Desafiando su Corazón

Capítulo 16: Susurros y Planes

Dámaso 

Sé que estoy tomando un riesgo al acercarme tanto a Silas Lamprou. Fátima me ha hablado de él en tono despectivo, asegurándome que es un hombre malo que no merece la custodia de su hija. Sin embargo, al conocerlo personalmente, no veo nada que respalde esas acusaciones.

Silas parece un hombre decente, dedicado y amoroso. Durante nuestra reunión de negocios, mostró profesionalismo y habilidad para llegar a un acuerdo beneficioso para ambas partes. No veo la maldad en sus ojos, ni detecto ninguna señal de que sea un peligro para mi hija.

Sin embargo, no puedo ignorar las advertencias de Fátima. Sé que ella no confía en Silas y eso me hace dudar. ¿Quién tiene la razón en esta situación? ¿Es Silas realmente el hombre que aparenta ser, o hay algo más oscuro oculto bajo esa fachada de bondad?

Por ahora, debo seguir observando y recopilando información. No puedo permitirme cometer errores, especialmente cuando se trata de los intereses de mi empresa y mi familia. Si Silas representa alguna amenaza, debo descubrirlo antes de que sea demasiado tarde.

Recuerdo claramente el día en que Fátima irrumpió en mi vida nuevamente, anunciando que teníamos una hija juntos. Fue un shock para mí, nunca pensé que sería padre, y mucho menos que tendría una hija tan maravillosa como Nayla.

Desde el momento en que supe de su existencia, sentí un impulso irrefrenable de correr a su encuentro, abrazarla con fuerza y protegerla de todo mal. Pero sé que no puedo actuar solo por mis emociones. El bienestar de Nayla es lo más importante, y eso significa que debo mantener la calma y actuar con prudencia en todo momento.

No puedo permitirme perder la paciencia, por más difícil que sea la situación. Nayla merece lo mejor, y haré todo lo que esté a mi alcance para asegurarme de que así sea. Aunque a veces la incertidumbre y las tensiones amenacen con abrumarme, debo recordar que debo ser un faro de estabilidad y apoyo para mi hija.

La puerta de mi oficina se abre de golpe, y Fátima entra con una actitud que no puedo evitar encontrar irritante. ¿Dónde se fue la mujer que amé alguna vez? Me pregunto en silencio mientras la observo con cierta incomodidad.

—¿Cómo fue la reunión con los abogados? —pregunto, tratando de mantener la calma a pesar del fastidio que me provoca su presencia.

Fátima responde con incordio, como si el simple hecho de hablar conmigo fuera una molestia para ella:

—Iremos a juicio. Es lo que él quiere, y es lo que conseguirá. Igual no se saldrá con la suya.

Sus palabras me dejan con un sabor amargo en la boca. No puedo entender cómo ha llegado a este punto, cómo ha perdido toda sensibilidad y empatía por lo que realmente importa: el bienestar de Nayla. Parece que no hay vuelta atrás en esta situación, y pronto nos veremos inmersos en un proceso legal que podría ser largo y doloroso para todos.

Fátima se acerca a mí con andar seductor y sé que es el momento para que huya de ella. 

—Debo irme, tengo algo importante qué hacer. 

Invento una excusa para salir de mi oficina lo más rápido posible. Necesito alejarme de Fátima, de su actitud y de todo lo que representa en este momento. Agarro mis cosas con rapidez y salgo de la oficina sin siquiera mirar atrás.

Con el impulso tomando el control, me subo a mi auto y conduzco hasta la escuela de Nayla. Necesito ver a mi hija, asegurarme de que está bien y recordar por qué estoy luchando en este complicado juego de poder.

El viaje hasta la escuela se siente interminable, pero finalmente llego. Aparco el auto y camino hacia el edificio con paso rápido. La emoción y la ansiedad se mezclan dentro de mí mientras me acerco a la entrada.

Al llegar a la hora exacta de salida, observo desde mi auto cómo Silas baja y se posiciona frente al edificio escolar, esperando a su hija, mi hija. La familiaridad de la escena me saca una sonrisa, pero pronto se desvanece cuando veo a Nayla correr hacia él con alegría desbordante.

Una envidia sutil se apodera de mí en ese momento. Quisiera que esa misma expresión de felicidad se dirigiera hacia mí, que mi hija corriera hacia mis brazos con la misma emoción con la que lo hace hacia Silas. Es un sentimiento extraño y desgarrador que me recuerda la distancia que hay entre nosotros, una distancia que desearía poder superar.

Siguiendo mi instinto, desciendo del auto y me acerco a un grupo de padres, tratando de mantener mi semblante lo más relajado posible, como si solo estuviera entablando una conversación casual.

—Disculpen, ¿alguno de ustedes conoce a Silas Lamprou? —pregunto con tono despreocupado.

Una mujer sonríe y asiente. 

—¡Oh, sí! Silas es un hombre maravilloso. Siempre está aquí para su hija, muy dedicado y cariñoso. Nayla es muy afortunada de tenerlo como padre —responde ella con admiración en su voz—. ¿Por qué? —indaga luego de responder. 

—Nada en especial, gracias. —Le digo mientras me alejo. 

Las palabras de elogio me golpean como un puñetazo en el pecho. La realidad de la situación se vuelve aún más clara: Silas es un padre ejemplar, y yo, lamentablemente, estoy en el exterior, deseando poder compartir ese vínculo con mi propia hija. Intento mantener mi semblante imperturbable, pero por dentro, la tristeza y la envidia se agitan como una tormenta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.