija en todo sentido que importa.
Entonces, en medio de mi desesperación, ella entra en la habitación. Su presencia es como un rayo de luz en la oscuridad de mi angustia. Me mira con sus grandes ojos llenos de amor y me abraza con fuerza, como si quisiera protegerme del dolor que me consume.
—Te amo, papá —susurra en mi oído, y su voz es un bálsamo para mi alma herida.
—Te amo más, pequeña. —Le regreso en el mismo tono.
En ese momento, sé que no importa lo que digan las pruebas, nada cambiará mi amor por ella. Porque, independientemente de la sangre que corra por nuestras venas, somos una familia. Y eso es lo único que importa.
O al menos eso quiero creer. Mañana me reuniré con mi abogado, tengo la esperanza de que no todo estará perdido.
La mañana siguiente, después de dejar a Nayla en la escuela, me reúno con mi abogado, el señor Kostas, para discutir la situación angustiante que se ha presentado. Le cuento sobre el encuentro con Fátima y las insinuaciones que hizo sobre la paternidad de Nayla.
—Silas, lo primero que debemos hacer es proteger tus derechos como padre. Dada la gravedad de las afirmaciones de Fátima, creo que sería prudente someterse a una prueba de ADN para aclarar cualquier duda.
Sus palabras son como una guía en este torbellino de incertidumbre. Asiento con determinación.
—Entiendo, señor Kostas. Quiero lo mejor para Nayla, pero necesito saber la verdad.
El abogado asiente y procedemos a discutir los pasos legales a seguir. La prueba de ADN se convierte en la próxima tarea, y aunque mi corazón tiembla ante la posibilidad de descubrir algo que podría cambiarlo todo, sé que es necesario para el bienestar de Nayla y para mi propia paz mental.
Salgo de la oficina del señor Kostas con una mezcla de determinación y ansiedad. El siguiente paso es el laboratorio para la prueba de ADN. Me dirijo hacia allí con el cepillo de Nayla en la mano, el mismo cepillo que utiliza para peinar sus rizos.
En el laboratorio, me enfrento a una serie de pasillos y puertas. Finalmente, llego al área designada para la toma de muestras. La enfermera me da la bienvenida y me explica el procedimiento.
—Por favor, señor Lamprou, siéntese aquí. Le explicaré cómo funciona todo.
Mientras ella me guía a través del proceso, siento cómo la tensión se acumula en mi pecho. Tomo el cepillo de Nayla con manos temblorosas y entrego la muestra para el análisis.
—¿Está seguro de querer hacer esto, señor Lamprou? Puede ser un camino complicado.
—Lo sé, pero necesito la verdad, tanto para Nayla como para mí.
El proceso avanza, y aunque mi mente está llena de miedos y dudas, sé que este paso es necesario. La verdad, aunque dolorosa, es esencial para nuestro futuro.
Salgo del laboratorio con el peso del mundo sobre mis hombros. La enfermera me dice que los resultados estarán listos en tres días, pero cada segundo se siente como una eternidad. Subo a mi auto con prisa, sintiendo cómo mi pecho se aprieta con cada respiración.
El aire se vuelve denso a mi alrededor, y una oleada de pánico me golpea de repente. Mis manos tiemblan en el volante, y mis pensamientos se vuelven confusos.
—¡Respira, Silas, solo respira! —Me digo a mí mismo en voz alta, tratando de controlar la sensación abrumadora que amenaza con consumirme.
El tráfico pasa frente a mí como un borrón, pero me obligo a concentrarme en el camino por delante. Cierro los ojos por un momento, intentando encontrar algo de calma en medio de la tormenta que se desata dentro de mí.
Decido regresar a mi trabajo, aunque no esté al cien por ciento. En modo automático, completo las tareas del día, intentando mantener mi mente ocupada para no caer en el abismo de mis pensamientos.
Las horas pasan lentamente hasta que llega el momento de recoger a Nayla. Salgo de la oficina y me encamino hacia la escuela, tratando de poner una máscara de normalidad en mi rostro. Pero por dentro, la ansiedad y el miedo continúan su danza perturbadora.