Desafiando su Corazón

Capítulo 13: El Arte de Abrir el Corazón

Silas 

Una semana ha pasado desde que me enteré de que no soy el padre biológico de mi hija, y me las he arreglado para no derrumbarme cada vez que la veo. No me malentiendan, para mi ella sigue siendo mía, no obstante, ahora temo perderla porque no nos une un lazo sanguíneo. 

—Papi, ¿estás bien? —Su suave voz me saca de mis cavilaciones. 

—Sí, ¿por qué lo preguntas? —inquiero. 

—Es que los panqueques huelen a quemado. —Arruga su pequeña nariz para probar su punto. 

Me apresuro a apagar la estufa y con un trapo comienzo a sacudir el olor a quemado. Debo centrar mi mente antes de que ocurra una tragedia que nos perjudique. 

—Lo siento mucho, cariño. Papá tiene muchas cosas en la cabeza. —La levanto en brazos y la siento en la encimera—. ¿Quieres cereal con frutas? 

—Está bien, papi. —Suspira con pesar—. ¿Me llevas al parque hoy? 

Parpadea para parecer más dulce de lo que ya es, lo cual es casi imposible porque solo con una palabra derrite mi corazón. 

—Sí, podemos ir luego del almuerzo. —Acepto porque puede ser una buena distracción para ambos. 

—Eres el mejor papá del mundo. —Lanza sus brazos a mi cuello y me abraza con fuerza. 

Estos instantes hacen que todo valga la pena, no estoy seguro de lo que deparará el destino, pero lucharé para que mi hija permanezca conmigo, que es donde pertenece. Nadie podría amar a Nayla como lo hago yo, ni siquiera el hombre con el que Fátima me engañó. 

—Ve a bañarte, pequeña. Te haré el cereal, no demores. —La bajo para que regrese a su habitación. 

—Traeré las cosas para que me peines. —dice, aunque se va antes de que pueda responder. 

Mientras vierto la leche sobre los cereales en la cocina, el sonido alegre de Nayla cantando en la ducha llega hasta mis oídos. Su voz, llena de vida y entusiasmo, parece llenar cada rincón de la casa. Un escalofrío recorre mi espina dorsal, y no puedo evitar esbozar una sonrisa melancólica.

Es en estos pequeños momentos, cuando la cotidianidad se entrelaza con la dulzura de la vida diaria, que me doy cuenta de cuánto significa Nayla para mí. La imagen de mi pequeña, tan llena de energía y alegría, se contrapone a los pensamientos oscuros que rondan mi mente desde que conocí la verdad sobre la paternidad.

Me pierdo por un instante en ese baile de notas que emana del cuarto de baño, pensando en cómo sería mi vida sin ella. La sola idea de no despertar con su risa, de no tener sus brazos rodeándome con fuerza en las noches, rompe mi corazón en pedazos.

En esta casa que construimos juntos, cada rincón está impregnado de recuerdos que parecen más frágiles ahora. El olor del champú de Nayla se mezcla con el aroma del café recién hecho, creando una atmósfera que, de alguna manera, encapsula la esencia misma de lo que podría perder.

Regreso a la realidad cuando Nayla sale de la habitación vestida, con su bolso lleno de cosas para el cabello y una sonrisa resplandeciente. Me mira con esos ojos llenos de confianza y cariño, y mi interior se aprieta ante la idea de que podría perderla. Sin embargo, no puedo permitir que vea mi tormento. La abrazo, beso su frente y le muestro mi amor, ocultando mi dolor tras una fachada de normalidad.

En este delicado equilibrio entre la verdad y la necesidad de protegerla, me embarco en otro día con Nayla, aferrándome a la esperanza de que, de alguna manera, podamos superar las tormentas que se ciernen sobre nosotros.

Nayla desayuna mientras procedo a peinarla, esta vez me reto a hacerles unas tranzas, luego de más de dos horas, logro terminarlas. Para mi sorpresa quedaron bastante decentes. 

Se levanta cuando termino, se mira en el espejo y abre la boca, pero no dice nada. 

—¿Te gustan? —Le pregunto, un poco de ansiedad en mi voz. 

—Me encantan, papá. Amo mis trenzas, me veo hermosa. —Salta a mis brazos y la atrapo—. Quiero unas así para ir a la escuela, seré la envidia de las demás niñas. 

—No tienes que despertar envidia en tus compañeras. 

—Claro que debo hacerlo, soy genial y ellas deben amarme. —Demanda. 

—Nayla…

—Te amo, papi. —Me interrumpe porque sabe que la iba a regañar. 

—Veamos tus tareas antes de que sea hora del almuerzo. 

Por hoy, lo dejaré pasar. Nayla hace un puchero, pero va en búsqueda de su bolso, empezamos a revisar y hacer las tareas que tiene pendientes, por suerte no son muchas y terminamos a la hora justa. 

—¿Te gustaría almorzar fuera? —indago. 

—Sí, papas fritas. 

—No, debe verduras. 

—Carne, papas fritas y verduras. —Corrige con tono apagado. 

—Eso me gusta más. 

Quiero que este sábado sea un día especial, dedicado por completo a Nayla. Decido llevarla a un restaurante con un ambiente familiar, un lugar donde podamos disfrutar de una comida agradable y compartir momentos sin preocupaciones. Cuando entramos, el bullicio del lugar y la mezcla de aromas dejan una sensación acogedora en el aire.




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